viernes, 5 de diciembre de 2008

Los Años Maravillosos


El lector habitual -hipotético- de este blog, a estas alturas ya habrá podido darse cuenta de que lo que se escribe en el mismo carece de la más mínima coherencia interna. En otras ocasiones se ha prometido textos sobre diversos temas que no ha llegado a tratarse, pues antes de que ello ocurra irrumpe en la mente de su creador alguna inquietud novedosa o apremiante, que necesita ser atendida. El romántico llamaría inspiración al fenómeno; el cínico lo llamaría falta de orden, disciplina e idea. Hasta el momento no sé cuál de las dos explicaciones es la que se adecua al devenir que ha estado presentando el blog.

Llámese, pues, como se quiera. El caso es que hoy, a casi un mes de mi último post (que no contiene un texto mío), aun teniendo muchas cosas sobre las cuales escribir, nada me impelía de manera determinante a hacerlo. Pero las circunstancias son impredecibles y el mundo pequeño, tanto que hicieron que me encontrara con una pregunta sin respuesta, una historia sin final, una realidad sin explicación, un conflicto sin resolver: Laura.

Caminando por la calle, hablando por el celular. Ahí estaba esa mujer de tez clara, cabello oscuro, figura esbelta. Yo me encontraba dentro de mi carro, estacionado, cuando la vi pasar. Estaba idéntica a como la recordaba, como si los años no hubieran pasado por ella. Cruzó la calle. Fue todo.

A algunos amigos cercanos les anticipé la idea de la creación de una sección o serie dentro de este blog, a la que llamaría "Los Años Maravillosos", en honor a la serie televisiva estadounidense The Wonder Years, y donde narraría acontecimientos de mi adolescencia y niñez, con especial énfasis en la experiencia que significó para mí la etapa de la secundaria. Así, para empezar, sería yo una especie de Kevin Arnold de petatiux, y durante la serie se irían revelando los distintos personajes que me acompañaron en esas vivencias y su posible equivalencia con los del aclamado programa de televisión.

Y es en este punto donde las dispersas ideas que he tratado en este post convergen: Debido a las circunstancia de haber vuelto a encontrarme con esa persona, retomé la idea de establecer la sección de Los Años Maravillosos, pues justamente ella protagoniza algunas de las historias que habrá de contarse. Espero que no, pero tal vez gran parte de lo que se escriba tendrá relación con esa mujer, que finalmente motivó el inicio de esta sección. En textos siguientes, cuando se hable a fondo de ella -no por nostalgia ni cursilería, sino por la más instintiva reacción-, se entenderá por qué.

viernes, 7 de noviembre de 2008

Don Eusebio Ruvalcaba


Aquí se presenta un texto del maestro Eusebio Ruvalcaba. Es una de sus intervenciones en la ya mítica revista de La Mosca en la Pared, y una pequeña muestra de las capacidades narrativas de este gran escritor. En posts futuros hablaré más ampliamente de la obra del insigne literato, que de cierta manera ha influenciado la forma en que veo la literatura, y sobre todo la vida. Ésta fue su intervención el el número 29, año 1999, en la hoy frustrada revista, cuando su columna todavía se llamaba "¿O no?"


Calzones de mujer

Hace poco -¿minutos, semanas, meses?, cómo saberlo el puto tiempo siempre ha sido algo tan inexplicable- veía yo en la televisión las declaraciones de un joven roquero de un grupo chileno radicado en México, a quien una de sus fans le arrojó los calzones, él los olió, le dio asco que fueran usados y los echó a la basura. Guácala, habrá dicho.

Cómo me saca de onda esta actitud fresa. No sé de qué está hecho ese joven músico, si por sus venas circule sangre o atole; o no sé si sea él o el momento que estamos viviendo de absoluta abstención. Que curioso, en ninguna época se había cultivado tanto el cuerpo como ahora, y hoy es de mal gusto admirar a un mujer en sus partes más íntimas. Porque no creo que este joven ande muy alejado de lo que hace una gran mayoría de jóvenes de su edad. Todavía hace algunos años, los jóvenes acostumbraban coleccionar pantaletas y brasieres como trofeos de una noche apocalíptica –hoy a eso se le llama fetichismo-; apenas ayer estos mismos jóvenes solían espirar a las mujeres cuado de subían o bajaban de un auto, o bien cuando se sentaban o subían la escalera –hoy eso se llama voyeurismo-, y hace apenas dos o tres meses, tales jóvenes les arrancaban la ropa a las mujeres cuando el deseo les desborda –hoy eso lo califican como violación.

