jueves, 21 de agosto de 2008

Oye, mi amor, no me digas que no...


La gente que me conoce sabe que soy una persona obsesiva. Redundo, le doy vuelta a las cosas. Una vez y otra. Basta con tener un leve acercamiento hacia mí, una plática tal vez, la observación aleatoria, aun breve, de mi discurso práctico, para adverir esta calidad que me define.

Quienes han tenido que padecer la experiencia de tratarme más a fondo, saben que esa obsesividad se manifiesta el la expresión de mis ideas sobre las cosas que me encantan, y sobre todo, de forma seguramente desproporcionada, de las cosas que odio, que no soporto, que me castran, como dijo uno.

(Entre paréntesis, la corrección -aun cuando no llego a alcanzarla- es también una de mis obsesiones, pero ello será tratado en otra ocasión.)

Llega por fin la oportunidad de dejar en paz a mis amigos con este tipo de minucias, y exponerlas en este foro; las cosas que siempre los han cansado dejarán de abrumarlos, pues ahora me he de desahogar por este medio. Más de uno me lo agradecerá.


Dentro de los temas recurrentes en mis interminables disertaciones acerca de lo mierdera que puede resultar alguna cosa o persona, se encuentra sin duda el del grupito musical mecsicanou llamado Maná.


Sí, Maná. Odio a Maná. Siempre he odiado a ese grupejo. La pregunta inicial sería ¿los odio por ser mierderos, o los considero así porque los odio? Como este es mi blog, voy a decir que la primera hipótesis es la acertada: es un pinche grupo mierdero (perdón por la reiteración casi barroca de este adjetivo, pero últimamente he estado viendo South Park con mucha frecuencia).


Pero ¿por dónde empezar? Hay tanto que decir acerca de este cuarteto de mamarrachos, que de entrada parece difícil establecer cual fue el principio de toda esta vorágine de melcocha que ha significado el fenómeno de Maná.


Como propuesta musical, el grupo resulta, aburrido, inocuo, mediocre, fresa. Sus composiciones están basadas en armonías del reggea ochenteras, fusiladas en sus inicios asimismo ochenteros, de los ingleses de The Police. "Nos decían los Police mexicanos", cita cada vez que puede, y cuando no también, el bataco de la agrupación, Alex, refiriéndose al suceso como una distición o reconocimiento que desde sus inicios se les dio. Pues sí, cabrón, si eran una copia al carbón -literalmente- de la banda inglesa. La música, retomo, descansa en estructuras armónicas básicas, casi pedestres, cercanas a las proezas sonoras alcanzadas por Los Abelardos, Campeche Show o La Industria del Amor (la única industria que no contamina).


Acordes convencionales, compases convencionales. Música ligerita y fácil de digerir. Eso es Maná, la autoproclamada mejor banda de rock de México. Letrísticamente, tampoco aporta nada más que cancioncitas pendejas, estribillos insulsos y frases somníferas. "Oye, mi amor, no me digas que no", "estoy ahogado en un bar", "ay, mariposa de amor, mi mariposa de amor", "¿dónde diablos jugarán, los pobres niños, ay, ay, ay?", son tan sólo unos ejemplos que pueden citarse. Frasesitas que han cautivado al grueso de la palurda clase media mexicana, y que han hecho vibrar a un importante sector de la también inculta clase pudiente de nuestro país. Lo verdaderamente aberrante es que los autores de tales bodrios hasta se llegan a creer que están haciendo algo chido, algo poético y profundo. Así también sus fans, quienes se beben sus palabras como si del elíxir más delicioso se tratara, llegando a estados de éxtasis y trance similares a los que seguramente les produce la lectura de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Miguel Ángel Cornejo.

Y de los miembros de tan infame grupo ni hablemos. Fantoche como pocos es el vocalista, líder según él, de Maná, que se hace llamar, con acusada mamonería, Fher. Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que un día llegó el güey a un ensayo de la banda y dijo: "Ay, a mí díganmen El Fher; con hache de huevo en medio, cabrones". Pues bien, este individuo carece de la más mínima preparación académica, tanto musical como literaria. Así se aprecia de sus composiciones, que son planas, cursis, de pésimo gusto, llenas de clichés y lugares comunes; en una palabra, chabacanas. El tipo se cree el mayor letrista desde Bob Dylan, cuando difícilmente habrá leido algún tv y novelas, ya no digamos un teleguía (un libro es, como habrá anticipado el lector, impensable). Ah, y sus berridos, eso mejor lo dejamos para otra ocasión.

