miércoles, 30 de diciembre de 2009

Aléjese: Actividad Paranormal


Desde que el cine apareció como medio de expresión, muchos han sido los caminos que ha tomado y las funciones que ha desempeñado: desde un sofisticado proveedor de diversión y entretenimiento, pasando por por su faceta de inmejorable negocio, hasta un instrumento propagandístico de los régimenes totalitarios y una forma de expresión artística (esto último, en poquísimos casos). Tales son los usos más conocidos o los derroteros más socorridos por los que discurre el llamado séptimo arte.

Sin embargo, existe otro uso que se le da en la actualidad, al que se recurre con una frecuencia francamente preocupante. Hablamos de la puñeta mental. Ahora el cine se ha vuelto un medio más a través del cual puede llevarse a efecto esta antiquísima práctica. Un fenómeno que parecía privativo de otras expresiones artísticas (es un decir), como la música (ahí tenemos a Bunbury, Maná, Panteón Rococó, el pendejo ése del Juan Son, entre un largo etcétera, etcétera), ahora aparece mucho más a menudo en el mundo del cine. Tal es el caso (por fin dejo tanto rodeo y anuncio el tema de este post) de una película gringa llamada Actividad Paranormal (Paranormal Activity), que recién se estrena en carteleras.

Efectivamente, contrario a lo que afirman bastantes personas que dicen ya haberla visto, la cintucha de marras es una gran mamada, una verdadera chaqueta mental, digna de glorias del cine mexicano como Fernando Sariñana, Gael García Bernal (en su chaqueta mental de jugar al director) y, por supuesto, con la mención honorífica correspondiente, Alejandro González Iñárritu. El film relata la historia de una pareja de chavos que unieron sus vidas en amasiato, y que se fueron a vivir a la casa de la mujer, una güereja gordibuena que pese a estar un tanto desabridona, resultaba hasta eso cogible.

Pues ahí tienen que al principio la pareja se la pasa un poco pendejaeando, jugando con una cámara de video que el concubinario seguramente consiguió en el mercado negro. El chavo filmaba a su morra, y así transcurren como de 20 a 30 minutos de la película, lapso durante el cual bostecé en repetidas ocasiones y traté de matar el sueño con alternados sorbos de mi coca light (es que quiero adelgazar) y feroces mordidas a mi bagui, así como con comentarios intelectualoides que tuvo que soportar mi significant other (ya se acostumbrará). La muchacha, cuyo nombre no recuerdo ahora, comienza a platicar sobre ciertos ruidos que escucha en las noches en su habitación, y que extrañamente no provienen del tracto intestinal de su amado -que siempre cena y desayuna frijoles con huevo (no se menciona en la cinta, pero mi sentido arácnido lo intuye)-, ruidos que la aterrorizan y la tienen sin sosiego.

Para tratar de explicar la situación, nuestra heroína, la concubina, busca la ayuda de los expertos en la materia: los charlatanes. Así, se hace de los servicios de un medium que más bien resultó medio putón y le sacó al parche aduciendo que él ahorita casi no andaba expulsando espíritus chocarreros de las casas, sino que sólo hacía limpias con epazote y amarres tipo me haz de amar. Pues total que para esto, el novio, que se sentía Juan Camanei, decidió poner su camarita a grabar en las noches los aposentos de esta simpática parejita, para captar cualquier evento paranormal (y también, no nos hágamos tarugos [Chimoltrufia dixit], grabarse haciéndole la relación a su vieja). Así, logra videograbar, durante varias noches, las fechorías de un supuesto ente sobrenatural (nunca se dice en la cinta qué es o qué pueda ser, según esto para crear más suspense, intención lastimosamente fallida). Y así trascurre otra hora más o menos de la película, entre escenas de cama (no eróticas, lamentablemente) y escenas donde, durante el día, los habitantes de esa casa maldita, concubina y concubinario, se aterorizan cada vez más por lo que pasó la noche anterior, cada vez más perplejos y con una mayor sensación de impotencia ante la situación.

Así se sigue desenvolviendo la película hasta brusco, intempestivo, injustificado y chafa final (el cual no se revelará en este post, porque es de mal gusto, aunque debería como un deber cívico), después del cual más de uno, entre ellos el suscrito, se quedó con cara de what. Tan tan. Eso fue todo. Ahora bien, ¿por qué digo que la película es una vil y corriente chaira mental? Sencillamente porque resulta en extremo pretenciosa. Es una película con un presupuesto de once mil dólares, bastante pedestre, pero que precisamente busca en tales circunstancias constituirse en objeto de culto, en obra de arte. Como decir: "soy bien chingón; hice una película con poca lana, pero como tiene una trama y una dirección súper mega verguísima, eso no importa, sino que la vuelve más chida, y además me muestra como el creativo de creativos. Cáguense de la envidia, compañeros de la carrera de cine; cágate de envidia, Hollywood."

La película se supone que es de terror, pero en realidad sólo un par de veces logra arrancar, entre algunos despistados, un par de medianos sustos. En realidad carece de trama, de historia. Es simplemente una sucesión de escenas sin sentido, tratando patéticamente de lograr en el proceso algún susto gratuito, descontextualizado (al carecer de trama la película, tampoco tiene un contexto claro), y de lograr un final pretendidamente muy espeluznante, que más bien resultó caricaturesco, chafísima y totalmente injustificado, como se dijo.

Y párale de contar. En resumen, una película larga pero aburrida. Una verdadera caca que nos muestra una vez más que allá, con los güeros, también se cuecen habas, y que la chaqueta mental es practicada con regularidad.

Evítese a toda costa esa cinta; no tire su dinero a la basura. No la vea. No la vea.

martes, 22 de diciembre de 2009

Inglorious Basterds (sí, apenas la acabo de ver)

Por muchas razones, pero principalmente por desidia, casi no logro ver en el cine la última y esperadísima cinta de Quentin Tarantino. Afortunadadamente, todavía alcancé en cartelera, en sus últimos días, la exhibición de Inglorious Basterds, película que le ganó tanto críticas como alabanzas al consagrado director estadounidense. Aquí mi opinión sobre la misma, que ha servido de pretexto para retomar este blog, ya tan olvidado por todos, principalmente por mí. No será, por tanto, una reseña ortodoxa de un cinéfilo empedernido, sino simples apreciaciones superficiales de un neófito en la materia. Se obviará, en consecuencia, la descripción de su argumento, presuponiendo que la película ya ha sido vista por el lector.

En general me gustó la película, me entretuvo y divirtió, aunque no se trata, por mucho, de la mejor cinta de Tarantino. La violencia y brutalidad que han sido la nota distintiva de las obras de este creador cinematográfico, no podían dejar de incluirse en el film. Violencia extrema, eso era lo que muchos queríamos ver, y aunque la hubo, tal vez no lo fue en la cantidad que hubiéramos deseado. Los diálogos larguísimos, intensos, locos e inteligentes, característicos también de la obra del cineasta, también están presentes. Así es como se reconoce una película de Quentin Tarantino, con la violencia y los alucinantes diálogos.

La película también contó con buenas actuaciones en general, aunque la mejor, sin duda, fue la de Christoph Waltz, actor austríaco que dio vida al infame Hans Landa, alto mando de la SS nazi, apodado "el cazador de judíos": un hijo de la chingada, un perro, que se dedicaba justamente a eso, a dedear judíos en Francia para que fuesen confinados a los respectivos campos de concentración. La actuación de Waltz fue magistral, auténtica y verosímil; literalmente uno llega a odiar al personaje, a decir: "éste es un hijo de su puta madre." A este tipo, que además hablaba diversos idiomas con gran naturalidad, nadie le veía la cara de pendejo, nadie antes del Teniente Aldo Raine. El sujeto del que hablamos, nada más ganó el premio al mejor actor en el Festival de Cannes 2009.

En general, la película lleva un buen ritmo, salvo en cierta parte intermedia, en la que se vuelve un poco lenta y aburrida. Afortunadamente, el letargo no dura mucho y da paso a un desenlace cruento, el esperado, el obligado, el que todos querían ver, en el que de paso se llevan entre las patas a Hitler, y le voltean la tortilla sabroso al Hans Landa. Decía que se trata de una muy buena cinta, que reafirma a Tarantino como director de culto que le llega a las masas.

Sin embaro, no podemos soslayar algunas cuestiones que deben criticarse, desde mi perspectiva, a la película. La primera, la caracterización caricaturesca de Hitler. No sé si el propósito era ridiculizar deliberadamente a este infame personaje de la historia, pero lo cierto es que en poco coincidió el manejo que se le dió con el verdadero carácter que tenía el Führer (muy bien retratado en la cinta alemana La Caída). Otro punto a resaltar negativamente es la poca acción vengadora y chingativa de los Bastardos que logra mostrarse en la película: únicamente se muestra un par de sus despiadadas hazañas, cuando se habría esperado que se incluyeran más escenas donde estos malnacidos masacraran algunos traseros nazis; en eso sí que nos quedó a deber la cinta.

Pero sobre todo, al final, la forma en la que es engañado, chamaqueado cual líder del Partido Verde, timado, el cabrón del Hans Landa por el Teniente Aldo Raine (interpretado por Brad Pitt) me resultó inverosímil: alguien tan astuto y suspicaz como el alemán no podía entragarse, aun cuando esto fuera una actuación pactada con el ejército americano, prescindiendo de las precauciones debidas, simplemente bajándose los calzones. No resulta creíble, aun bajo el argumento de que tan duro caballero se encontrara momentáneamente cegado por la codicia y ambición de poder y reconocimiento histórico. Como que uno no lo llega a comprar.