Tampoco sé exactamente en qué medida esto aleja o acerca a un hombre a la esencia de la vida, pero yo me atrevería a decir que el hombre necesita estar cerca del riesgo, de imprimirle pasión a las cosas. Algo, en sus cavernas más profundas, conserva el varón de agreste e incivilizado, y yo creo que vale la pena luchar por eso. Hacerse un poco afuera de la bacinica. A eso se le llama pasión, y la pasión es jugársela un poco. No tanto, pero tampoco tan poco. Bueno, esos cuerpos asexuados que no ve caminando por la calle o deteniéndose delante de las vitrinas en un Perisur o una Plaza Cuicuilco, consideran una aventura comerse unos tacos de suadero o un refresco que no sea light. Todo es ascéptico, como si temiéramos contaminarnos hasta de ver. En serio, es de dar risa cómo la mujer a dejado de atraer a los hombres jóvenes. No se vuelven a mirarla. Pasa casi semidesnuda delante de un grupito y ninguno se le queda viendo con aquella mirada de cachondería que distinguía a los ojos viriles de hace unos cuantos años.

Seguramente tienen razón. La educación sexual ha terminado por desprender de todo misterio no sólo a la mujer sino al sexo mismo –qué hueva espiar a tu hermana mientras se desnuda. Ya no son temas que inciten a nadie a meterse al baño a masturbarse, a asomarse por debajo de la mesa y ver lo que hay que ver. Hoy día, la mujer de senos grandes se avergüenza de sus tetas, y, si no está bronceada, si no toma su dosis diaria de bicicleta o su carrerita por las mañanas, entonces, piensa, no tiene nada que enseñar, es como un cero a la izquierda. Que nada más por sus tetas, por sus piernas, por su olor, una mujer traiga a un hombre por la calle de la amargura, ha pasado definitivamente a la historia. Un hombre que le telefonee borracho a la mujer que le gusta, que la asedie, que le envíe flores o le escriba poemas -aunque sea los fusile de Sabines- es considerado un indeseable. Un patán sin educación. Siempre será mejor aceptado un tipo previsible, de brillante futuro, de celular o bíper para que su mamá o su mujer lo localice de inmediato. ¿O no?

lunes, 3 de noviembre de 2008

No se olvida ...la necedad*



Año con año, desde hace una década, recuerdo que se conmemora uno de los sucesos más infames e ignominiosos de la reciente historia de México. La primera vez que me enteré de ese hecho histórico, punto de inflexión en el devenir de la vida en nuestro país, tenía alrededor de 15 años de edad. Nunca antes había sabido nada al respecto, en parte por mi corta edad y el poco interés que mostraba hacia las cosas públicas, y también, el sigilo con el que durante tres décadas se trató el tema. Recuerdo que cuando se reveló a mi reducido entendimiento los cruentos acontecimientos, sentí una profunda sacudida y simpaticé de inmediato, como el rebelde adolescente que era, con la heróica causa -que paradógicamente ignoraba casi por completo- que defendieron los integrantes del movimiento estudiantil del '68, y pretendí identificarme plenamente con su ideología. En fases de la vida como ésa, en que uno busca su propia identidad, y con ello la pertenencia a un determinado grupo, fue decisivo el descubrimiento de un hecho de tal importancia (la cual, en ese momento no pude dimensionar). Pero nada más pasado el mes de octubre, que es el que se habla en los medios de comunicación sobre el tópico, terminó mi inquietud, solo para volverse a recuperar en los mismos periodos de los años siguientes.

Hace exactamente un mes se cumplió 40 años de la matanza de Tlatelolco, ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en el Distrito Federal, el 2 de octubre del año 1968. Pasaron diez años desde que tuve un primer acercamiento a los hechos. Aun cuando hace relativamente poco tiempo me propuse indagar cuáles habían sido las causas del movimiento y cómo se había desarrollado propiamente la masacre, siempre me causó indgnación, pues representó la más violenta y desproporcionada de las represiones de que se haya tenido noticia en mucho tiempo en México. Era algo así como los malos contra los buenos, con una aplastante victoria de los primeros. Seguramente era una percepción maniquea del problema, mas era la única que podía concebir en esos entonces, hace diez años. Hace diez años, a la edad de 15.

Después de esa indagación, si se quiere superficial, de los acontecimientos del '68, pude conocer las causas del movimiento, sus objetivos, un quantum mucho más verosímil que el que proporcionaron en su momento las fuentes oficiales de las personas masacradas en la matanza, y de las que fueron confinadas por su sedición en las más oscuras mazmorras del Palacio de Lecumberri. Pude comprender un poco mejor la magnitud de lo sucedido y su importancia histórica.

Por lo anterior, que considero una legítima empatía con el movimiento estudiantil del 68, o cuando menos un aceptable, si bien elemental, conocimiento del mismo, llegan a causar una profunda indignación ciertas actitudes tomadas por algunas personas que se dicen contestatarias o, mucho peor atrevimiento, de izquierda. Individuos que con los más intrascendentes y mezquinos intereses, lucran con el movimiento a costillas de éste y sus mártires, lo aprovechan en beneficio de apetitos desmedidos de la más distinta índole.

