lunes, 24 de agosto de 2009

Esto ocurrió el sábado




Me invitaron; me invitaron. Conste. Yo no organicé nada. Es más, yo ni quería ir; yo simplemente quería echarme unos etanoles. Sí conocía al festejado, y de hecho le hablo chido al wey (en la peda todos son amigos), pero no era alguien tan cercano a él como para ser directamente invitado a una celebración de tal importancia y privacía. Pero ahí me tienen, haciendo bola y acoplándome al desmadre con otros pares a mí.

Y es que, si se repara en ello, es muy fácil entablar buen cotorreo en un corto tiempo con los congéneres (claro, si se es hombre, pues en el caso del sexo femenino lo natural es lograr en las mismas circunstancias enemistades y odios), puesto que hay dos cosas que nos hermanan universalmente, trascendiendo las barreras del idioma, la la raza y la condición social: el alcohol y las mujeres (o bien, más explícitamente el sexo). En estos dos temas es fácil coincidir, pues es común que se compartan vicios relacionados con ellos (y es general convicción que los hombres tienen una propensión innata al vicio). Aunado a ello, una complicidad tácita como presupuesto de toda interacción social entre pares, crea la ocasión propicia para un buen desmadre.

Tal fue el caso del sábado. Un cuate, al que apodamos El Come, me invitó a la despedida de soltero de un compa de él, igualmente borracho y jarioso, que sólo sé que se llama Alexis. Ya aclaré que yo sólo fui a chupar (chin, ya me eché de cabeza), digo, solamente a beber alcohol y preterintencionalmente ponerme una buena guarapeta, sin importarme la latente posibilidad de que, como es costumbre arraigada, en el orden del día se incluyera la presencia femenina tendiente a divertir, como sólo a ese sexo le es dado hacerlo por las cualidades naturales de que fue provisto, a los ávidos parroquianos. Y como decía, ahí voy. La reunión se verificó en una casa de uno de los cuates del festejado y convocó a unas ocho personas que se veía que estaban bastante versadas en las cuestiones de la contratación de servicios eróticos (pirujas, escorts, bailarinas y similares), además de tener un aplio panorama de la oferta cachonda que presenta nuestra amada ciudad de Aguascalientes. Desde las de a cien (kilos) de la Rodolfo Landeros y Tercer Anillo, pasando por las desdentadas meretrices que rozan la tercera edad (las cuales al parecer son muy populares, aunque no me llego a explicar por qué) que siguen aferrándose al talón como forma de vida y como cruz, siguiendo por las guerreras bailadoras del Bara-Bar (cuya escenografía, dicen, dicen, es de película de El Caballo Rojas, Lalo El Mimo y Pedro Webber Chatanuga), y terminando, por supuesto, con las esculturales Barbies de los teibols nice de la comarca, de todas tienen referencia estos jalapeños compañeros.

Así que con toda la experiencia acumulada por esos andares de degenere y perversión, la H. Asamblea convocada procedió a deliberar sobre la mejor opción, que armonizara las circunstancias de presupuesto y lascivia. El de la voz, que, como ya dije, tomó presencia únicamente como observador neutral, dio fe de la legalidad del acto, el cual derivó en la decisión de optar por el dos por mil. Casi de manera automática, el adagio acuñado por la sabiduría popular que reza: "lo barato sale caro", resonó en mi cabeza. Allá ellos, pensé, aunque a mí también me tocó aportar algo para conformar la tradicional "vaquita."

¿Justicia poética? No lo sé. El caso es que esa vaquita ajustó para recibír dos ídems. Esa propensión mamona tan mía de decir "se los dije" me orillaba indefectiblemente a perpetrarla, pero, haciendo alarde de un estoicismo casi heróico, me contuve. Además, pensé, el chiste era echar desmadre, vamos a ver qué pasa. Una güera y la otra de un extraño tono prieto cenizo. Empezaron a chupar, es decir, a beber y la cosa se fue ambientando, tal vez demasiado. De rato que se apagan las luces y empieza el show, o más bien el showing, esto es, el enseñadero. Y todos, a una sola voz: "Ea, ea, ea, ea". Se para la morena y comienza a bailarles en sus regazos a los presentes (insisto, yo vi de lejitos), quienes en círculo habíanse reunido para participar del jolgorio. Mientras tanto, la güereja paladeaba una espumosa cerveza y se desparramaba campechanamente en el sofá, al tiempo que era flanqueada por dos miembros de la comitiva que buscan la manera de ejecutar en ella sus más nefandas ocurrencias. Ea, ea, ea, ea, ea...