En fin. No sé ya qué más decir. Quien vió la película, me entenderá, aunque no esté de acuerdo conmigo. Me gustó, insisto, y me dejó con ganas de más buen cine de Quentin Tarantino. Quién sabe cuántos años debamos esperar para eso.

jueves, 1 de octubre de 2009

Algunas cosas buenas (otro post sin oportunidad)



Vuelvo a escribir. Y sigo en las mismas: hay mucho material, pero poco tiempo. O poca calma. O pocos nervios. O pocos huevos. O no sé. Se juntaron muchas cosas y al final no supe por cuál decidirme para retomar el ejercicio chaquetero que supone escribir este blogcillo. Pero en fin, últimamente la vida no me ha tratado tan de la chingada. Todo lo contrario, parece sonreírme y ofrecerme algunas gratas bendiciones. Ya hace rato que pasó este tiempecillo en que todo ello se me juntó, pero hasta el día de hoy tuve el humor de escribir al respecto. Así que, sin más rodeo innecesario, enuncio esos pequeños detalles, circunstancias o sucesos que me han alegrado en últimas fechas:

El regreso de La Mosca: Ahora en su formato cibernético, regresa la mítica revista de La Mosca en La Pared (ver post alusivo algunas entradas más abajo). Muy anunciado el renacimiento de tan importante publicación, pero apenas vio la luz hace un par de semanas. Yo feliz, desde luego, sólo falta ver qué nos depara esta nueva etapa, y que no se deje de lado la posibilidad del triunfal regreso, definitivo por supuesto, del formato impreso.

La reunión de Blur: O más bien, la reincorporación de Graham Coxon a Blur. El virtuoso y magnífico guitarrista había dejado la banda hará unos seis años, y recientemente regresó como el hijo pródigo, esperemos que de forma definitiva. El regreso lo marcó una entrañable presentación en el prestigioso festival del Glastonbury. Uno de mis guitarristas favoritos, sin duda. Si llegan a venir a México, aunque sea al D. F., me cae que me lanzo verlos.

Nuevo disco de The Flaming Lips: Ya es mundiamente conocido que pronto aparecerá el nuevo disco de estos maestrazos. Incluso parece ser que aunque al día de hoy no ha sido lanzado oficialmente a la venta, ya se ha filtrado en internet. Yo esperaré a que salga físicamente para poder escucharlo, fiel a mi eterno fetichismo por los discos. Es una gran noticia; esperemos que nos sorprendan, como es su costumbre, y que en una de ésas regresen a México y nos regalen otra memorable presentación como la de hace casi un año (ver, asimismo, post alusivo).

Nueva temporada de How I Met Your Mother: Se estrena la quinta temporada de este sitcom gringo. Esta serie es, junto con The Office, mi favorita en la actualidad. Humor inteligente y poco convencional, alejado totalmente del más tradicional, trillado y penoso sentido del humor norteamericano. Nada de chistes fáciles. Una historia muy bien elaborada con personajes entrañables y lo suficientemente verosímiles. Para espectadores exigentes, y para aquéllos que renieguen de la insufrible, e igualmente famosa, serie de Friends. Nada de humor pseudo "inteligente" como el de Seinfeld. Definitivamente hay que verla, y esperemos que dé para muchas temporadas más.

El trabajo: Últimamente me va muy bien en lo laboral (en general, siempre, pero actualmente un poco más y de distinta forma). No entraré en más detalles innecesrios y aburridos, sólo diré que un giro inesperado me llevó a cambiar de aires. Ya me hacía falta. Durará poco, pero pienso disfrutarlo al máximo, y tal vez abusar un poco, cómo no.

Grizzly Bear: Descubro hace unos días a este prometedor grupo Neoyorquino, y me encantó. Ya está dando mucho de qué hablar, y cómo no, si cuenta con el padrinazgo nada más y nada menos que de Radiohead, grupo al que le estuvieron abriendo conciertos durante el 2008. Toncan tan chingón como si fueran ingleses. Me compré el último de sus discos en mi última y meomrable visita a la entrañable ciudad de León (lo que nos lleva al siguiente punto).

El reencuentro: Después de muchísimos años, me encuentro nuevamente con quien fue mi primer amor, del que ya hablé en alguna ocasión en este blog (los lectores religiosos del mismo sabrán a quién me refiero). Una situación un tanto extraña por las sensaciones que encierra, que al día de hoy me tiene sin sosiego. No sé qué vaya a pasar; no sé si de hecho hice bien en reabrir ese capítulo de la novelita que ha sido mi vida. No sé. No sé nada. Tal vez según se vaya desarrollando esa nueva historia la estaré contando en este espacio. Tampoco lo sé. Lo único cierto es mi confusión y perplejidad, que en otros muchos aspectos de mi vida, si no es que en todos, ha sido la constante.

lunes, 24 de agosto de 2009

Esto ocurrió el sábado




Me invitaron; me invitaron. Conste. Yo no organicé nada. Es más, yo ni quería ir; yo simplemente quería echarme unos etanoles. Sí conocía al festejado, y de hecho le hablo chido al wey (en la peda todos son amigos), pero no era alguien tan cercano a él como para ser directamente invitado a una celebración de tal importancia y privacía. Pero ahí me tienen, haciendo bola y acoplándome al desmadre con otros pares a mí.

Y es que, si se repara en ello, es muy fácil entablar buen cotorreo en un corto tiempo con los congéneres (claro, si se es hombre, pues en el caso del sexo femenino lo natural es lograr en las mismas circunstancias enemistades y odios), puesto que hay dos cosas que nos hermanan universalmente, trascendiendo las barreras del idioma, la la raza y la condición social: el alcohol y las mujeres (o bien, más explícitamente el sexo). En estos dos temas es fácil coincidir, pues es común que se compartan vicios relacionados con ellos (y es general convicción que los hombres tienen una propensión innata al vicio). Aunado a ello, una complicidad tácita como presupuesto de toda interacción social entre pares, crea la ocasión propicia para un buen desmadre.

Tal fue el caso del sábado. Un cuate, al que apodamos El Come, me invitó a la despedida de soltero de un compa de él, igualmente borracho y jarioso, que sólo sé que se llama Alexis. Ya aclaré que yo sólo fui a chupar (chin, ya me eché de cabeza), digo, solamente a beber alcohol y preterintencionalmente ponerme una buena guarapeta, sin importarme la latente posibilidad de que, como es costumbre arraigada, en el orden del día se incluyera la presencia femenina tendiente a divertir, como sólo a ese sexo le es dado hacerlo por las cualidades naturales de que fue provisto, a los ávidos parroquianos. Y como decía, ahí voy. La reunión se verificó en una casa de uno de los cuates del festejado y convocó a unas ocho personas que se veía que estaban bastante versadas en las cuestiones de la contratación de servicios eróticos (pirujas, escorts, bailarinas y similares), además de tener un aplio panorama de la oferta cachonda que presenta nuestra amada ciudad de Aguascalientes. Desde las de a cien (kilos) de la Rodolfo Landeros y Tercer Anillo, pasando por las desdentadas meretrices que rozan la tercera edad (las cuales al parecer son muy populares, aunque no me llego a explicar por qué) que siguen aferrándose al talón como forma de vida y como cruz, siguiendo por las guerreras bailadoras del Bara-Bar (cuya escenografía, dicen, dicen, es de película de El Caballo Rojas, Lalo El Mimo y Pedro Webber Chatanuga), y terminando, por supuesto, con las esculturales Barbies de los teibols nice de la comarca, de todas tienen referencia estos jalapeños compañeros.

Así que con toda la experiencia acumulada por esos andares de degenere y perversión, la H. Asamblea convocada procedió a deliberar sobre la mejor opción, que armonizara las circunstancias de presupuesto y lascivia. El de la voz, que, como ya dije, tomó presencia únicamente como observador neutral, dio fe de la legalidad del acto, el cual derivó en la decisión de optar por el dos por mil. Casi de manera automática, el adagio acuñado por la sabiduría popular que reza: "lo barato sale caro", resonó en mi cabeza. Allá ellos, pensé, aunque a mí también me tocó aportar algo para conformar la tradicional "vaquita."

¿Justicia poética? No lo sé. El caso es que esa vaquita ajustó para recibír dos ídems. Esa propensión mamona tan mía de decir "se los dije" me orillaba indefectiblemente a perpetrarla, pero, haciendo alarde de un estoicismo casi heróico, me contuve. Además, pensé, el chiste era echar desmadre, vamos a ver qué pasa. Una güera y la otra de un extraño tono prieto cenizo. Empezaron a chupar, es decir, a beber y la cosa se fue ambientando, tal vez demasiado. De rato que se apagan las luces y empieza el show, o más bien el showing, esto es, el enseñadero. Y todos, a una sola voz: "Ea, ea, ea, ea". Se para la morena y comienza a bailarles en sus regazos a los presentes (insisto, yo vi de lejitos), quienes en círculo habíanse reunido para participar del jolgorio. Mientras tanto, la güereja paladeaba una espumosa cerveza y se desparramaba campechanamente en el sofá, al tiempo que era flanqueada por dos miembros de la comitiva que buscan la manera de ejecutar en ella sus más nefandas ocurrencias. Ea, ea, ea, ea, ea...

Así siguió la noche. Después, en el momento cumbre dos chavos se llevaron a la güera a un cuarto, porque al parecer iban a efectuar el llamado Triciclo del Diablo (por aquello de los dos cuernos). Y bolas, que se avientan y lo hacen. Aaaarrrrgggghhhh, me tocó ver un poco de lo que llegaro a hacer, cuando yo y los otros chavos les quisimos hacer la maldad (totalmente obligada) de abrir la puerta del cuarto mientras interactuaban con la invitada. Ja, ja, ja, me despedorré de la risa. No, si hasta eso los cabrones mostraron cierta creatividad producto obviamente de las horas de su vida que habrán pasado mirando pornografía. Yo, por mi parte, seguí disfrutando de unos tragos más, los últimos pues mi botella se estaba terminando, mientras que los demás compañeros se divertían con la morenaza tiznada.

Y bueno, más no puedo describir ni precisar, pues caería en una vulgaridad ajena a la línea que este blog siempre ha seguido. Sólo diré que a lo largo de la noche pude percatarme de cosas tan escandalosas e inverosímiles, como divertidas. Lo dicho, dennos sexo y alcohol y seremos felices, como moscas dándose un festín de caca. Nuestros vicios y flaquezas tienden lazos fraternales entre nosotros. No sé si esto sea algo como pare enorgullecerse, pero en realidad no me importa. La pasamos chido y echamos buen desmadre, que era el objetivo. A final de cuentas cumplimos con el rito de la despedida de soltero, tan injustificado, gratuito e innecesario, como lo es, verbigracia, el de los 15 años, con lo que se prueba, una vez más, que el hombre es un animal de costumbres.

