jueves, 15 de julio de 2010

El día en que conocí a un guacarróquer

Éste es un post que adeudo al blog desde hace buen tiempo, casi desde que comenzó. Señalé en varias ocasiones que, cuando inicié la serie "Los Maestros" fusilándome textos de Eusebio Ruvalcaba y Jairo Calixto Albarrán, este espacio tendría un lugar especial para hablar de las personas que han ganado mi admiración por su destacado desempeño en los campos de la literatura, el arte, el periodismo, la música, el cine, los malviajes. Y a este personaje en particular lo he querido incluir desde entonces, mas por razones de diversa índole no lo había hecho, principalmente por la oportunidad y la pertinencia del tema.

Pero los azares del destino pusieron la ocasión para que finalmente hable en este blog del gran músico, escritor y cineasta en ciernes que es Armando Vega-Gil. Fue el caso que el sábado pasado amanecí en el Distrito Federal, adonde había llegado para visitar a mi novia, quien se encuentra radicada en la inverosímil capital del país. En una de ésas, terminando de desayunar, mientras digería la comida y esperaba la cuenta, chequé el Face en mi cel y me percaté de que ese mismo día sábado, en un café de la Zona Rosa, estaría tocando el personaje de marras, junto con el grupo que se honra de tenerlo entre sus modestas filas, llamado Arraigo Domiciliario, de otra señorita que responde al nombre de Susana San José Aullet. Sin dudarlo, sugerí a mi chava asistir esa noche al toquín, a lo que accedió, más que por convicción por darme gusto (lo cual agradecí).

Sé que sería ingenuo presuponer que el lector conce la obra del Armando Vega-Gil, así que diré que, para empezar, es uno de los miembros fundadores del legendario grupo de rock mexicano Botellita de Jerez, que formó a principios de los años ochenta junto con Francisco Barrios "El Mastuerzo" y Serio Arau "El Uyuyuy" (el mote del buen Armando es "El Cucurrucucú"), creadores y únicos practicantes del llamado guacarrock. Grupo que hasta el día de hoy sigue tocando, después de las más diversas tribulaciones que lo han asolado durante su historia, entre separaciones, deserciones y demás pedos (hablar de la historia, importancia y aportación cultural del grupo ameritaría un post aparte, que espero algún día entregar, pero por el momento ahí le dejo). Asimismo formó parte, junto con Fernando Rivera Calderón, del grupo de sátira política El Palomazo Informativo. También, hace bastantes añitos, fue guionista de El Güiri Güiri, cuando todavía estaba en lo que se llamó Imevisión. Fue periodista cultural y de rock; escritor de cuentos (lo que le ha llevado a conquistar premios nacionales), o mejor dicho, escritor a secas, descripción que le hace más justicia. No me consta, pero muy probablemente también venda mole los domingos.

Sin embargo, para mí, su mayor aportación, a la par de su fundamental contribución a la música popular mexicana, es su serie de textos intitulada "El dario íntimo de un guacarróquer", que aparecía como una especie de columna en la mítica revista impresa La Mosca en La Pared. En estos textos, el autor contaba las aventuras vividas como miembro de Botellita de Jerez, entre tocadas, pedas, mujeres, desmadres, sexo, drogas y rock 'n roll (o, más bien, y guacarrock). La verdad cruda, sin tapujos ni concesiones, de las experiencias del grupo quedó retratada en esos maravillosos relatos. Pero lo grandioso no era sólo las experiencias por sí mismas, sino principalmente la manera en que eran contadas: para empezar, se narran en el contexto de una realidad paralela en la que el grupo, sus integrantes y demás personas involucradas tienen un nombre diferente, pero parecido, que logra identificarlos, y que además está contada por el alterego de Armando Vega-Gil, Armiados Güeva-Vil, en un sempiterno diálogo entre estos que busca indagar en lo más hondo de las vivencias del músico, para reírse de ellas (de sí mismo), para mostrarlas cínicamente y hasta para llorarlas y así llegar a la catarsis que finalmente anhela el autor. A la par de ello, el estilo narrativo, único e inigualable, dotaba de una gran expresividad a los textos, al emplear un lenguaje deliciosamente procaz, grosero, políticamente incorrecto, escatológico, llevando la vulgaridad a niveles barrocos, y dejando al lector con el estómago revuelto, a punto de vaciarse, cuando no cagado de la risa. (Pronto transcribiré para los escasos seguidores de este blog una de las joyas de este maestrazo).