Así siguió la noche. Después, en el momento cumbre dos chavos se llevaron a la güera a un cuarto, porque al parecer iban a efectuar el llamado Triciclo del Diablo (por aquello de los dos cuernos). Y bolas, que se avientan y lo hacen. Aaaarrrrgggghhhh, me tocó ver un poco de lo que llegaro a hacer, cuando yo y los otros chavos les quisimos hacer la maldad (totalmente obligada) de abrir la puerta del cuarto mientras interactuaban con la invitada. Ja, ja, ja, me despedorré de la risa. No, si hasta eso los cabrones mostraron cierta creatividad producto obviamente de las horas de su vida que habrán pasado mirando pornografía. Yo, por mi parte, seguí disfrutando de unos tragos más, los últimos pues mi botella se estaba terminando, mientras que los demás compañeros se divertían con la morenaza tiznada.

Y bueno, más no puedo describir ni precisar, pues caería en una vulgaridad ajena a la línea que este blog siempre ha seguido. Sólo diré que a lo largo de la noche pude percatarme de cosas tan escandalosas e inverosímiles, como divertidas. Lo dicho, dennos sexo y alcohol y seremos felices, como moscas dándose un festín de caca. Nuestros vicios y flaquezas tienden lazos fraternales entre nosotros. No sé si esto sea algo como pare enorgullecerse, pero en realidad no me importa. La pasamos chido y echamos buen desmadre, que era el objetivo. A final de cuentas cumplimos con el rito de la despedida de soltero, tan injustificado, gratuito e innecesario, como lo es, verbigracia, el de los 15 años, con lo que se prueba, una vez más, que el hombre es un animal de costumbres.

Pd. Una recomendación: Cuando se encuentren en una situación como la narrada, y por las circunstancias se vean compelidos a prestar el acceso carnal, antes de ingresar al aposento que servirá de escenario para dicha práctica, deposite sus pertenencias de valor (cartera, celular, llaves de coche, relojes, anillos, pulseras) con alguien de su confianza, o correrá el riesgo de que alguna de ellas le guste a su compañera y la quiera tomar prestada. En nuestro caso, a uno de los chavos le volaron la cartera, aunque poco después la recuperamos, si bien ya sin billetes, en el baño de la casa. Aguas. Ese consejo les doy, porque su amigo Angelito soy.

lunes, 10 de agosto de 2009

Parece que fue ayer...

Sí, parece que fue ayer. Hoy hace un año desde que un domingo cualquiera, en el que me encontraba pendejeando en internet, decidí crear mi propio blog a partir de la relativa facilidad que esto suponía bajo el perfil Blogger, e inspirado por un par de ellos que comenzaba a leer, el de Hugo García Michel, intitulado El Rojo y el Negro, y otro que se llama La Tormenta Negra. En ambos casos, el descubrimiento de esos blogs se debió a razones azarosas, puesto que buscando otro tipo de información, no recuerdo cuál, en el Google, fui remitido a esas direcciones. Aunado a eso, la inquietud -que más de alguno ha llamado pretención- de escribir ya tenía tiempo rondándome, y para últimas fechas el proyecto de formar un blog colectivo sobre humanidades con un par de amigos (lo que postreramente se concretó en El Canto del Zenzontle), fue lo que finalmente me decidió a crear este medio de expresión, que desde entonces se ha convertido el mejor pretexto para decir pendejadas.