Pd. Una recomendación: Cuando se encuentren en una situación como la narrada, y por las circunstancias se vean compelidos a prestar el acceso carnal, antes de ingresar al aposento que servirá de escenario para dicha práctica, deposite sus pertenencias de valor (cartera, celular, llaves de coche, relojes, anillos, pulseras) con alguien de su confianza, o correrá el riesgo de que alguna de ellas le guste a su compañera y la quiera tomar prestada. En nuestro caso, a uno de los chavos le volaron la cartera, aunque poco después la recuperamos, si bien ya sin billetes, en el baño de la casa. Aguas. Ese consejo les doy, porque su amigo Angelito soy.

lunes, 10 de agosto de 2009

Parece que fue ayer...

Sí, parece que fue ayer. Hoy hace un año desde que un domingo cualquiera, en el que me encontraba pendejeando en internet, decidí crear mi propio blog a partir de la relativa facilidad que esto suponía bajo el perfil Blogger, e inspirado por un par de ellos que comenzaba a leer, el de Hugo García Michel, intitulado El Rojo y el Negro, y otro que se llama La Tormenta Negra. En ambos casos, el descubrimiento de esos blogs se debió a razones azarosas, puesto que buscando otro tipo de información, no recuerdo cuál, en el Google, fui remitido a esas direcciones. Aunado a eso, la inquietud -que más de alguno ha llamado pretención- de escribir ya tenía tiempo rondándome, y para últimas fechas el proyecto de formar un blog colectivo sobre humanidades con un par de amigos (lo que postreramente se concretó en El Canto del Zenzontle), fue lo que finalmente me decidió a crear este medio de expresión, que desde entonces se ha convertido el mejor pretexto para decir pendejadas.

A ciencia cierta, no sabía en realidad qué pretendía con el blog más allá del solaz lingüístico y el ejercicio onanista; es más, a la fecha parece que esa situación persiste, pues sigue habiendo incertidumbre acerca de los rumos que estará tomando esta página. Pero no veo tal circunstancia como algo negativo, sino todo lo contrario: incluso, al no saber qué es lo próximo, yo mismo me llego a sorprender, y ello mantiene al blog como algo aún interesante, al menos para mí. También me ha servido, sin ser ese su propósito inicial, para conocerme un poco mejor a mí mismo. Parecerá un lugar común, pero lo cierto es que mucho de lo que escribo revela algunos rasgos de mi personalidad, unos buenos, otros no tanto. Esto lo confirmo post a post cuando en cada ocasión identifico algo muy mío y que no puedo ocultar en cada texto.

A la par de lo anterior, a través del blog he conocido muchos otros, unos muy chidos, otros regulares y algunos muy puñetos. Hasta no adentrarme en esto del mundo Blogger, me di cuenta de que había muchísimos de estos espacios. Me he vuelto lector asíduo de varios de ellos, y a continuación esbozo una lista de los mismos, sin ningún orden de importancia:







- El Rojo y el Negro

- La Tormenta Negra


- Vivencias algo Rosas... (hoy extinto)






Entre otros. Pasando a otra cosa, hay algo que ha ocurrido a lo largo de este año, y es que me he quedado sin escribir muchos post, ya sea por falta de tiempo o porque finalmente la inspiración o la inquietud ya se me fueron. Así, nunca escribí sobre el toquín de Riders in the Storm en Aguascalientes; sobre el fantoche grupo de blues Aguascalentense Doberman Blues, sobre el último disco de Sigur Rós, mis vivencias infantiles y pubertas, la Selección Mexicana, la película Luz Silenciosa, Armando Vega-Gil, mis teorías pachecas sobre la música, Robert Greene, el Tomás, mi ciudad natal, mi equipo de futbol, más pedas, la boda del carnal del Bisbal, los quince años, la boda de Carla y un extendido etcétera. Algunos de esos temas ya no los abordaré por razones de pertinencia; los demás, no lo sé, siguen abiertos, pero sujetos a ser incluídos en este blog cuando inspiración así me lo indique.

¿Mi peor post en este año? Muy probablemente éste. En general, todos me han gustado porque todos hablan de mí, cada uno desde una perspectiva diferente. ¿Mis favoritos? Mmm... el de Ése soy yo (o exhibicionismo barato), El soundtrack de mi vida, Motorockr Fest 2008, y, por su puesto, Chilango ¿incomprendido? El más tortuoso de todos fue obviamente el que escribí acerca del concierto de Radiohead en México; tardé días en redactarlo y fue un desmadre acomodar el texto y tantas imágenes, además de tanto improperio. Por si fuera poco, se malinterpretó y se le dio más importancia de la necesaria, y desató una gran polémica (bastante pueril, por cierto) sobre "la intolerancia", la que se tradujo en una campaña de censura y señalamiento santurrón y políticamente correcto, totalmente contrario a la consigna de tolerancia que enarbolaban sus artífices. En fin, hubo de todo.

¿Qué me ha dado este blog? Creo que solamente la posibilidad de expresarme de manera escrita, además de brindarme cierto desahogo. La mayoría de las veces me produce un gran placer escribir. Mientras el blog me siga proveyendo de esos satisfactores, seguramente seguirá vivo. Empero, aunque creo que la necesidad de escribir y en general de expresar mis ideas y emociones siempre estará ahí, llegará el día en que llegue a su fin y que sólo sirva de testimonio de las vivencias y ocurrencias que tuve durante el tiempo que abarcó su vida. ¿Que cuándo será eso? Espero que no sea pronto, aunque uno nunca sabe.

A un año del blog, con todo, el balance es positivo. Veremos qué me depara el segundo año de este espacio. Por lo pronto, cierro este primer año con este post un tanto forzado por la ocasión. Hasta el momento, el lector no me dejará mentir, lo he sentido un tanto rígido, tal vez porque lo he escrito sin espontaneidad alguna, y más por compromiso, aunque éste sea conmigo mismo. Ya no sé qué mas agregar, así que aquí termino este texto. Chale, no pensé acabar así de mal el año.

miércoles, 5 de agosto de 2009

En el país de los ciegos, el tuerto también lo está.


Advertencia: Quien no haya leído Ensayo Sobre la Ceguera, de José Saramago, puede prescindir de la lectura de este post.
Desde que el mundo es mundo (bueno, es un decir -bastante pendejo, por cierto-, ya que no sé desde cuándo ocurre esto), y desde que la pachequez se ha instalado como faro rector de la creación pseudoestética, los diversos artistas en general han recurrido al controvertido -y en la mayoría de los casos desafortunado- experimento de intentar adaptar a su propia disciplina, una obra adscrita a una diversa, naturalmente de otro autor. Así, tenemos libros que inspiran canciones, y a su vez piezas musicales que inspiran películas; pinturas que se musicalizan, obras literarias que se llevan al teatro.

De todos estos experimentos, quizás el más socorrido en la historia de las bellas artes ha sido el de la adaptación cinematográfica de algún libro. Tal es el caso de la Película Blindness (en español la llamaron Ceguera, naturalmente), del aclamado director brasileño Fernando Meirelles, que trató de realizar la colosal empresa de llevar al celuloide la magnífica y grandiosa novela Ensayo sobre la ceguera, del sublime escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, José Saramago.

Su estreno pasó inadvertido a mis ojos, y fue hasta hace algunos días que descubrí que ya había sido rodada la cinta, incluso presentada al público. Algo había escuchado yo hace algún tiempo en relación a que se planeaba esa adaptación, pero en realidad no lo tenía muy presente. En cuanto me hube enterado, corrí a rentarla, empujado por la gran expectativa que creaba la traducción visual de dicha novela, por un director ya consagrado que en su currículum cuenta nada menos que con la gran película Ciudad de Dios, que, por decir lo menos, rompe madres. Todo paracía anticipar que se conjugaría una gran historia con una dirección y edición impecables, a la altura de los requerimientos de la obra literaria. Eso parecía en el papel; pero en la práctica, según se irá viendo a lo largo de este post (nótese que siempre tardo mucho echando rollo y haciendo aclaraciones babosas como ésta antes de atacar el sustancioso meollo que pretende trasmitir el texto que se escribe), logramos percatarnos de que muy probablemente, incluso desde el inicio, una pretensión tan ambiciosa estaba condenada al más rotundo fracaso o, cuando menos, a la insatisfacción de quienes han gozado la experiencia de leer Ensayo sobre la Ceguera.

Así como lo oyen, el experimento resultó, si bien no penoso ni patético, sí insuficiente y gris, y dejó a más de uno, o al menos a mí, con un mal sabor de boca. Comenzaré por enunciar que el mayor pecado de la película es haber obviado algunos pasajes de la trama contenida en la novela, como presuponiendo que el espectador ya los conocía, por estar familiarizado antes con el libro. Craso error, puesto que, según mi entender, el propósito de adaptar una obra literaria al cine no es simplemente llenar de contenidos audiovisuales a los elementos de la narración (personajes, ambiente, narrador...), para sustituir a la imaginación del lector, sino muy por el contrario, montar una historia que sea autosuficiente, esto es, que no requiera apoyarse en ninguna otra referencia ajena a ella misma, como en este caso sería el libro del que pretende emanar; una historia que por sí misma sea entendible.

Ésa debería ser la finalidad de la adaptación. Lo demás, y tal fue el caso de la cinta de marras, se queda solamente en un complemento audiovisual de la obra, sólo para que el lector sepa cómo se ven y escuchan los personajes y escenarios sobre los que versa la misma. Sobra decir que cualquier cinta que desconoce este principio está condenada al infortunio y al olvido, puesto que, paradójicamente, como película no sirve. Aquí algunos ejemplos de cómo esta falla que desde mi perspectiva tiene el film, se manifiesta concretamente: casi al principio cuando de súbito comienzan a llevar a los ciegos al nosocomio abandonado, no se explica ni por qué se les lleva, ni cómo, ni por órdenes de quién, ni cuál es el pretexto que se da: simplemente, de buenas a primeras, ya están introduciendo al primer grupo de ciegos, el cual, de forma inexplicable -y, por tanto, inverosímil- logra acomodarse en uno de los tres pabellones con los que contaba el inmueble. En el libro todo esto sí tiene una explicación y por eso el director decidió obviar estos puntos.