Historias que fueron compiladas en un libro intitulado "El diario íntimo de un guacarróquer", de cuya primera edición logré rescatar, algunos años después de tirada, un tomo invaluable, y que después fue nuevamente editado, ahora con correcciones, adiciones ("corregida y aumentada", cómo odio esa gastada formulita) y actualizaciones, esto es, alteraciones, las cuales, he de decirlo, reprobé. Mas ésa es otra historia y tal vez la toque en otra ocasión con puntualidad.

Pero volvamos a nuestro relato inicial. Resulta pues que, según acordamos en la mañana, mi novia y yo nos dirigimos al café El Péndulo de La Zona Rosa, donde iba a estar tocando Susana San José y El Arraigo Domiciliario, y con ellos, en el bajo, como siempre en el bajo, Armando Vega-Gil. El lugar era bastante acogedor ("¿Acogedor? ¡Voy de nalgas!", como dijo el joto del chiste) y aunque no estuvo demasiado concurrido, la verdad fue que sí se disfrutó el toquín. Yo no había escuchado nunca a la Susana y el Arraigo (para mi novia, quien alucinó a la prometedora cantante, fue debut y despedida), pero me llevé una grata sorpresa con ellos, pues tocan bastante bien, moderadamente elaborado, exacto, efectivo, rolitas bien armadas de gente que se ve que sabe tocar (aprendan, pinches banditas locales), y la presencia y expresividad de la cantante Susana San José, quien hacía alarde de un gran dominio escénico, además de una muy buena voz (aunque con una ligera concentración de plomo en las venas, hay que decirlo, pero en fin).

Pues ya, terminaron su show que duró más o menos una hora y decidí que nos quedáramos, nada más a ver qué pasaba. Total que pasó un ratito y el maestro Armando se alejó, así que le dije a mi chava que me acompañara a acercarme a platicar con él y me tomara una foto, a lo cual se negó, hastiada ya de la velada. Esto me detuvo por un momento, pero después me valió madres y fui yo solo hasta el escenario y pues ya llegué y lo saludé al cabrón. Como no quise parecer un fan desesperado (no es que no lo sea, sólo que me gusta guardar las aparciencias), llegué acá todo yo muy cool y hasta lo tuteé, no por igualado, sino porque lo sentí más natural, y porque aunque su pelo ya pinta algunas canas (ya rebasa fácil el medio siglo de vida), sigue siendo desmadroso y alivianado, rockero y bohemio ( ¿"rockero y bohemio"? ¡Dios, no me creí capaz de tanta cursilería!). Él obviamente pues me respondió muy accesible, con mucha sencillez.

Lo felicité por el toquín; le dije que venía de Aguascalientes y que en estas marginadas tierras la gente clama por ver a Botellita; le pregunté por la película del grupo, Plan B creo que se llama, y por qué no se ha exhibido por acá; dijo que no había copias y que era un desmadre, con un gesto de desazón. Añadió que estarán tocando el próximo 24 de julio en el Teatro de la Ciudad, del D.F. donde también presentarán el dicho film. Explicó que básicamente por falta de contactos no venían para acá, pero que no había otra razón. Iluso, ingenuo, le dije que yo organizaría algo para traerlos (ajá; sí, wey) y dijo que simona la cácara. Nos tomamos la foto del recuerdo que engalana el encabezado de este post (para los que pregunten, no estoy así de cachetón, sino que deliberadamente agarré aire, y lo alojé en la panza y en mis mejillas).

Chale, todo fue muy rápido y me quedé con varias cosas que preguntarle, pero tampoco me quise ver muy hostigoso. Será en otra ocasión seguramente, y entonces revelará qué tan verídicas son las historias del Diario, cuándo lo terminará (o, ¿alguna vez lo terminará?), y particularmente si la aventura de las viejitas del tren, en el que viajaba con El Mastuerzo, fue real. Con todo, me llevé una muy buena impresión de él, muy sencillo, aliviandado y pachecón (estaba a punto de poner "locochón", pero la prudencia me contuvo) y, quién sabe, quizá me ponga las pilas y haga por traer al Cucurrucucú, al Uyuyuy y al Mastuerzo.