A ciencia cierta, no sabía en realidad qué pretendía con el blog más allá del solaz lingüístico y el ejercicio onanista; es más, a la fecha parece que esa situación persiste, pues sigue habiendo incertidumbre acerca de los rumos que estará tomando esta página. Pero no veo tal circunstancia como algo negativo, sino todo lo contrario: incluso, al no saber qué es lo próximo, yo mismo me llego a sorprender, y ello mantiene al blog como algo aún interesante, al menos para mí. También me ha servido, sin ser ese su propósito inicial, para conocerme un poco mejor a mí mismo. Parecerá un lugar común, pero lo cierto es que mucho de lo que escribo revela algunos rasgos de mi personalidad, unos buenos, otros no tanto. Esto lo confirmo post a post cuando en cada ocasión identifico algo muy mío y que no puedo ocultar en cada texto.

A la par de lo anterior, a través del blog he conocido muchos otros, unos muy chidos, otros regulares y algunos muy puñetos. Hasta no adentrarme en esto del mundo Blogger, me di cuenta de que había muchísimos de estos espacios. Me he vuelto lector asíduo de varios de ellos, y a continuación esbozo una lista de los mismos, sin ningún orden de importancia:







- El Rojo y el Negro

- La Tormenta Negra


- Vivencias algo Rosas... (hoy extinto)






Entre otros. Pasando a otra cosa, hay algo que ha ocurrido a lo largo de este año, y es que me he quedado sin escribir muchos post, ya sea por falta de tiempo o porque finalmente la inspiración o la inquietud ya se me fueron. Así, nunca escribí sobre el toquín de Riders in the Storm en Aguascalientes; sobre el fantoche grupo de blues Aguascalentense Doberman Blues, sobre el último disco de Sigur Rós, mis vivencias infantiles y pubertas, la Selección Mexicana, la película Luz Silenciosa, Armando Vega-Gil, mis teorías pachecas sobre la música, Robert Greene, el Tomás, mi ciudad natal, mi equipo de futbol, más pedas, la boda del carnal del Bisbal, los quince años, la boda de Carla y un extendido etcétera. Algunos de esos temas ya no los abordaré por razones de pertinencia; los demás, no lo sé, siguen abiertos, pero sujetos a ser incluídos en este blog cuando inspiración así me lo indique.

¿Mi peor post en este año? Muy probablemente éste. En general, todos me han gustado porque todos hablan de mí, cada uno desde una perspectiva diferente. ¿Mis favoritos? Mmm... el de Ése soy yo (o exhibicionismo barato), El soundtrack de mi vida, Motorockr Fest 2008, y, por su puesto, Chilango ¿incomprendido? El más tortuoso de todos fue obviamente el que escribí acerca del concierto de Radiohead en México; tardé días en redactarlo y fue un desmadre acomodar el texto y tantas imágenes, además de tanto improperio. Por si fuera poco, se malinterpretó y se le dio más importancia de la necesaria, y desató una gran polémica (bastante pueril, por cierto) sobre "la intolerancia", la que se tradujo en una campaña de censura y señalamiento santurrón y políticamente correcto, totalmente contrario a la consigna de tolerancia que enarbolaban sus artífices. En fin, hubo de todo.

¿Qué me ha dado este blog? Creo que solamente la posibilidad de expresarme de manera escrita, además de brindarme cierto desahogo. La mayoría de las veces me produce un gran placer escribir. Mientras el blog me siga proveyendo de esos satisfactores, seguramente seguirá vivo. Empero, aunque creo que la necesidad de escribir y en general de expresar mis ideas y emociones siempre estará ahí, llegará el día en que llegue a su fin y que sólo sirva de testimonio de las vivencias y ocurrencias que tuve durante el tiempo que abarcó su vida. ¿Que cuándo será eso? Espero que no sea pronto, aunque uno nunca sabe.

A un año del blog, con todo, el balance es positivo. Veremos qué me depara el segundo año de este espacio. Por lo pronto, cierro este primer año con este post un tanto forzado por la ocasión. Hasta el momento, el lector no me dejará mentir, lo he sentido un tanto rígido, tal vez porque lo he escrito sin espontaneidad alguna, y más por compromiso, aunque éste sea conmigo mismo. Ya no sé qué mas agregar, así que aquí termino este texto. Chale, no pensé acabar así de mal el año.

miércoles, 5 de agosto de 2009

En el país de los ciegos, el tuerto también lo está.