Y qué decir de su performance en el escenario: un bailecito torpe y sin gracia y un cabeceo con la boca abierta que más bien se asemeja al ritual de apareamiento de un perezoso amazónico. Pero, he aquí lo asombroso, el buen Fher piensa que es la neta. "N´ombre, esos pinches movimientos enloquecieron a la banda", debe decir para sus adentros una vez terminados sus megaconciertos. Ah, y se me olvidaba, sus greñas. Su cabellera ochentera. Largos rizos esponjados que lo hacen parecer más rocker, más cool, que lo identifican; sin ellos no sería Fher, el de Maná.

Otro que da mucho de qué hablar es Alex, el bataco del grupo. Años de discusión no han sido suficientes para dilucidar la cuestión fundamental de quién es más mamón, el Álex o el Fher. Ahí se dan; de verdad que no hay a cuál irle. En el caso del baterista, se trata de un tipo que apenas mastica el español, y cuando ello hace no expresa más que sandeces, pachequeces. Y siempre presume de su estilacho de tocar, según él muy cabrón, de lo mejor en México. Muchos incautos coinciden con la imprecisa apreciación del Alex, y se cansan de afirmar que es muy chingón para eso de tocar la batería. Claro, aserciones tales sólo pueden proceder de gente con la suficiente ignorancia musical como para, de inicio, escuchar a Maná. Para empezar, el estilo de tocar (que no la técnica) es un claro fusil de la forma de tocar de Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe.

Además, carece de ingenio y creatividad, cualidades indispensables en todo baterista, y en general en cualquier músico. Se ganó la famita de tocar muy chido porque, al parecer, se ejecuta unos solos prolongados durante los conciertos, que causan sensación entre los zafios espectadores. Pero lo que hace a un buen baterista no son los solos que ejecute, sino su forma de conducir el ritmo de una canción, de darle cadencia, expresividad y sentimiento. Lo demás, son fantochadas, para impresionar a espíritus ingenuos.

Los otros dos integrantes del grupo, Juan y Sergio Vallín, como que son más bien insignificantes, incluso para la crítica y el ataque mordaz que ejerzo. No hay mucho que decir de ellos, sólo que como músicos son igual de mediocres que sus compañeros; incluso peor, pues fungen de fieles títeres de los designios del líder Fher y del papá de Kieth Moon, Alex.

Sueño con un mundo mejor, un mundo sin Maná, aunque es difícil que el grupo llegue a desintegrarse, puesto que representa un gran negocio tanto para sus integrantes, su disquera y demás entidades involucradas. Mientras eso ocurre, trataré de contribuir a su deblacle con granitos de arena como el que ahora pongo a consideración de los lectores. Al menos como desahogo me sirvió.

domingo, 10 de agosto de 2008

Se inicia blog


Hoy comienza este proyecto de mi blog, que más bien es improvisado. Como todos los blogs, será, en gran medida, un espacio para el ejercicio narcisista y autocomplaciente, así como para la muy socorrida chaqueta mental.

Tratará de pasar como un foro de expresión de las ideas e inquietudes que sólo interesan al autor; un espacio donde la crítica y la reflexión se ejerzan libremente sin más fines que la discusión, íntercambio y difusión de ideas. Pero no. Simplemente tratará de la scuestiones que interesan a Ángel Ciénega Ramírez, lo que le gusta, lo que odia, con el solo fin de satisfacer su ego y sentirse muy chingón porque tiene su blog.

Al final, será el lector -si llega a haber alguno-, quien se haga su propia idea acerca de la naturaleza y fines de este blog. Las advertencias han sido hechas; al menos de embustero no se me podrá acusar.

En los próximos días comenzará la producción de textos. Por ahora, sólo quería comunicarles el inicio de este proyecto.


Ángel Ciénega Ramírez