miércoles, 13 de mayo de 2009

Una mosca parada en la pader


Transcurría sin mayor agitación el año de 1999. Sí, han hecho bien sus cuentas, tenía en aquellos mancebos ayeres la inocente y puñetera edad de 16 añitos. Probablemente a mediados de esa anualidad, no recuerdo exactamente qué mes fue, me dirigí a la famosísima e insigne tienda -tal vez la única en su génereo en ese tiempo- denominada Lo Machín del Rock, negocio en el que se expendía los más diversos productos que la juventud rockera aguascalentense demandaba: playeras de grupos, discos, cassettes de audio y de video (aún no proliferaba el uso del formato dvd), revistas, incluso, creo, algunos instrumentos musicales usados (seguramente también harto ácido, si bien en cierta ocasión, con una ñoñísima e hipócrita extrañeza, el encargado del lugar, un tal Zéus, después de haber sido interpelado por el de la voz solicitándole de la manera más atenta tuviera a bien proporcionarme, a cambio de un precio cierto y en dinero, un poco de esa maravilla, aseveró que ahí no rolaba tan prodigioso químico, y que la única sustancia con la acompañaban sus reuniones era el Frutsi de piña, no muy frío, helado ni esperarse, pues hacía daño). Casi todo era piratería, precisamente porque muy difícilmente podía conseguirse en original en esta ciudad, incluso en el país. Era costumbre arraigada visitar la negociación sólo por ver qué novedades podría uno encontrarse en cada oportunidad.

Decía, pues, que en una ocasión entré a la negociación de marras, y me encontré con algo que llamó levemente mi atención: una revista en cuya portada aparecía la pellejuda y tantas veces espetada figura de Courtney Love, sobre un fondo rojo que a su vez mostraba el rostro de Kurt Cobain. Sin vacilar, la tomé de inmediato, pues la sola circunstancia de que, según se indicaba, contuviera información relacionada con el músico, era suficiente para adquirirla, así me quedara sin dinero para el camión y tuviera regresar caminando a casa. Desde la propia presentanción de la revista se apreciaba ya una especie de desafío a los convencionalismos editoriales más arraigados, pues estaba diseñada en tamaño oficio. Su nombre, que en ese momento me parecía de lo más ordinario: La Mosca en la Pared.

Adentrarme al contenido de la revista significó recibir una fuerte sacudida: todo, formato, textos, fotografías y diseño eran algo totalmente fuera de lo común, o al menos lejano a cualquier otra cosa que yo hubiera visto antes. En el pasado había tenido contacto con algunas revistas como la inocua Switch o la ingenua Nuestro Rock, y eran las únicas referencias que tenía acerca de lo que era una revista de rock, lo que fuera que ello significara. La revista acusaba una frescura nunca antes percibida y daba gusto leerla. Dicen que la primera impresión es la que cuenta, y en este caso no fue la excepción, pues desde ese momento la publicación me convenció y atrapó. Y no era para menos: aparecían en ese número las plumas que considero las mayores glorias de la revista: Jairo Calixto Albarrán, Hamlet Ultrapeluche, Eusebio Ruvalcaba y Armando Vega-Gil, con textos realmente notables (los cuales, en los casos de don Eusebio y el Jairo, ya han sido transcritos, a manera de reconocimiento, en este blog).

Ese primer ejemplar oficial que tuve en mis manos (bueno, de hecho no, porque la primera Mosca que alguna vez hojeé, tal vez uno o dos años antes en una tienda de revistas, fue uno en cuya portada aparecían los Beastie Boys, pero en aquella ocasión, idiota, no presté atención), que es el mencionado, era un número atrasado, ya que databa del mes de abril de ese año. En el mes corriente, que me parece que era septiembre, el número tirado era el 32, engalanado en su anverso con las poses de los Red Hot Chilli Peppers, otra banda que entonces me encantaba. No dudé en comprarlo, y así comprobé que la grandiosa experiencia de la lectura de La Mosca no era una casualidad de un solo número, como el burro que tocó la flauta, sino una constante y una convicción de sus creadores y colaboradores. A este ejemplar pertenece uno de los más grandes textos jamás escritos, a mi parecer, por Armando Vega-Gil -y posiblemente el mejor que se llegó a publicar la revista-, que se intituló Cogerse Viejitas (creo que no hará falta explicar su temática). Con esta edición quedé sempitenrnamente prendado de la revista: sería su fiel lector hasta el fin de los tiempos (los míos o los de ella).

En este número participaba también la genial y renegada Fernanda Solórzano, crítica de cine que representa el prototipo de mi mujer ideal (aaaaahhhh), quien ya en aquel tiempo, teniendo probablemente la edad que yo poseo ahora, hacía alarde de una capacidad expresiva y analítica encomiable, una claridad mental como pocas. No la descubrí a ella, empero, sino hasta varios números más adelante.

No dejé de adquirir mes con mes la revista a partir de entonces, de una manera casi religiosa. Había de todo en ella: crítica musical, reseña de discos, de libros y de películas; noticias sobre artistas y grupos, todo ello relacionado con el mundo del rock, el blues, el jazz y la música alternativa. Básicamente, dirían algunos de forma anticipada, todo lo que debe abarcar una revista especializada en música. Pero en el caso de La Mosca no era sólo eso: lo que realmente la caracterizaba y la distinguía de los demás pasquines y revistuchas que se tiraba en este país era su actitud desfachatada, antisolemne, políticamente incorrecta, corrosivamente crítica y deliciosamente sardónica, transgresora: no respetaba credos, ideologías, fanatismos, reverencias, protocolos, indulgencias ni posiciones de fama o poder. Arrasaba con todo y con todos. Esta postura, además de ganarle correligionarios, naturalmente, también la hizo blanco de los más enconados odios de sus detractores (léase Saúl Hernández y Jaguares, Control Machete, La Maldita Vecindad, Maná y un largo etcétera), lo que le daba a la revista un carácter aun más rebelde: las cacas grandes eran por fin cuestionadas.

