miércoles, 5 de agosto de 2009

En el país de los ciegos, el tuerto también lo está.


Advertencia: Quien no haya leído Ensayo Sobre la Ceguera, de José Saramago, puede prescindir de la lectura de este post.
Desde que el mundo es mundo (bueno, es un decir -bastante pendejo, por cierto-, ya que no sé desde cuándo ocurre esto), y desde que la pachequez se ha instalado como faro rector de la creación pseudoestética, los diversos artistas en general han recurrido al controvertido -y en la mayoría de los casos desafortunado- experimento de intentar adaptar a su propia disciplina, una obra adscrita a una diversa, naturalmente de otro autor. Así, tenemos libros que inspiran canciones, y a su vez piezas musicales que inspiran películas; pinturas que se musicalizan, obras literarias que se llevan al teatro.

De todos estos experimentos, quizás el más socorrido en la historia de las bellas artes ha sido el de la adaptación cinematográfica de algún libro. Tal es el caso de la Película Blindness (en español la llamaron Ceguera, naturalmente), del aclamado director brasileño Fernando Meirelles, que trató de realizar la colosal empresa de llevar al celuloide la magnífica y grandiosa novela Ensayo sobre la ceguera, del sublime escritor portugués, Premio Nobel de Literatura, José Saramago.

Su estreno pasó inadvertido a mis ojos, y fue hasta hace algunos días que descubrí que ya había sido rodada la cinta, incluso presentada al público. Algo había escuchado yo hace algún tiempo en relación a que se planeaba esa adaptación, pero en realidad no lo tenía muy presente. En cuanto me hube enterado, corrí a rentarla, empujado por la gran expectativa que creaba la traducción visual de dicha novela, por un director ya consagrado que en su currículum cuenta nada menos que con la gran película Ciudad de Dios, que, por decir lo menos, rompe madres. Todo paracía anticipar que se conjugaría una gran historia con una dirección y edición impecables, a la altura de los requerimientos de la obra literaria. Eso parecía en el papel; pero en la práctica, según se irá viendo a lo largo de este post (nótese que siempre tardo mucho echando rollo y haciendo aclaraciones babosas como ésta antes de atacar el sustancioso meollo que pretende trasmitir el texto que se escribe), logramos percatarnos de que muy probablemente, incluso desde el inicio, una pretensión tan ambiciosa estaba condenada al más rotundo fracaso o, cuando menos, a la insatisfacción de quienes han gozado la experiencia de leer Ensayo sobre la Ceguera.

Así como lo oyen, el experimento resultó, si bien no penoso ni patético, sí insuficiente y gris, y dejó a más de uno, o al menos a mí, con un mal sabor de boca. Comenzaré por enunciar que el mayor pecado de la película es haber obviado algunos pasajes de la trama contenida en la novela, como presuponiendo que el espectador ya los conocía, por estar familiarizado antes con el libro. Craso error, puesto que, según mi entender, el propósito de adaptar una obra literaria al cine no es simplemente llenar de contenidos audiovisuales a los elementos de la narración (personajes, ambiente, narrador...), para sustituir a la imaginación del lector, sino muy por el contrario, montar una historia que sea autosuficiente, esto es, que no requiera apoyarse en ninguna otra referencia ajena a ella misma, como en este caso sería el libro del que pretende emanar; una historia que por sí misma sea entendible.

Ésa debería ser la finalidad de la adaptación. Lo demás, y tal fue el caso de la cinta de marras, se queda solamente en un complemento audiovisual de la obra, sólo para que el lector sepa cómo se ven y escuchan los personajes y escenarios sobre los que versa la misma. Sobra decir que cualquier cinta que desconoce este principio está condenada al infortunio y al olvido, puesto que, paradójicamente, como película no sirve. Aquí algunos ejemplos de cómo esta falla que desde mi perspectiva tiene el film, se manifiesta concretamente: casi al principio cuando de súbito comienzan a llevar a los ciegos al nosocomio abandonado, no se explica ni por qué se les lleva, ni cómo, ni por órdenes de quién, ni cuál es el pretexto que se da: simplemente, de buenas a primeras, ya están introduciendo al primer grupo de ciegos, el cual, de forma inexplicable -y, por tanto, inverosímil- logra acomodarse en uno de los tres pabellones con los que contaba el inmueble. En el libro todo esto sí tiene una explicación y por eso el director decidió obviar estos puntos.

