domingo, 18 de abril de 2010

Una sincera y humilde disculpa al noble pueblo de Colima


En concreto a la noble gente de Tecomán, y más en específico a los visitantes de la playa Boca de Pascuales. Y es que sucede que, en mi más reciente visita a tierras colimenses, de vacaciones por la Semana Santa, también llamada Mayor, y por circunstancias azarosas, descubrí, -o recordé, ya ni sé- una de mis facetas más nefastas al momento de agarrar la peda, y que lo es, la de sacar lo agresivo, mamón, alzado, pasado de lanza, hocicón. La terminología actual de la chaviza llama al común fenómeno "malacopear".

Así es, parece que cuando me encuentro lo suficientemente intoxicado con alcohol en cualquiera de sus presentaciones, y se suman algunos otros factores que hasta el momento no he logrado identificar, tiendo a ser "malacopa". De por sí que la expresión no me gustaba mucho, menos ahora que dicen que yo lo soy. Las víctimas de mis malos ratos y de mi pedez fueron, en esta ocasión, los amables habitantes de la ciudad de Tecomán, Colima. Ese día, nos dirijimos desde la localidad de Cuyutlán, en el mismo Estado y donde hicimos nuestra estancia en esa viaje improvisado y de último minuto, hacia Tecomán, a la búsqueda de aguas más tranquilas y un diverso cotorreo.

Llegamos a la anhelada ciudad y nos dirijimos, ya se dijo, a la playa Boca de Pascuales, donde todo sucedió. Empezamos, como en rigor es debido, apenas nos hubimos instalado en la playa. Cerveza tras cerveza se nos iba como agua. Todos bebimos en cantidades groseras, animosamente, pero al al parecer, quién sabe por qué, nada más a mí se me subió bien cabrón. Muy probablemente ello se debió a que había dormido poco en los últimos días; pero en fin, el chiste fue que me puse, como se dice vulgarmente, hasta el huevo. Yo la verdad no recuerdo los momentos más molestos de mi embriaguez, y quizá eso es prueba suficiente de que si existió y en un grado que rayaba en lo grosero. Chale, y pensar que todo empezó con un inocente e inocuo juego de voleybol (¿sí se escribe así?), en el que entre punto y punto, cambio de saque y de cancha, me daba la oportunidad de suministrarle más y más alcohol a mi puerquecito.

Pero bueno, ya sin tanto rodeo, según me dicen, si la cagué pero en serio. Primero, empezé a agredir verbalmente a los demás participantes (estábamos echando reta) y los quería sacar de la cancha para reemplazarlos a la de a huevo, aun cuando no hubieran terminado; no les quería entregar el balón cuando caía en mis manos. Seguí prodigando improperios a quien parecía merecerlos, y al que no también. Traté de incitar a un cuate a golpear a un lanchero (o algo así), a lo cual, afortunadamente no me hizo jalón. Hasta me quería llevar una sombrilla de ésas que son de los de la playa, de las que rentan. Total que, para resumir, me salió lo hocicón y dije hasta lo que no. Y eso solamente en la playa, porque ya de regreso para Cuyutlán, al pararnos en un OXXO, todavía en Tecomán, también me puse algo insoportable, pateando puertas, diciendo más pendejadas y con una constante agresividad. Bueno, con decirles, apreciables lectores, que a un pobre cristiano que trataba de efectuar la deyección en paz no lo dejaba, y trataba de apurarlo, de urgirlo, sin tener en cuenta si sus capacidades esfintereanas permitían una rápida terminación. Afortunadamente mis exigencias no incidieron en su velocidad de ejecución y por lo mismo no pudo salir del baño para ponerme mis putazos, como muy seguramente lo merecía.

Ya saliendo de ahí me tranquilicé un poco, si bien al llegar al departamento donde nos alojábamos en Cuyutlán me puse de "malacopa" con otro cuate, mal pedo. Creo que esto último ya fue una cuestión menor, y por eso no se le dio mucha importancia, además a este wey yo -y a los demás- lo he aguantado en situaciones análogas de embriaguez, así que digamos que quedamos a mano.

Aun así, con todo, me quedó cargo de conciencia con la gente bonita de Tecomán; ellos qué culpa tenían, ¿o no? Ése es el motivo de este post, disculparme con los nativos que no la debían ni la temían (aunque ya deben estar acostumbrados de tanto turista desmadrosito y mamón). Fue bien curioso cómo todo comenzó con un juego, en el que reinaba la cordialidad y, si se me permite la expresión, el fair play, y terminó en una situación desagradable para todos (bueno, menos para mí, que yo andaba feliz de la vida en mi desmadre). Chin, y pensar que en ese mismo lugar, en esa misma playa, hace unos 17 años pasé unas vacaciones entrañables, las mejores seguramente de mi vida, cuando nos fuimos en bola gran parte de la familia (abuela, tíos, primos, etc.). Fue lo que más me pudo, porque guardo de ese lugar muy buenos recuerdos, y ahora me da cierta pena mi comportamiento, aunque también por otro lado, y sin tomarme tampoco tan serio la situación, se me hizo de lo más loco, divertido y anecdótico. Pobres de los que me tuvieron que aguantar, pero yo, yo, me la pasé re bien, aunque redescubrí que algunas veces, ya entrado verdaderamente en la borrachera, malacopeo gacho gacho.

Pero igual, como todo en esta vida es aprendizaje, a mí que quedó esta reflexión, que esbozo parafraseando a Wilde, y lo es que he descubierto que el alcohol, en las cantidades adecuadas, produce los efectos de la pedez, y en mi caso, a su vez, los de la malacopez.