También de un momento a otro los ciegos ya estaban acomodados en sus camas; en este caso, se omitió mostrar cómo fue que lograron tan difícil azaña, o al menos que alguno de los personajes lo explicara. Así también sucedió con la organización del primer grupo de ciegos, que era comandado por la mujer del oftalmólogo (el segundo ciego), la cual, a diferencia de sus compañeros, seguía viendo perfectamente bien. También, de repente se mostró que en el edificio en que confinaron a los invidentes había unas cuerdas que los guíaban para ir de un lugar a otro, sin explicar quién ideó eso, o por qué estaban ahí: otra vez obviando detalles que se supone que los lectores ya conocían. Y para no abundar tanto y hacer este post un tanto más digerible, sólo diré que este tipo de detalles fue recurrente durante todo el film.

Ah, pero donde llega a su clímax de torpeza el fallido -y, hay que señalarlo, mentalmente puñetero- ejercicio, es precisamente al final de la película, momento en el que trastoca severamente el final original plasmado en el libro, para con ello crear una intensa desazón y una desagradable confusión en el espectador. No comentaré, por razones obvias, en qué consistió el final en ambos casos; sólo diré que el de la película es una especie de reinterpretación del del libro, al parecer motivado por la apremiante necesidad de ya terminar la cinta de una buena vez sin excederse de las dos horas de rigor. Un narrador/personaje improvisado inexplicable (el tuerto negro [parece albur, pero no lo es], que salió ganón al recibir sexo por compasión de la prostituta grifa [por aquello del lente oscuro]), que pese al estar viviendo los acontecimientos, y al estarse contando la historia en tiempo presente, la narra en pasajes de la película como si ya lo hubiera vivido, como si sólo recordara los hechos; una interrogante sobre el final, que lejos de crear suspense, provoca una sensasión de molestia.

¿Hará falta decir más? En cuanto a lo reprobable de la película, ahí le podemos dejar. Ahora bien, por otra parte, y en honor a la verdad, he de decir que hay cosas buenas, o al menos aceptables en el film. Particularmente algunas escenas están muy bien logradas, tanto por su crudeza como por su precisión y, aquí sí, fidelidad al texto fundamental de Saramago. La inmundicia que reinaba en los pasillos y pabellones del hospital abandonado (¿sí era un hospital? La verdad ya ni me acuerdo), con cacas y orines por doquier y gente encuerada pisándolas y resbalando con ellas. Las escenas donde los ciegos culerísimos del pabellón 3 se dan gusto con las sacrificadas mujeres del pabellón 1, y donde éstas se rebelan. Gente durmiendo desnuda. Las calles hechas un desmadre por la epidemia de ceguera blanca. Es lo rescatable.

Al final de cuentas, ¿qué le podemos reprochar a Mireilles: no haber sido capaz de lograr una adaptación decente del libro, o creer en principio que tal empresa era posible con obtención de buenos resultados? Me inclino más por la segunda opción. Finalmente, esto de las adaptaciones parece más bien un albur: a veces salen bien, muy chingón, incluso superando a la obra original; otras veces, las más, devienen en prescindibles y hediondas cacas (como ejemplo reciente, tenemos la infamia de la película de El Amor en los Tiempos del Cólera). Casos afortunados han sido los de Pantaleón y las Visitadoras, de Vargas Llosa; Rebelión en la Granja (Animal Farm, que, según se dice, inspiró el disco Animals de Pink Floyd), de George Orwell, que no sé quién llevó al cine, e incluso la mexicana El Rincón de las Vírgenes, basada en el cuento de Anacleto Morones, del gran Juan Rulfo. Y claro, claro, las muchas adaptaciones que hizo el magnífico Stanley Kubrick.

lunes, 22 de junio de 2009

Una tocada más...


Todavía ese día, en la mañana cuando desperté, no estaba seguro de querer ir. No parecía un día como de mucho desmadre, pero aun así decidí aceptar la invitación que me había hecho Alma una semana antes. Sigo sin saber a ciencia cierta qué fue lo que me decidió a ir. Un poco de morbo o curiosidad, o la sola expectativa de algo de desmadre, tal vez sea lo que me llevó a asistir al primer (quién sabe si también último) Festival de Rock Aguas Zero.


Hasta después supe que el eventillo llevaba tan desafortunado nombre. Esto era lo de menos, pues en realidad lo "atractivo" del asunto era que el cartel de dicho remedo de festival estaba encabezado por (lo que queda de) La Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio. En segundo orden de importancia, se anunciaba la participación de Panteón Rococó (qué mamada de nombre, la verdad), que en mi caso, más que un aliciente para asistir al toquín, fue una circunstancia disuasiva, pues, sobra decirlo, el grupo en cuestión, no es para nada de mi agrado. Además de esas bandas, aparecían como otras tres o cuatro de menor importancia.


Esto fue el sábado pasado, y estaba anunciado que empezaría a las 5 de la tarde. El escenario: el foro llamado La Megavelaria, que no es otra cosa que una gran explanada con una especie de toldos o lonas, también de gran tamaño, que en otros tiempos fue un conjunto de canchas de básquet y de fut (a donde nos íbamos a echar cáscara cuando nos la pinteábamos de la secun, hace ya bastantes años). Como dije, yo fui para ver a La Maldita, así que calculé llegar al lugar cuando los demás grupos ya hubieran acabado su show y así evitarme el sufrimiento de escucharlos. Como a las 8 se me hizo bien llegar. Cuál fue mi sorpresa, que a esa hora no había demasiada gente y que además apenas iba a empezar a tocar Panteón Rococó. Ni pedo, pensé, ya estamos aquí. Por fortuna, como en cualquier evento, no pudo faltar la cerveza, así que mi consuelo fue echarme algunas y quedar ya bien entonado para cuando entrara La Maldita.


Me tomé unas cuantas, mientras me percataba de que los demás asistentes al evento andaban echando su desmadre mediante el antiquísimo y obligado rito del slam. No lo pensé dos veces, y ahí me tenían metido en los chingazos, sí, con las rolitas ramplonas del Panteón. El razonamiento para justificar tal proceder fue el siguiente: si en los bailes, donde la música que se toca no me gusta para nada, ahí ando dance y dance y echando desmadre, pues en la situación actual no tenía por qué ser de otra forma. Qué bueno que relajé mi puritanismo un poco, porque la verdad me la pasé muy chido durante la actuación del grupo en cuestión, con todo y que su sonorización era malísima -por insuficiente y mal ecualizada-, no se diga sus canciones, que reiteran en su estructura el sonsonete más rudimentario y gastado del Ska y cuyas letras, a más de chabacanas, son profundamente cursis e ingenuas (ahí están esas mentadas de madre a la inteligencia que se llaman Vendedora de Caricias y La Carencia, como ejemplo).


Eso sí: bailé y bailé, eché el slam, pero no canté. Ni pedo ni marihuano ando cantando eso. Reitero, con todo, me la estaba pasando muy bien. El culmen de la actuación de Panteón Rococó vino cuando tocaron la esperadísima La Carencia. Todos esperaban esa pieza, hasta yo, pero no se piense mal, solamente por las posibilidades que ofrecía en el terreno del slam. Y sí, no nos decepcionó: el slam se puso chingón con esa cancioncita, sobre todo cuando sonaba el riff que la identifica. De que el grupo prendió, eso que ni qué. Es innegable. Que son unos cegehacheros e izquierdistas trasnochados e ingenuos (muestra de ello, su manta del EZLN agarrada de un ampli y las letras de algunas de sus canciones), también es cierto.


Dado que una vez que se calmaba el slam, había una confusión general en los alrededores y zonas de influencia de éste en lo que al posicionamiento de la concurrencia se refiere, aproveché durante todo el toquín de Panteón Rococó (insisto, qué mamarrachada de nombre) para irme clavando más y más entre la gente, y así acercarme, junto con Alma, cada vez más al escenario. De estar mucho muy atrás, quedamos a escasos tres metros del escenario. Mañas que se le pegan a uno.


Ya como a las 10:30 de la noche apareció el grupo esperado por tantos años por acá (hasta donde yo sé, corríjaseme si yerro, nunca habían venido a Aguascalientes, o al menos tendrían unos 15 años sin visitarnos): La Maldita Vecindad y Los Hijos del Quinto Patio. Igual prendieron al personal; igual todos coreaban sus canciones. Abrieron con Solín, con la que al parecer muy frecuentemente inician sus gastadísimos –hay que decirlo- shows. El repertorio también incluyó El Circo, Un Poco de Sangre, Ya lo pasado, pasado; Don Palabras, El Tieso y La Negra Patudona, perdón, La Negra Soledad; Los Agachados, Morenaza, las obligadas Pachuco y Kumbala y como otras dos o tres que no logré identificar. Tocaron poco en realidad, ni hora y media. Lo bueno vino cuando interpretaron la ya mencionada Pachuco, que se presta como ninguna otra para aventar chingazo limpio al prójimo mediante el slam. Eso sí lo tengo que decir: perroncísimo slam con esta canción, con todo y que había un cabrón de generosas carnes y buena estatura que andaba sin playera en el aventadero, todo pinche sudadote, no como puerco, pues estos, contrario a la creencia popular, no sudan, pero sí como cualquier otro animal que dentro de sus funciones orgánicas cuente con la de transpirar. Todos lo trataron de evitar, previniendo que en alguna embestida les fuera a untar un poco de sus salados y cervecientos jugos. Sí me anduvo dando asquito.


Cerraron con Kumbala, tal vez su canción más choteada, situación esta última propiciada por la misma agrupación. El grupo alcanzó una buena ejecución de su obra, lo cual no podía ser de otra forma considerando que su repertorio, en relación al tiempo que lleva de existir la banda, es bastante reducido. Tocaron bien, a secas, pero no pude evitar sentir algo de pena ajena con la banda en general: han llegado a ser una caricatura o un mal fusil de sí mismos. Se quedaron estancados musicalmente hablando, y en general en todos los aspectos. La verdad sea dicha, nunca pudieron superar el gran éxito que significó el magnífico disco de El Circo, que les dio fama mundial (sí, mundial), y los llevó a aparecer desde en el legendario y respetadísimo show de la BBC de Londres Later… with Jools Holland, hasta en la revista SPIN, que consideró a dicho álbum como uno de los mejores de la década de los noventa. El Baile de Máscaras pasó más bien sin pena ni gloria, así como el penoso Mostros, de 1998, que es su último disco de estudio y que engrosa mi colección personal (no me juzguen, me lo regalaron en una navidad). Han venido un par de recopilaciones más y algunas participaciones en tributos. Es todo, y parecería que la banda ya no dio para más y que se conforma con tocar las mismas cancioncitas desde hace muchos años, y que las mismas les sean coreadas, sin cuestionamiento alguno, por los fans, que a su vez parecen no cansarse de recibir pan con lo mismo.