Advertencia: Quien no haya leído Ensayo Sobre la Ceguera, de José Saramago, puede prescindir de la lectura de este post.
Desde que el mundo es mundo (bueno, es un decir -bastante pendejo, por cierto-, ya que no sé desde cuándo ocurre esto), y desde que la pachequez se ha instalado como faro rector de la creación pseudoestética, los diversos artistas en general han recurrido al controvertido -y en la mayoría de los casos desafortunado- experimento de intentar adaptar a su propia disciplina, una obra adscrita a una diversa, naturalmente de otro autor. Así, tenemos libros que inspiran canciones, y a su vez piezas musicales que inspiran películas; pinturas que se musicalizan, obras literarias que se llevan al teatro.

De todos estos experimentos, quizás el más socorrido en la historia de las bellas artes ha sido el de la adaptación cinematográfica de algún libro. Tal es el caso de la Película Blindness (en español la llamaron Ceguera, naturalmente), del aclamado director brasileño Fernando Meirelles, que trató de realizar la colosal empresa de llevar al celuloide la magnífica y grandiosa novela Ensayo sobre la ceguera, del sublime escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, José Saramago.

Su estreno pasó inadvertido a mis ojos, y fue hasta hace algunos días que descubrí que ya había sido rodada la cinta, incluso presentada al público. Algo había escuchado yo hace algún tiempo en relación a que se planeaba esa adaptación, pero en realidad no lo tenía muy presente. En cuanto me hube enterado, corrí a rentarla, empujado por la gran expectativa que creaba la traducción visual de dicha novela, por un director ya consagrado que en su currículum cuenta nada menos que con la gran película Ciudad de Dios, que, por decir lo menos, rompe madres. Todo paracía anticipar que se conjugaría una gran historia con una dirección y edición impecables, a la altura de los requerimientos de la obra literaria. Eso parecía en el papel; pero en la práctica, según se irá viendo a lo largo de este post (nótese que siempre tardo mucho echando rollo y haciendo aclaraciones babosas como ésta antes de atacar el sustancioso meollo que pretende trasmitir el texto que se escribe), logramos percatarnos de que muy probablemente, incluso desde el inicio, una pretensión tan ambiciosa estaba condenada al más rotundo fracaso o, cuando menos, a la insatisfacción de quienes han gozado la experiencia de leer Ensayo sobre la Ceguera.

Así como lo oyen, el experimento resultó, si bien no penoso ni patético, sí insuficiente y gris, y dejó a más de uno, o al menos a mí, con un mal sabor de boca. Comenzaré por enunciar que el mayor pecado de la película es haber obviado algunos pasajes de la trama contenida en la novela, como presuponiendo que el espectador ya los conocía, por estar familiarizado antes con el libro. Craso error, puesto que, según mi entender, el propósito de adaptar una obra literaria al cine no es simplemente llenar de contenidos audiovisuales a los elementos de la narración (personajes, ambiente, narrador...), para sustituir a la imaginación del lector, sino muy por el contrario, montar una historia que sea autosuficiente, esto es, que no requiera apoyarse en ninguna otra referencia ajena a ella misma, como en este caso sería el libro del que pretende emanar; una historia que por sí misma sea entendible.

Ésa debería ser la finalidad de la adaptación. Lo demás, y tal fue el caso de la cinta de marras, se queda solamente en un complemento audiovisual de la obra, sólo para que el lector sepa cómo se ven y escuchan los personajes y escenarios sobre los que versa la misma. Sobra decir que cualquier cinta que desconoce este principio está condenada al infortunio y al olvido, puesto que, paradójicamente, como película no sirve. Aquí algunos ejemplos de cómo esta falla que desde mi perspectiva tiene el film, se manifiesta concretamente: casi al principio cuando de súbito comienzan a llevar a los ciegos al nosocomio abandonado, no se explica ni por qué se les lleva, ni cómo, ni por órdenes de quién, ni cuál es el pretexto que se da: simplemente, de buenas a primeras, ya están introduciendo al primer grupo de ciegos, el cual, de forma inexplicable -y, por tanto, inverosímil- logra acomodarse en uno de los tres pabellones con los que contaba el inmueble. En el libro todo esto sí tiene una explicación y por eso el director decidió obviar estos puntos.