El editorial, titulado Ojo de Mosca; el espacio de comunicación e intercambio de ideas y opiniones con los lectores, que se llamó El Buzón de Mamá Mosca; las noticias cuatroporcuatro; las reseñas de discos, Tiovivo; los textos varios de El Desván; El Soundtrack de mi vida; eran las secciones fijas de la revista. A la par de ellas, se encontraban las columnas de los colaboradores: El Diario Íntimo de un Guacarróquer, del ya mencionado Armando Vega-Gil; ¿O no?, después llamada Un Hilito de Sangre, del magnífico Eusebio Ruvalcaba; Más Extraño que el Paraíso, del fumadísimo Hamlet Ultrapeluche; La Cocina del Alma, del aclamado por todos, excepto por mí -al menos por lo que ve a esta columna, pues su trabajo como novelista no lo conozco- José Agustín; Incineraciones, de la ya mencionada Fernanda Solórzano; y por último, y no por ello menos importante sino todo lo contrario, la columna, que en sí no sé si tuvo algún nombre representativo (sería lo de menos), del gran Jairo Calixto Albarrán.

No omito mencionar la importancia del consejo editorial que dirigió la publicación, encabezado por Hugo García Michel. De la mano del dicho cuerpo colegiado, pero sobre todo del señor Hugo, la verdad sea dicha, para bien o para mal, la revista tomó el rumbo que la llevó a ser objeto de culto, a convertirse, sí, duélale a quien le duela, en la mejor revista de rock hecha en México.

Fue una publicación que influyó hondamente en mi persona. De ella tomé esa actitud irreverente y sarcástica que hasta el día de hoy me caracteriza; con ella supe el significado e importancia de la crítica; gracias a ella me encontré con nuevas posibilidades expresivas más allá de los convencionalismos, otras formas de ver la realidad. En resumen, mi talante eminentemente crítico fue forjado por sus páginas. Yo soy uno antes de La Mosca, y otro después de ésta. Al margen de ello, también le debo el bagaje musical que poseo, pues gracias a ella conocí a grupos y artistas que de otra forma habría sido difícil encontrar. Me ofreció un panorama y conocimiento más amplio del fenómeno rockero.

Nueve años disfruté la mosca. Después, en el mes de marzo de 2008, se anunció su funesto final. Inesperadamente, la casa editorial de la publicación tomó la decisión de que no se tirara más, por lo poco redituable que ya resultaba. Yo me vine a enterar como medio año después, y nunca me imaginé que algo así sucedería. En su momento creí que era solamente un retraso en la edición de los números -que ya había sucedido con antelación-, o, en el peor de los casos, que ya no la fueran a distribuir por acá por estas tierras. Algunos dicen que se veía venir, que La Mosca estaba en decadencia. Ciertamente sus últimos, digamos, tres años, no fueron los mejores de su historia, pero seguía siendo una magnífica revista, aún la mejor. Ya para esos últimos tiempos, recuerdo que la compraba y la leía poco: quería tenerla más como objeto que como texto, por lo que había significado en mi vida. Hacía ya tiempo que no escribían los grandes: Jairo Calixto Albarrán, Armando Vega-Gil y Hamlet Ultrapeluche, y tal circunstancia había logrado desdorar la magnificencia de la revista. Su vida, como todas las vidas, fue parabólica: inició abajo, alcanzó su culmen y finalmente decayó.

Desde hace algunos meses -de hecho, desde que se hizo pública la cancelación de la revista- se anunció, en el blog de Hugo García Michel, que el proyecto se retomaría, si bien no como la misma revista con el mismo nombre, sino como algo nuevo que rescataría las principales cualidades de su antecesora. Todos esperábamos con ansias y visitábamos constantemente dicho blog para saber qué sucedía. Finalmente la noticia se dio hace algunas semanas: volvía, en un segundo regreso, La Mosca en la Pared, con una pequeña salvedad: esta vez no vendría en formato impreso, sino como una página de internet. Así se proclamó el nacimiento de La Mosca en la Red.

¿Qué nos deparará esta nueva etapa de La Mosca? El tiempo lo dirá. Por el momento, este post mal escrito y sin coherencia es mi homenaje a la revista y a sus colaboradores. Es la carta que siempre quise enviarles, el e-mail que siempre quise escribir. Siempre dije: "algún día les escribiré". El día nunca llegó, y ahora sólo me queda presentar este texto como muestra de mi admiración y gratitud por la revista, que aunque ciertamente resulta tardío, no por eso es menos sincero.

Gracias por tanta música, por tanta crítica, por tanta procacidad. Gracias, Mosca.

4 comentarios:

Hugo García Michel dijo...

No, gracias a ti, estimado Ángel. Ojalá logremos volver a entusiasmarte desde La Mosca en la Red.

Walrus dijo...

Ya somos dos incautos cuate, somo hermanos de mama mosca, en horabuena por tu escrito definiste lo que muchos pensamos seguro estoy de ello.

Saludos desde Chihuahua.

Vanessa C. dijo...

Ojala antes de morir, pueda recibir yo un homenaje como éste... Ya vez que si que te apreciaron en post, por cierto bastante redactado y bueno.

Que tengas un buen fin de semana.

Indigente Iletrado dijo...

Nunca compré esa revista porque prefería invertir en chelas para evitar mi deshidratación. Pero como ahora me cuelgo del interné público ya podré leerla. Yeah!