Por si fuera poco, la pose del grupo, o al menos de Roco(¿có?), su frontman, sigue siendo la misma: por un lado llenarse la boca hablando del gran Tin Tán, de la época de oro del cine mexicano y de cómo ésta influencia a su música; por otro lado, echando un choro populista y seudo izquierdista que a estas alturas, por su reiteración metódica, sólo produce bostezos, sin mencionar las sandeces ésas de "paz y baile", "buena vibra", "bailando se entiende la gente", "no hay fronteras, todos somos hermanos", y así por el estilo. Por su lado, el buen Sax, haciendo también su desmadrito un tanto penoso, aunque bueno, también hay que apuntarlo, esta vez sí guardó compostura, no como hace unos meses, cuando vino a tocar al Rock n' Driks, que, dicen las malas lenguas, se puso bien pedo, pero pedo, y se andaba agarrando a madrazos con el que se le pusiera en frente. Decía que todo lo anterior da pena. Y dirán ustedes, lectores, ¿a qué chingados vas a verlos si tienes esa opinión de ellos? Lo dije supra, sólo por morbo y curiosidad; además, eso sí, para no dejar pasar la inmejorable oportunidad de echar el slam con Pachuco. Creo que esto último valió la vuelta.

domingo, 7 de junio de 2009

Sigur Rós


El día de ayer me encontraba disfrutando del documental Heima, de Sigur Rós, y recordé cómo apenas el año pasado habían visitado este país. Inmediatamente me di cuenta de que fue justo en los primeros días del mes de junio de 2008, tocaron en la ciudad de Zapopan, Jalisco, y en Tepoztlán, Morelos, encabezando en este último caso el cartel del Festival La Colmena. Tuve la fortuna de asistir a su primer concierto en México, que se celebró en la ciudad tapatía antes mencionada, y ahora presento, un año después, la reseña, que si bien es bastante tardía, no podía dejar se incluirse en este blog, dada la importancia del evento. Aquí les va.

Ahí tienen que arribé a la central de la ciudad de Guadalajara por ahí de las 4:30 de la tarde del día 5 de junio. El concierto de Sigur Rós estaba programado a las 20:00 horas, así que pensé, al llegar, que tendría suficiente tiempo para comprar boleto y llegar al lugar del evento con la anticipación necesaria para agarrar buena posición en la cola de ingreso. Porque sí, en efecto, me fui así, a la buena de Dios, al toquín, sin boleto en mano y sin ninguna garantía de que fuera a conseguir alguno. En lo que agarré un taxi (error, me salió carísimo, aunque al parecer era la única opción de llegar temprano al foro) que me llevara al recinto que albergaría el esperado concierto, y en lo que éste me condujo allí, me dieron las seis de la tarde. El mentado "Calle 2", lugar del evento, quedaba lejísimos de la central, hasta la ciudad de Zapopan, que junto con algunos otros muchos centros de población conforman la Zona Metropolitana de Guadalajara.

Así las cosas, llegué al Calle 2, que es un lugar "multifuncional" como para albergar alguna feria. Cuenta con muchas áreas y foros con distintas vocaciones. El concierto habría de llevarse a cabo en la Ágora, un foro al aire libre, que en nada dista de la famosísima Mega Velaria, que se ubica en el área del perímetro ferial de esta ciudad de Aguascalientes, y que mayormente sirve de escenario para las presentaciones (bailes) de grupos como Intocable, Los Cardenales, La Arrolladora, El Chico (ejem) Elizalde, Pesado, Los Tigres del Norte y un largo etcétera. Sí, escandalícense, también he estado ahí. Decía pues, que llegué al lugar del concierto como las 18:00 horas y me percaté de que ya había bastante gente formada el la fila para entrar. Yo, todavía sin boleto, me aposté en las taquillas, que estaban enfrente, cruzando la avenida, del acceso al Calle 2. Ahí había otras personas esperando, a su vez, que se abriera las taquillas, pues tampoco tenían boleto.

Se percibía un ambiente de incertidumbre, pues por más que pasaba el tiempo no se sabía nada de si se iba a vender más boletos en taquilla, o si sólo se iba entregar entradas a los que ya las habían comprado mediante el chafísima y puñeto sistema de Smarticket (si creen que Ticketmaster es la peor infamia, es porque no conocen Smarticket). La tensión crecía, y yo ahí espere y espere, hasta que llegó una muchachilla rolliza preguntando si a alguien se le ofrecía un boleto. Se me iluminó el rostro y me brillaron los ojos. Le dije: "yo, yo lo quiero", y en ese momento me dispuse a sacar dinero de mi cartera. Ya chingué, pensé. En eso estaba yo, victorioso y arrogante, cuando apenas volteé y me percaté de que la dicha joven, de abundantes carnes, ya estaba transmitiendo a otro güey su boletito, a cambio del pago de un precio cierto y en dinero. Un cubetazo de agua fría. Le grité: "hey, yo te lo pedí primero", y nomás de me quedó viendo con su cara regordeta y grasosa, asomando una expresión de "ni modo, güey." Ah, cómo me encabroné.

Seguí esperando, pero nada que se abría la taquilla. Veía mi reloj. El tiempo corría. Enfrente, la cola se hacía cada vez más larga; y yo que pensé que no iba a haber mucha concurrencia. Crecía mi desesperación, cuando se arrimó un chavo, como medio dark-emo, y me pregunta: "¿Tienes boleto?" Y yo, pensando que el wey andaba consiguiendo, le dije que no, sin voltearlo a ver porque seguía encabronado por el incidente de la pinche gorda que no me quiso vender el boleto. Y que me dice: "Aquí traigo uno, ¿lo quieres?". Ah, cabrón, pensé. Mi reacción fue arrebatarle el boleto antes de contestarle que sí lo quería, y en eso ya se arrimaban dos cabrones a tratar de comprar también el preciado documento, pero, juar juar, se la pellizcaron, porque el ganón fui yo. "¿Cuánto?", le dije. "Pss lo que me costó". Sí, leyeron bien, lo que le costó el boleto, no más. Seguramente el chavo este no andaba para nada hambreado y en general tenía sus necesidades básicas cubiertas, pues de lo contrario habría tratado de revendérmelo a un precio mucho mayor. De volada los saqué y se los di. Trato hecho. Acto seguido, corrí a formarme en la cola, donde todavía habría de permanecer parado más o menos una hora más.

Por fin, nos dejaron entrar al recinto y llegamos hasta la extensa explanada donde disfrutaríamos de Sigur Rós. No había mucha gente, como unos cinco mil cabrones máximo (lo cual agradecí profundamente). Abrió el show un duetillo de música electrónica que se hacía llamar Ellenor, que la verdad resultó bastante chafa y aburrido. Recibieron fuertes mentadas y los instaron a que dejaran el escenario y abrieran paso al grandísimo grupo islandés cuya actuación todos esperábamos ansiosos. Tuvimos que aguantar a Ellenor como media hora, que hasta eso no fue tanto. Mientras hacían su ruidito, yo recreaba la pupila admirando la conocida belleza tapatía, que en este caso no se hizo extrañar, pues había hartas nenorras de bastante buen ver y que sinceramente sí me merecían.

Una vez concluida la penosa actuación de Ellonor (además, ¿qué pinche nombrecito mamuco es ése?), todos empezamos a clamar por Sigur Rós. La expectación iba in crescendo, hasta que aparecieron en el escenario, uno a uno, los miembros de tan excelso grupo, encabezados por el genial Jónsi. Se acomodan y toman sus instrumentos. Comienza el viaje.

Svefn-g-englar, abrió el recital, y desde ese momento comenzábamos a estremecernos. Se notaba que el grupo estaba entusiasmado con el recibimiento que le dimos y que venían dispuestos a dar un gran concierto. Siguieron con el Track 1 (Vaka) del aclamado, magnífico, maravilloso, sublime disco ( ). Una de mis canciones preferidas, interpretada con una cadencia deliciosa, perfecta. Después vino Glósóli, cuya parte final sacudió a los expectadores por igual. Hasta el momento, podía anticiparse que era un gran setlist el que nos esperaba, y efectivamente así fue, si bien hubo algunos grandes temas que se quedaron fuera.

Ahí estuvo también la grandiosa Olsen Olsen, del disco que puso a Sigur Rós en el mapa de la música alternativa mundial: Agaetis Byrjun. Ah, cuánta potencia salía de los altavoces. Era un sonido sólido y abrumador, denso, del que nada podía escapar. La ejecución era perfecta y aun cuando estábamos presenciando cómo se realizaba no alcanzábamos a comprender cómo de esos instrumentos podían provenir sonidos tan expresivos, tan inverosímiles, tan perversos. Se veía, pero no se creía. El grupo tocaba con un una sobriedad imperturbable. Hubo también temas del más reciente disco de la banda, Með suð í eyrum við spilum endalaust, como Inní mér syngur vitleysingur, Festival y Gobbledigook, magnífica pieza esta última que transmite un optimismo extrañamente desesperanzador.

Llegó después la esperada Hoppipolla, seguida de su inseparable Með blóðnasir. Fue uno de los grandes momentos de todo el concierto, dada la enorme hermosura de estas canciones. Todos nos emocionamos (dicen que algunos hasta las lágrimas), y hasta ese punto seguíamos, o al menos yo, sin creer realmente lo que estaba viendo: era demasiada belleza, demasiada expresividad, música como ninguna, como nadie más ha hecho ni podrá hacer jamás. Simplemente hermosa. También disfrutamos de Sé lest y Heysátan, que junto con las ya mencionadas pertenecen al preciosísimo disco Takk..., cuarto del grupo.

Era curioso la forma en que el grupo se hacía acompañar de diversos músicos que conformaban una sección de cuerdas y de metales, todos ellos seguramente oriundos de Islandia, lugar del que proviene la banda. Como que se agarraron a sus primos y primas, sus hermanos, sus cuñados, el carnicero, el lechero, etcétera, y simplemente se los llevaron de gira. Órale, cabrones.