También de un momento a otro los ciegos ya estaban acomodados en sus camas; en este caso, se omitió mostrar cómo fue que lograron tan difícil azaña, o al menos que alguno de los personajes lo explicara. Así también sucedió con la organización del primer grupo de ciegos, que era comandado por la mujer del oftalmólogo (el segundo ciego), la cual, a diferencia de sus compañeros, seguía viendo perfectamente bien. También, de repente se mostró que en el edificio en que confinaron a los invidentes había unas cuerdas que los guíaban para ir de un lugar a otro, sin explicar quién ideó eso, o por qué estaban ahí: otra vez obviando detalles que se supone que los lectores ya conocían. Y para no abundar tanto y hacer este post un tanto más digerible, sólo diré que este tipo de detalles fue recurrente durante todo el film.

Ah, pero donde llega a su clímax de torpeza el fallido -y, hay que señalarlo, mentalmente puñetero- ejercicio, es precisamente al final de la película, momento en el que trastoca severamente el final original plasmado en el libro, para con ello crear una intensa desazón y una desagradable confusión en el espectador. No comentaré, por razones obvias, en qué consistió el final en ambos casos; sólo diré que el de la película es una especie de reinterpretación del del libro, al parecer motivado por la apremiante necesidad de ya terminar la cinta de una buena vez sin excederse de las dos horas de rigor. Un narrador/personaje improvisado inexplicable (el tuerto negro [parece albur, pero no lo es], que salió ganón al recibir sexo por compasión de la prostituta grifa [por aquello del lente oscuro]), que pese al estar viviendo los acontecimientos, y al estarse contando la historia en tiempo presente, la narra en pasajes de la película como si ya lo hubiera vivido, como si sólo recordara los hechos; una interrogante sobre el final, que lejos de crear suspense, provoca una sensasión de molestia.

¿Hará falta decir más? En cuanto a lo reprobable de la película, ahí le podemos dejar. Ahora bien, por otra parte, y en honor a la verdad, he de decir que hay cosas buenas, o al menos aceptables en el film. Particularmente algunas escenas están muy bien logradas, tanto por su crudeza como por su precisión y, aquí sí, fidelidad al texto fundamental de Saramago. La inmundicia que reinaba en los pasillos y pabellones del hospital abandonado (¿sí era un hospital? La verdad ya ni me acuerdo), con cacas y orines por doquier y gente encuerada pisándolas y resbalando con ellas. Las escenas donde los ciegos culerísimos del pabellón 3 se dan gusto con las sacrificadas mujeres del pabellón 1, y donde éstas se rebelan. Gente durmiendo desnuda. Las calles hechas un desmadre por la epidemia de ceguera blanca. Es lo rescatable.

Al final de cuentas, ¿qué le podemos reprochar a Mireilles: no haber sido capaz de lograr una adaptación decente del libro, o creer en principio que tal empresa era posible con obtención de buenos resultados? Me inclino más por la segunda opción. Finalmente, esto de las adaptaciones parece más bien un albur: a veces salen bien, muy chingón, incluso superando a la obra original; otras veces, las más, devienen en prescindibles y hediondas cacas (como ejemplo reciente, tenemos la infamia de la película de El Amor en los Tiempos del Cólera). Casos afortunados han sido los de Pantaleón y las Visitadoras, de Vargas Llosa; Rebelión en la Granja (Animal Farm, que, según se dice, inspiró el disco Animals de Pink Floyd), de George Orwell, que no sé quién llevó al cine, e incluso la mexicana El Rincón de las Vírgenes, basada en el cuento de Anacleto Morones, del gran Juan Rulfo. Y claro, claro, las muchas adaptaciones que hizo el magnífico Stanley Kubrick.