martes, 30 de marzo de 2010

Y volver, volver...

Hoy hace exactamente 3 meses, con los pocos alientos que me quedaban, y de una forma más bien arrebatada (aunque el resultado no me pareció tan malo), escribí mi último post. No lo recuerdo bien, pero casi estoy seguro que éste ha sido el más largo periodo de sequía de este blog, sequía que parecía prolongarse indefinidamente, o bien, incluso llegar a un triste y deshonroso final para este espacio -y en su etapa menos prolífica, por si fuera poco. Pero no, aquí me tienen retomando éste que muchos -entre ellos, a veces yo- consideran un ejercicio de necedad, narcisismo gratuito y autocomplacencia, si bien hasta estos momentos no tengo claro de qué va este nuevo post, el primero del año 2010. Esperemos que conforme se vaya desarrollando pueda advertirse un tema o idea conductora de sus párrafos, para que al final tengamos un producto completo, coherente al menos en apariencia.

Así pues, para seguir con lo anterior, comenzaré por tratar de establecer las posibles causas del prolongado letargo de este blog. La primera de ellas ha sido, naturalmente, la falta de tiempo. Desde los estudios de maestría que acabo de emprender este año en la ciudad de Guanajuato, hasta las estancias en distintas ciudades los fines de semana por motivos tanto amorosos como desmadrosos. Esto me ha mermado en cuanto a tiempo y ganas de trabajar, aunque paradójicamente ha dado mucho sobre lo cual escribir (si bien no lo plasmé en este blog y probablemente nunca lo haga). Otra razón es la intensa hueva que siempre me ha acompañado, y a la que le debo la frustración de muchos proyectos que he emprendido.

Aunado a las anteriores razones, hay otra de no menos importancia: conforme va pasando el tiempo y se deja de escribir, se va haciendo cada vez más difícil retomar la pluma, o, en este caso, el teclado. Por un lado, se pierde la práctica y el hábito; ya no recuerda uno ni por dónde se empieza, ni cuál era la metodología -si existía alguna- que se empleaba. Por otro lado, entre más notoria se va volviendo la ausencia, existe la exigencia autoimpuesta de volver con un súper post, uno que haga historia, uno que redima, que consagre y que haga olvidar a los lectores el exageradamente largo silencio del autor. Un regreso triunfal. Esta necia pretensión, empero, deviene en un círculo vicioso, en el que no se escribe porque no se concibe ese post magnífico que nos habrá de reivindicar, precisamente porque por la misma inactividad se ha perdido la práctica, el hábito e incluso la inspiración. Así que todo parece un callejón que no tiene salida, sino sólo regreso al punto de partida, la inacción.

Esta breve reflexión y lo que se propone para salir de ese círculo vicioso no son de mi autoría, naturalmente, pues en estos momentos de impotencia intelectual sería impensable que yo los hubiese concebido. Muchos otros bloggers (creo que ese término nunca me terminará de convencer) han pasado por las mismas vicisitudes e incluso han llegado a identificar el problema y lo han superado, tal vez sin tener conciencia de cómo lo hicieron; sin embargo, uno de ellos logró desentrañarlo, acotarlo, digerirlo, y proponerle una solución metódica; por ello, se merece todo el mérito, aunque sinceramente su blog me gusta cada vez menos. Y la respuesta es simple: escribir, simplemente volver a escribir cualquier cosa. Escribir por escribir y dejar de lado pretensiones exageradas.

Sin embargo, la solución de simplemente retomar el ejercicio, por más puñetero que sea, de escribir, no fue lo que en definitiva me determinó a hacerlo, sino el haber encontrado una razón para continuar con esta práctica, a pesar del lógico desinterés que la gente tiene de leer las jaladas que escribo. Yo me cuestionaba la continuidad de este blog por el hecho de que ya muy poca gente, que se podía contar con la palma de una mano y sobrando dedos, lo leía con regularidad; y por ello, necesitaba una razón para continuar con esto. Afortunadamente la encontré, cuando casualmente en otro blog me topé con una cita de Oscar Wilde, ingeniosa como todas las suyas:

"No voy a dejar de hablar sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo."

Es decir que por más pendejadas y sandeces que uno diga -o, en este caso, escriba-, ello se ve justificado por el simple hecho de disfrutar hacerlo, por encontrar regocijo en lo que uno tiene que expresar, aun sea para uno mismo. Lo dije cuando empecé este blog y ahora lo confirmo: esto es, ante todo, un ejercicio narcisista. Así sea, pues.

Así que aquí me tienen, escribiendo cualquier cosa para volver; y cuándo volveré a volver, eso no lo sé.