Yo me sentía pleno, con un una emoción exacerbada, a punto del delirio y la locura. Seguramente habría terminado de conmoverme, quién sabe si hasta el llanto, si hubieran interpretado otro de sus más grandes temas: el exquisito, el grandioso y hermosamente desgarrador Milanó. Desafortunadamente, y por una razón que no conozco, decidieron prescindir de esa invaluable joya

Se acercaba el final del concierto, y ya se había tocado también Háfssól y Fljótavík, también del nuevo disco. Aquello se veía que terminaría pronto, y nada más no tocaban el increíble, el genial y perverso Track 7 del ( ). Supe que no lo tocarían cuando en esos momentos comenzó a sonar la introducción de guitarra de otra grandísima canción, tal vez de lo mejor que se hecho en esta década junto con el mencionado Track 7: la arrasadora, violenta, sin madre, Track 8 (Popplagið). Uff, una sacudida encabronada de cerca de 12 minutos de duración. El grupo en plenitud. Eso es Sigur Rós. Eso es música, lo demás son chaquetas mentales. La gran voz de Jónsi, perturbadora y magnífica como pocas, seguía poniéndonos la piel de gallina, y la prodigiosa batería de Orri nos sorprendía y nos dejaba sin aliento con la interpretación de esta pieza, en la que como con ninguna otra muestra su gran capacidad expresiva como músico. Realmente otro pedo.

Terminaron y aun no nos caía el veinte. Se retiraba el grupo. Pedimos otra. Hubo otra: All Alright, canción que también cierra el último disco del grupo. Magnífico concierto, aunque reitero, me quedó a deber un par de canciones. Tal vez la próxima vez...

Me retiré. Eran como las 12:30 de la madrugada y tenía que regresar a la central de Guadalajara para volver a casa. Hubo que agarrar taxi. Ahora mucho más caro, por ser de noche. Ya en la central, tuve que esperar hasta las 4:30 de la madrugada hasta que saliera el primer camión hacia Aguascalientes. Como pude, dormité en las sillas de la sala de espera de la central. La pasé mal, pero lo incómodo de la situación no me afectó en lo más mínimo, pues aun me quedaba el gran sabor de boca que me dejó el glorioso concierto de uno de mis grupos preferidos, tal vez el más importante en la actualidad, junto con Radiohead.

domingo, 31 de mayo de 2009

Moteles




Buscando recuperarse por las pérdidas ocasionadas por las medidas impuestas con motivo de la reciente contingencia sanitaria, los empresarios moteleros del Estado de Aguascalientes, representados por la Cámara Estatal de la Industria Motelera, A. C., han visto la necesidad de darle publicidad a sus negocios para reavivarlos, a fin de que los usuarios de los mismos vuelvan a depositar su confianza en ellos cada que necesiten un nidito de amor, o que quieran seguir perpetrando amoríos ilícitos.

Es por ello que ante la creciente popularidad que ha ganado éste su blog favorito, dicha asociación civil buscó a su autor, el de la voz, para que por este conducto promoviera con sus lectores las diversas opciones que existen en el Estado en materia motelera, para que una vez conociendo éstas elijan las que más se adecuen a su perfil, perversiones y necesidades. Preocupado siempre por la disipación de la sociedad, éste, su charro, no dudó en aceptar. Aquí el catálogo:

Casa Belén. Ubicado en una de las principales y más céntricas avenidas de la ciudad, no se trata en estricto sentido de un motel, sino de un hotel. Empero, ante los escasos huéspedes que se arriesgan a alojarse en un nido de ratas como ése, los administradores se han visto en la necesidad de extender los alcances de los servicios ofrecidos y así permitir que las ganosas parejitas puedan expresarse su amor en el interior de sus suites. Aquí no hay room service, así que si se decide por esta opción tendrá que llevar su propio pomo, refresco, hielos y vasos. Según mis fuentes informan, la tarifa en este establecimiento es de 100 devaluados pesos la noche.

El Pedra. Éste sí que es motel. Uno de los más caros y exclusivos, donde las señoras maduronas con el suficiente poder adquisitivo deciden que tomen lugar sus infidelidades. Éste no es nada céntrico, pues se encuentra casi en las afueras de esta ciudad de Aguascalientes, a la salida a San Luis Potosí. Servicio a la habitación sí hay, e incluye desde bebidas y alimentos hasta los más inverosímiles juguetes sexuales. También hay jacuzzi y televisión por cable. Si usted tiene una novia fresota, éste es el lugar indicado para llevarla después de una ronda de copas. Así también, si tuvo la habilidad de ligarse a una chavita en el Night o el Savannah, ésta es una buena opción para cerrar la noche con broche de oro, y regalarle a la susodicha un bonito recuerdo de Usted, considerando obviamente que después de esa noche no lo volverá a ver en la vida. La tarifa oscila entre los 400 y los 1000 pesos, dependiendo del cuarto.

La Jolla. Un motel de poca monta. Sin embargo, sus usuarios lo defienden a morir, e incluso lo recomiendan. Si en estos andares de la vida usted se llega a controlar a una cholita en algún baile del Magno Salón del Alba(ñil), y la misma le hace jalón y ya desde el baile le viene restregando sus asentaderas, este motel es la opción perfecta para cumplirle a la fina señorita: sus interiores descarapelados y reducidos, sus cucarachas, sus camas duras como piedra y sus sábanas acartonadas por los efectos de quién sabe qué sustancias, le brindarán a su populachera conquista un ambiente de familiaridad que la hará sentirse como en casa y así mostrar un mejor desempeño en el encuentro amatorio. Tiene televisión con cable, mas room service no. Un amigo cercano, cuyo nombre no revelaré para proteger su identidad, y del que sólo diré que le apodan "El Rata", gusta de llevar a las féminas (puras arañas) que se levanta a este rincón de pasión y locura, y parece estar muy conforme con el servicio que recibe a cambio de unos módicos 220 pesitos.

El Asfexias. Otro motel de gran calidad. Se localiza al sur de la ciudad, como quien va para León. Cuartos espaciosos y funcionales, pantallas gigantes y jacuzzi. También cuenta con cuartos temáticos. Si usted busca lucirse con alguna conquista o celebrar una importante fecha, aniversario (incluidas esas variantes mamonas de week anniversary o month anniversary) o día de San Valentín con la 1 (léase la novia oficial o la esposa, según la nomenclatura masculina convencionalmente aceptada), encontrará en este establecimiento el mejor escenario. Mucha discreción. Precios que van desde los 400 hasta los 1200 pesos.

Motel Vallarta 210, interior 39. Tamién conocido como "La Casa del Farol", fue un legendario motel con una ubicación al oriente de la ciudad tan confusa como conveniente: ofrecía una gran discreción y aseguraba que la víctima a la que se llevase no pudiera recordar el lugar al que la condujeron: el crimen perfecto. Minimalista y sin mayores lujos. Nada de room service, así que había que llevar lo que se habría de consumir. Espacioso, aunque no tenía mucho cupo, el cual estaba saturado la mayoría de las veces. Pocos eran los afortunados que sabían de su funcionamiento, lo que contribuyó a que se constituyera en objeto de culto. Era, además, un lugar versátil, ya que en ocasiones llegaba a funcionar como salón de fiestas. Su mobiliario permitía, si había la suficiente imaginación por parte de los usuarios, que se ejecutasen las más diversas posiciones amatorias. Tuvo una vida efímera, de apenas un año y medio. Empero, se libró en él las más intensas batallas máscara contra cabellera (a veces cabellera contra cabellera, cuando no se contaba con la protección debida), y las mayores excentricidades y extravagancias fueron celebradas en el seno de sus cuatro paredes (también en los senos de sus visitantes). En sus últimos tiempos, acababa de ser remodelado y equipado con diverso mobiliario, patrocinado por un tal Richard, reconocido benefactor del negocio, pero el gusto duró poco, ya que unas cuantas semanas después cerró definitivamente sus puertas. Actualmente el inmueble de marras ha recibido una vocación habitacional, y de sus días de gloria sólo quedan recuerdos, entrañables recuerdos.

El Castillo. A decir verdad, un motel bastante decente, aunque suene a contrasentido. Se encuentra en uno de los cuatro accesos de la ciudad, hacia el poniente. Bueno mobiliario, alcobas espaciosas con o sin jacuzzi. Bastante limpio y con cortinas eléctricas en cada cuartito. Servicio a la habitación. Televisión con algunos canales del cable y con cuatro o cinco canales más donde se transmite puras porkis. Buena iluminación, que permite regulación según se vaya requiriendo. Los productos que se ofrece están a precios accesibles. Tal vez la mayor bondad que tiene este lugar es que cuenta con grandes espejos en una de las pardes ubicadas a un costado de la cama, en los que los asistentes pueden estarse viendo mientras efectúan el acto copulativo, lo que contribuye notoriamente a mejorar la experiencia sensorial que éste supone. Precios accesibles que van de los 290 a los 350 pesos, según se quiera cuarto con o sin jacuzzi.

El Moa. El famoso Moa. De características similares a El Castillo, este motel goza de menor preferencia que su antecesor, si bien se ubica justo a un lado de éste. No sé si pertenezca también al mismo dueño. Comenzó a perder adeptos desde que se corrió el rumor de que los encuentros íntimos de los tórtolos que visitaban sus instalaciones eran videograbados, para después venderse, en formato dvd o vcd, en el tianguis de La Purísima, justo en el puesto donde también se puede encontrar el video porki de Michelle Vieth y el de Noelia. Es muy común que quien asista a este bonito establecimiento lo haga motivado por la circunstancia de que su vecino, El Castillo, se encuentre totalmente ocupado. Es una buena opción, empero.