También de un momento a otro los ciegos ya estaban acomodados en sus camas; en este caso, se omitió mostrar cómo fue que lograron tan difícil azaña, o al menos que alguno de los personajes lo explicara. Así también sucedió con la organización del primer grupo de ciegos, que era comandado por la mujer del oftalmólogo (el segundo ciego), la cual, a diferencia de sus compañeros, seguía viendo perfectamente bien. También, de repente se mostró que en el edificio en que confinaron a los invidentes había unas cuerdas que los guíaban para ir de un lugar a otro, sin explicar quién ideó eso, o por qué estaban ahí: otra vez obviando detalles que se supone que los lectores ya conocían. Y para no abundar tanto y hacer este post un tanto más digerible, sólo diré que este tipo de detalles fue recurrente durante todo el film.

Ah, pero donde llega a su clímax de torpeza el fallido -y, hay que señalarlo, mentalmente puñetero- ejercicio, es precisamente al final de la película, momento en el que trastoca severamente el final original plasmado en el libro, para con ello crear una intensa desazón y una desagradable confusión en el espectador. No comentaré, por razones obvias, en qué consistió el final en ambos casos; sólo diré que el de la película es una especie de reinterpretación del del libro, al parecer motivado por la apremiante necesidad de ya terminar la cinta de una buena vez sin excederse de las dos horas de rigor. Un narrador/personaje improvisado inexplicable (el tuerto negro [parece albur, pero no lo es], que salió ganón al recibir sexo por compasión de la prostituta grifa [por aquello del lente oscuro]), que pese al estar viviendo los acontecimientos, y al estarse contando la historia en tiempo presente, la narra en pasajes de la película como si ya lo hubiera vivido, como si sólo recordara los hechos; una interrogante sobre el final, que lejos de crear suspense, provoca una sensasión de molestia.

¿Hará falta decir más? En cuanto a lo reprobable de la película, ahí le podemos dejar. Ahora bien, por otra parte, y en honor a la verdad, he de decir que hay cosas buenas, o al menos aceptables en el film. Particularmente algunas escenas están muy bien logradas, tanto por su crudeza como por su precisión y, aquí sí, fidelidad al texto fundamental de Saramago. La inmundicia que reinaba en los pasillos y pabellones del hospital abandonado (¿sí era un hospital? La verdad ya ni me acuerdo), con cacas y orines por doquier y gente encuerada pisándolas y resbalando con ellas. Las escenas donde los ciegos culerísimos del pabellón 3 se dan gusto con las sacrificadas mujeres del pabellón 1, y donde éstas se rebelan. Gente durmiendo desnuda. Las calles hechas un desmadre por la epidemia de ceguera blanca. Es lo rescatable.

Al final de cuentas, ¿qué le podemos reprochar a Mireilles: no haber sido capaz de lograr una adaptación decente del libro, o creer en principio que tal empresa era posible con obtención de buenos resultados? Me inclino más por la segunda opción. Finalmente, esto de las adaptaciones parece más bien un albur: a veces salen bien, muy chingón, incluso superando a la obra original; otras veces, las más, devienen en prescindibles y hediondas cacas (como ejemplo reciente, tenemos la infamia de la película de El Amor en los Tiempos del Cólera). Casos afortunados han sido los de Pantaleón y las Visitadoras, de Vargas Llosa; Rebelión en la Granja (Animal Farm, que, según se dice, inspiró el disco Animals de Pink Floyd), de George Orwell, que no sé quién llevó al cine, e incluso la mexicana El Rincón de las Vírgenes, basada en el cuento de Anacleto Morones, del gran Juan Rulfo. Y claro, claro, las muchas adaptaciones que hizo el magnífico Stanley Kubrick.

2 comentarios:

Pável dijo...

A mi ceguera me gustó, pero tal vez porque a) iba decidido a la no predisposición y a esperar una obra magnífica y b) porque al haber ya leído el libro, mi mente llenó los muchísimos huecos existentes que ya señalaste, uno por uno.

Además yo me imaginaba más bonito al perro de las lágrimas, jojojo.

El Ángel Caído dijo...

Andas chafeando, mi Pável. Qué curioso, yo encaré la película con la misma predisposición que tú, pero ya viste lo que provocó en mí.