Motel Cuerveros. Este motel es lo de hoy. Es el más nuevo y el que está de moda. Abrió sus puertas hace algunos meses y tiene un mobiliario bastante aceptable. También está algo escondido y retirado, en el vecino, próspero y progresista municipio de Jesús María. El encargado es un tal El Ranas, de rasgos autóctonos y con una notoria aversión hacia los productos del cuidado capilar. Él los atenderá (en el buen sentido de la expresión) con gusto. Es espacioso y ofrece un amplio abanico de posibilidades en lo que a recreaciones eróticas se refiere. Como acaba de abrir, y a manera de promoción para atraer clientela, está regalando preservativos, para que todo aquel que concurra al recinto no tenga que llegar previamente provisto de tan útiles instrumentos y, de paso, no lastimar tanto su bolsillo. Se habla de que pronto establecerá un convenio de colaboración con la conocida cervecería "Las Potrancas", con el fin de que los parroquianos que frecuentan este centro de perdición puedan llevar a sus ligues en turno directo a este nuevo motelito. Aun cuando está de moda, es un lugar muy exclusivo y solo algunos pocos saben de él, pero pronto todo el mundo hablará de él. Las tarifas son variables, pero si le caes bien al tal Ranas, hasta te deja pasar de a grapa.
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Nota importante: La información que aquí expone ha sido proporcionada, reitero, por la Cámara Estatal de la Industria Motelera, A. C., y por ningún motivo debe pensarse que el conocimiento de la misma deriva de la propia experiencia del honorable autor de este blog.


miércoles, 13 de mayo de 2009

Una mosca parada en la pader


Transcurría sin mayor agitación el año de 1999. Sí, han hecho bien sus cuentas, tenía en aquellos mancebos ayeres la inocente y puñetera edad de 16 añitos. Probablemente a mediados de esa anualidad, no recuerdo exactamente qué mes fue, me dirigí a la famosísima e insigne tienda -tal vez la única en su génereo en ese tiempo- denominada Lo Machín del Rock, negocio en el que se expendía los más diversos productos que la juventud rockera aguascalentense demandaba: playeras de grupos, discos, cassettes de audio y de video (aún no proliferaba el uso del formato dvd), revistas, incluso, creo, algunos instrumentos musicales usados (seguramente también harto ácido, si bien en cierta ocasión, con una ñoñísima e hipócrita extrañeza, el encargado del lugar, un tal Zéus, después de haber sido interpelado por el de la voz solicitándole de la manera más atenta tuviera a bien proporcionarme, a cambio de un precio cierto y en dinero, un poco de esa maravilla, aseveró que ahí no rolaba tan prodigioso químico, y que la única sustancia con la acompañaban sus reuniones era el Frutsi de piña, no muy frío, helado ni esperarse, pues hacía daño). Casi todo era piratería, precisamente porque muy difícilmente podía conseguirse en original en esta ciudad, incluso en el país. Era costumbre arraigada visitar la negociación sólo por ver qué novedades podría uno encontrarse en cada oportunidad.

Decía, pues, que en una ocasión entré a la negociación de marras, y me encontré con algo que llamó levemente mi atención: una revista en cuya portada aparecía la pellejuda y tantas veces espetada figura de Courtney Love, sobre un fondo rojo que a su vez mostraba el rostro de Kurt Cobain. Sin vacilar, la tomé de inmediato, pues la sola circunstancia de que, según se indicaba, contuviera información relacionada con el músico, era suficiente para adquirirla, así me quedara sin dinero para el camión y tuviera regresar caminando a casa. Desde la propia presentanción de la revista se apreciaba ya una especie de desafío a los convencionalismos editoriales más arraigados, pues estaba diseñada en tamaño oficio. Su nombre, que en ese momento me parecía de lo más ordinario: La Mosca en la Pared.

Adentrarme al contenido de la revista significó recibir una fuerte sacudida: todo, formato, textos, fotografías y diseño eran algo totalmente fuera de lo común, o al menos lejano a cualquier otra cosa que yo hubiera visto antes. En el pasado había tenido contacto con algunas revistas como la inocua Switch o la ingenua Nuestro Rock, y eran las únicas referencias que tenía acerca de lo que era una revista de rock, lo que fuera que ello significara. La revista acusaba una frescura nunca antes percibida y daba gusto leerla. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, y en este caso no fue la excepción, pues desde ese momento la publicación me convenció y atrapó. Y no era para menos: aparecían en ese número las plumas que considero las mayores glorias de la revista: Jairo Calixto Albarrán, Hamlet Ultrapeluche, Eusebio Ruvalcaba y Armando Vega-Gil, con textos realmente notables (los cuales, en los casos de don Eusebio y el Jairo, ya han sido transcritos, a manera de reconocimiento, en este blog).

Ese primer ejemplar oficial que tuve en mis manos (bueno, de hecho no, porque la primera Mosca que alguna vez hojeé, tal vez uno o dos años antes en una tienda de revistas, fue uno en cuya portada aparecían los Beastie Boys, pero en aquella ocasión, idiota, no presté atención), que es el mencionado, era un número atrasado, ya que databa del mes de abril de ese año. En el mes corriente, que me parece que era septiembre, el número tirado era el 32, engalanado en su anverso con las poses de los Red Hot Chilli Peppers, otra banda que entonces me encantaba. No dudé en comprarlo, y así comprobé que la grandiosa experiencia de la lectura de La Mosca no era una casualidad de un solo número, como el burro que tocó la flauta, sino una constante y una convicción de sus creadores y colaboradores. A este ejemplar pertenece uno de los más grandes textos jamás escritos, a mi parecer, por Armando Vega-Gil -y posiblemente el mejor que se llegó a publicar la revista-, que se intituló Cogerse Viejitas (creo que no hará falta explicar su temática). Con esta edición quedé sempitenrnamente prendado de la revista: sería su fiel lector hasta el fin de los tiempos (los míos o los de ella).

En este número participaba también la genial y renegada Fernanda Solórzano, crítica de cine que representa el prototipo de mi mujer ideal (aaaaahhhh), quien ya en aquel tiempo, teniendo probablemente la edad que yo poseo ahora, hacía alarde de una capacidad expresiva y analítica encomiable, una claridad mental como pocas. No la descubrí a ella, empero, sino hasta varios números más adelante.

No dejé de adquirir mes con mes la revista a partir de entonces, de una manera casi religiosa. Había de todo en ella: crítica musical, reseña de discos, de libros y de películas; noticias sobre artistas y grupos, todo ello relacionado con el mundo del rock, el blues, el jazz y la música alternativa. Básicamente, dirían algunos de forma anticipada, todo lo que debe abarcar una revista especializada en música. Pero en el caso de La Mosca no era sólo eso: lo que realmente la caracterizaba y la distinguía de los demás pasquines y revistuchas que se tiraba en este país era su actitud desfachatada, antisolemne, políticamente incorrecta, corrosivamente crítica y deliciosamente sardónica, transgresora: no respetaba credos, ideologías, fanatismos, reverencias, protocolos, indulgencias ni posiciones de fama o poder. Arrasaba con todo y con todos. Esta postura, además de ganarle correligionarios, naturalmente, también la hizo blanco de los más enconados odios de sus detractores (léase Saúl Hernández y Jaguares, Control Machete, La Maldita Vecindad, Maná y un largo etcétera), lo que le daba a la revista un carácter aun más rebelde: las cacas grandes eran por fin cuestionadas.

El editorial, titulado Ojo de Mosca; el espacio de comunicación e intercambio de ideas y opiniones con los lectores, que se llamó El Buzón de Mamá Mosca; las noticias cuatroporcuatro; las reseñas de discos, Tiovivo; los textos varios de El Desván; El Soundtrack de mi vida; eran las secciones fijas de la revista. A la par de ellas, se encontraban las columnas de los colaboradores: El Diario Íntimo de un Guacarróquer, del ya mencionado Armando Vega-Gil; ¿O no?, después llamada Un Hilito de Sangre, del magnífico Eusebio Ruvalcaba; Más Extraño que el Paraíso, del fumadísimo Hamlet Ultrapeluche; La Cocina del Alma, del aclamado por todos, excepto por mí -al menos por lo que ve a esta columna, pues su trabajo como novelista no lo conozco- José Agustín; Incineraciones, de la ya mencionada Fernanda Solórzano; y por último, y no por ello menos importante sino todo lo contrario, la columna, que en sí no sé si tuvo algún nombre representativo (sería lo de menos), del gran Jairo Calixto Albarrán.

No omito mencionar la importancia del consejo editorial que dirigió la publicación, encabezado por Hugo García Michel. De la mano del dicho cuerpo colegiado, pero sobre todo del señor Hugo, la verdad sea dicha, para bien o para mal, la revista tomó el rumbo que la llevó a ser objeto de culto, a convertirse, sí, duélale a quien le duela, en la mejor revista de rock hecha en México.

Fue una publicación que influyó hondamente en mi persona. De ella tomé esa actitud irreverente y sarcástica que hasta el día de hoy me caracteriza; con ella supe el significado e importancia de la crítica; gracias a ella me encontré con nuevas posibilidades expresivas más allá de los convencionalismos, otras formas de ver la realidad. En resumen, mi talante eminentemente crítico fue forjado por sus páginas. Yo soy uno antes de La Mosca, y otro después de ésta. Al margen de ello, también le debo el bagaje musical que poseo, pues gracias a ella conocí a grupos y artistas que de otra forma habría sido difícil encontrar. Me ofreció un panorama y conocimiento más amplio del fenómeno rockero.

Nueve años disfruté la mosca. Después, en el mes de marzo de 2008, se anunció su funesto final. Inesperadamente, la casa editorial de la publicación tomó la decisión de que no se tirara más, por lo poco redituable que ya resultaba. Yo me vine a enterar como medio año después, y nunca me imaginé que algo así sucedería. En su momento creí que era solamente un retraso en la edición de los números -que ya había sucedido con antelación-, o, en el peor de los casos, que ya no la fueran a distribuir por acá por estas tierras. Algunos dicen que se veía venir, que La Mosca estaba en decadencia. Ciertamente sus últimos, digamos, tres años, no fueron los mejores de su historia, pero seguía siendo una magnífica revista, aún la mejor. Ya para esos últimos tiempos, recuerdo que la compraba y la leía poco: quería tenerla más como objeto que como texto, por lo que había significado en mi vida. Hacía ya tiempo que no escribían los grandes: Jairo Calixto Albarrán, Armando Vega-Gil y Hamlet Ultrapeluche, y tal circunstancia había logrado desdorar la magnificencia de la revista. Su vida, como todas las vidas, fue parabólica: inició abajo, alcanzó su culmen y finalmente decayó.

Desde hace algunos meses -de hecho, desde que se hizo pública la cancelación de la revista- se anunció, en el blog de Hugo García Michel, que el proyecto se retomaría, si bien no como la misma revista con el mismo nombre, sino como algo nuevo que rescataría las principales cualidades de su antecesora. Todos esperábamos con ansias y visitábamos constantemente dicho blog para saber qué sucedía. Finalmente la noticia se dio hace algunas semanas: volvía, en un segundo regreso, La Mosca en la Pared, con una pequeña salvedad: esta vez no vendría en formato impreso, sino como una página de internet. Así se proclamó el nacimiento de La Mosca en la Red.

¿Qué nos deparará esta nueva etapa de La Mosca? El tiempo lo dirá. Por el momento, este post mal escrito y sin coherencia es mi homenaje a la revista y a sus colaboradores. Es la carta que siempre quise enviarles, el e-mail que siempre quise escribir. Siempre dije: "algún día les escribiré". El día nunca llegó, y ahora sólo me queda presentar este texto como muestra de mi admiración y gratitud por la revista, que aunque ciertamente resulta tardío, no por eso es menos sincero.

Gracias por tanta música, por tanta crítica, por tanta procacidad. Gracias, Mosca.

viernes, 1 de mayo de 2009

Ése soy yo (o exhibicionismo barato)


En días recientes alcancé la edad de 26 años. Épocas como ésta me mueven indefectiblemente a la reflexión, -o, al menos, al malviaje y a la pachequez. Me vienen a la mente mil cosas, y no puedo evitar recordar diversos episodios de mi vida, algunos de ellos trascendentes, otros difíciles, unos más tristes, así como muchos alegres y felices, inolvidables. Se supondría que la suma de todos esos momentos hacen lo que soy al día de hoy (qué chinga me acomodaron, la verdad), y también permiten proyectar qué será de mí en algunos años. He visto, pues, la necesidad de hablar el día de hoy de mí en este blog, si bien de lo que he escrito a lo largo de estos meses puede conocérseme aparentemente en una buena medida (el pez por su boca muere). Sin ningún tipo de rigor, ni mucho menos pudor, y al ahí se va, me propongo revelar algunos datos de mi persona-que seguramente a nadie interesan- y/o preocupaciones que me aquejan al día de hoy: quién es Ángel en este momento y cómo ha llegado a ser lo que es, partiendo de lo que ha sido pretéritamente.


Ángel siempre se creyó más inteligente que los demás. No es precisamente alguien brillante ni mucho menos, pero todavía al día de hoy no concibe que alguna persona sea más inteligente que él. Los habrá más cultos, más habilidosos, más agraciados, más simpáticos, más nobles y más divertidos, pero más inteligentes no. No hay personas que, digamos, en su categoría, le superen en inteligencia; es decir, bajo las mismas circunstancias de entorno, preparación y oportunidades, en el rubro de la inteligencia nadie le superaría. Ese ha sido tal vez su mayor delirio en la vida, pues sabe que debe haber personas, pares a él, que lo derroten en este ámbito, pero simplemente no lo acepta, no le entra en la cabeza. Él es el que cabila chido, el non plus ultra del razonamiento. La única superioridad que admite en este rubro es la de personas que no se ubican en circunstancias similares a la suya: científicos famosos, filósofos o grandes escritores. Aún así, el muy pendejo cree, ingenuamente, que en igualdad de circunstancias, podría vencerles.


¿Cuál es la explicación de tal megalomanía? No lo sabe. A lo mejor su corto entendimiento es lo mejor que cree tener, y por eso lo maximiza y distorsiona para cubrir o disfrazar otras falencias que hay en su persona. Con todo, la verdad sea dicha, enarbolando la bandera del pragmatismo y siguiendo los convencionalismos sociales que más le acomodan, busca ser reservado y modesto, hasta humilde. En su actuar consciente se conduce como una persona mesurada y prudente, pero nada más es cosa de que le den cuerda, y le hagan dos que tres cosquillitas, y sale a relucir su verdadero rostro, el del sabelotodo, el del que siempre quiere tener la razón.


Empero, en su descargo hay que decir que siempre que encara una discusión o debate, lo hace con la mejor disposición de que, si recibe el argumento adecuado, pueda cambiarse su opinión. Además, gusta de transmitir el poco conocimiento que pueda tener y trata de no imponerse (si bien en el fondo está seguro del error del interlocutor). Digamos que hasta cierto punto es consciente de su situación y trata de atenuarla, y busca en la medida de lo posible alejarse de ella en tanto es conveniente. Es un impulso involuntario en él, casi un instinto, pero día a día trata de dominarlo y, hay que decirlo también, a estas alturas de su vida ha logrado tenerlo bajo control, si bien de vez en cuando surje y lo vuelve a embriagar hasta la ofuscación.


Ángel es auditivo. En el esquema de la programación neurolingüistica, según el cual las personas perciben el mundo predominantemente en alguna de estas formas: visual, kinestésica y auditiva, este indiviuo sería una persona auditiva. Siendo así, le atrae el lenguaje y lo relacionado con el mismo. Los idiomas le fascinan. Sobra decir que es un melómano y que gusta de la lectura -aunque hace meses no lee un libro. Cualquier ruido puede distraerlo, incluso sacarlo de quicio. Ha llegado a odiar personas tan solo por su todo de voz o su forma de hablar. Odia los doblajes en general, aunque venera y reconoce a las contadas excepciones de buenos doblajes que existen. Ha dejado de ver caricaturas que otrora le encantaban, por el simple hecho del cambio de voz en el doblaje (Los Simpsons, Padre de Familia, American Dad, algunos episodios de South Park). Es muy quisquilloso, entre otras cosas, en eso de las cuestiones sonoras.


Disfruta de una buena cerveza y una buena charla con un amigo. Disfruta mucho más las pedas. Le gusta beber y embriagarse. Sí toma seguido, pero en realidad sólo algunas veces sí se ha puesto realmente como araña pisada. Tal vez el alcohol saca lo mejor de él como persona: lo hace noble, simpático, afable, cooperador, bailador, incluso le da claridad mental para elucubrar las más interesantes reflexiones (mismas que nunca recuerda al día siguiente y que mueren en el anonimato). Se vuelve gallardo y emprendedor. Brioso. Tal vez sus mayores proezas sexuales han ocurrido bajo el influjo del alcohol.


Constantemente se recrimina con dureza por no ser más de lo que es. Se reprocha su falta de disciplina y su desorganización. Sobre todo no se perdona su desidia y esa inexplicable capacidad que tiene de perder el tiempo. Tal vez se exige demasiado, dirán algunos. Él no lo cree así. Él está convencido de que puede lograr más, pero que el mayor obstáculo para hacerlo siempre ha sido él mismo. Estos reproches son aun más recurrentes a estas alturas de su vida, donde ha llegado a un punto de indefinición e incertidumbre en algunos de los aspectos de ésta: ¿Fue esto lo que siempre quiso hacer? ¿El trabajo terminará por devorarle? ¿La enajenación se apoderará de él? ¿Desaparecieron los sueños y aspiraciones de hacer algo realmente significativo en la vida? ¿Llegará el día del colapso, en que lo invada irremediablemente la idea de haber seguido durante su vida el rumbo equivocado? Si a estas alturas sigue sin superar sus más grandes temores y traumas, ¿algún día lo logrará? ¿Terminará siendo un viejo amargado y aburrido? ¿Es, en definitiva, quien creyó que sería cuando tuviera esta edad? ¿Está donde pensó y quiso estar?


Por fin, ¿tendrá algún día los huevos de mandarlo todo al carajo y empezar de nuevo y enderezar su vida?


Ángel es, también, profundamente egoísta. No le importan los demás; o bien, sólo le importan en tanto pueden redundarle en un beneficio. No es así porque quiera ser culero, simplemente es su inclinación natural. Le cuesta mucho trabajo mostrar empatía, pero realmente lo intenta. También, como en el caso de su delirio de grandeza, lucha constantemente por tratar de preocuparse por los demás, especialmente por las personas cercanas a él. Este tendencia la lleva a la práctica con mayor efectividad en su desempeño profesional como abogado, pero ello se debe a que la misma profesión se lo exige. Y qué bien, pues en ese aspecto le ha ayudado a ser mejor. Ángel siente una gran gratitud hacia la abogacía porque le ha permitido desarrollar habilidades que naturalmente no se le dan.


Ángel tiene aún la capacidad de ser conmovido por ciertas canciones. No dirá cuáles. Alguna de ellas seguramente lo hará romper en llanto, y por ello la evita a toda costa. Esas melodías, las que realmente le llegan, tienen que ver con ciertos momentos de su vida, y sobre todo con su familia y consigo mismo. Muy probablemente, en algunos años, pasará horas encerrado, solo y ebrio, torturándose con el sonido desgarrador de estas canciones, recordando la vida que se le fue de las manos. No quiere pensar en ello, pero no lo descarta como una posibilidad factible.


Le gusta reír y hacer reír. Y más que reír, burlarse: disfruta enormemente la burla malvada y culera, el sarcasmo y la ironía. Eso siempre lo ha caracterizado y le ha hecho ganar tanto simpatizantes como detractores. No le importa. Él goza, y al parecer fue la única forma de humor que se le ha dado. Admira a los que son simpáticos de manera natural y no tienen que andar escarnizando al prójimo de la manera más ruin posible. Busca, incluso, aprehender de ellos, en esa prudente tendencia que ha seguido de unos años para acá de apartarse, en la medida de lo conveniente, de sus más primarios impulsos.


Disfruta. También disfruta de la vida y sus mieles. Ha conocido los placeres mundanos que nos son ofrecidos día a día y ello lo hace con el mayor desenfado. Algunas etapas de su vida han recibido algún sentido debido a esta inclinación desmedida por lo placentero. Ésta, en particular, no es la excepción, y en ella parece que Ángel se ha abandonado a los más caprichosos designios de su ramplón hedonismo. Qué bueno que lo haga. Que disfrute ahora que puede antes de que la vida le pase factura y que se dé cuenta del precio que habrá de pagar. No le importa. Al final, sin un dios en quién creer, sin una vida en el más allá en la cual estar esperanzado, lo peor que puede hacer en este mundo es tener contemplaciones de ningún tipo y, mucho menos, mucho menos, privarse de los dulces placeres (los más dulces son los prohibidos) que brinda la vida.


Y finalmente vive. A pesar de todo vive y quiere mirar adelante. Pese a días como éste, en que todo se vuelve una confusión, se rehace y vuelve a encarar la vida con cinismo, convencido de que sea ésta tal vez la única manera posible de hacerlo.

Otras veces, la mayoría, no vive; sólo mata el tiempo.