En mis años como estudiante de licenciatura, cuando cursé la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, era común que los día 2 de octubre se armaran, cómo decirlo, manifestaciones de diversa naturaleza, supuestamente -ése era el pretexto- para conmemorar el movimiento y honrar a sus mártires y héroes. Así, había desde tocadas aisladas, hasta reuniones en que se leía algunas de las proclamas del Consejo Nacional de Huelga, fragmentos de textos relacionados con la matanza, aderezadas con la interpretación desde el ronco pecho de algunos de los participantes de las más cursis canciones de protesta. También había (seudo) poesía alusiva a los sangrientos sucesos. No faltaban, tampoco, las velas, mantas y demás ornamento como escenario del indignante ejercicio. Ah, y claro, lo llevaban a cabo en la noche, para que quedara, según sus propias palabras, más chido.

Si uno tenía la osadía de asomarse a esas ceremonias de la ignorancia y la pretención, podía percatarse de la presencia de estudiantes, casi en su totalidad, de las carreras humanísticas de la Universidad, con excepción de la de Derecho, conformada por gente más bien apática y aseada que ve con cierto asco (puramente estético, no intelectual) a las otras carreras humanistas, más cercana (no porque así deba ser, sino porque así es) al perfil del contador público o del administrador de empresas, que al del filósofo, historiador o politólogo. Las carreras de Letras Hispánicas, Historia, Sociología, Filosofía y Ciencias Políticas se encontraban representadas en tales actos. Los estudiantes de estas disciplinas, que casi por definición se conciben como progresistas, rebeldes, anti-stablishment, subversivos, insurrectos y de izquierda, eran los protagonistas de tan penosas actividades que no hacian más que revelar su honda ignorancia, su lastimera superficialidad y su índole innegable de lo que los angloparlantes llamarían poser.

Siendo los estudiantes que se supone más profundos e intensos, con mayor compromiso con las causas sociales y bla, bla, bla, son los que llevan a cabo numeritos de esa calaña, que llevan implícito el desconocimiento histórico que en un estudiante de administración, de relaciones industriales o de contaduría, sería comprensible, pero que en un educando adscrito a las ciencias sociales resulta inadmisible.

Durante mi estancia en la universidad, pude ver que año con año se llevaba a práctica la misma necedad, así que presumo, con base en el experiencia y en mi pesimismo casi metódico, que durante años posteriores, incluso el actual, se ha seguido perpetuando. Ahora que poco o nada me involucro en la vida estudiantil de la U.A.A., me he podido percatar de que el mismo ímpetu por la pose y el mismo oportunismo se ejerce fuera de las aulas. El pasado 2 de octubre de 2008, en la Plaza de la Patria o Plaza de Armas (nunca he sabido a ciencia cierta cuál es realmente su nombre) de esta ciudad de Aguascalientes, había una especie de tocada de unos jóvenes, que entre canción y canción "disertaban" sobre lo tocante al movimiento estudiantil del '68, y que interpretaba una música que dudosamente puede calificarse como rock, pero que pretendía, claro, serlo. Lo que hacía a su actuación alusiva al tema era solo eso, los comentarios entre canción y canción (las cuales, por lo poco que escuché, no tenían mucho que ver con el tema). Y ya, eso era todo. En el fondo, seguramente los ingenuos aspirantes a músicos debieron pensar que había sido un gran homenaje, e incluso por momentos habrán sentídose una parte del movimiento.

Me di cuenta de lo ocurrido en la plaza minutos antes de entrar al Teatro Morelos para presenciar una obra de teatro intitulada "El mañana nunca sabe", a la que un amigo me había invitado, pues se trataba de una puesta en escena de otro conocido de él, en este caso alusiva, también, a la nefanda represión acaecida el 2 de octubre de 1968. No sé en principio por qué fui, ya que esperaba lo peor: un ejercicio similar al que he condenado en párrafos que preceden. Pensé mal y acerté. La obra narraba la historia de dos hermanos que vivían en un departamento del edificio Chihuahua, adyacente a la Plaza de las Tres Culturas, un hombre y una mujer, al parecer mellizos, el primero de los cuales había sido herido durante el altercado. Solo estaban esos dos personajes, esperando que aparecieran sus padres, que habían salido no recuerdo a dónde. Y con esa premisa, la trama se desarrolla con una discución entre los dichos protagonistas, en la que el hermano defendía al movimiento estudiantil y la mozuela lo condenaba, o al menos lo sometía a las más "racionales" críticas; mientras tanto, se supone que afuera, en la plaza, se desenvuelve la abyecta represión.

Así, discutieron y discutieron, hasta que al final diéronse cuenta (o aceptaron) que toda la vida habían estado enamorados uno del otro, y terminaron entregándose a sus primitivos impulsos eróticos, para consumar el que tal vez sea el más gratuito e injustificado de los incestos que han sido dramatizados jamás en una obra de teatro (¿?). Así nada más, de buenas a primeras. El joven, después de la ardua jornada y con motivo de la herida que habían inflingido en la plaza, amaneció muerto, seguramente sin presentar después el signo tanatológico de la eyaculación post mortem, pues, como se dijo, horas antes había derramado su sediciosa simiente en las reaccionarias entrañas de su amada. En resumen, la obra fue un ejemplo más de las posibilidades que ofrece el ejercicio de la actividad que aquéllos a quienes agrada usar eufemismos denominan onanismo psicológico.

Según he tratado de establecer, y siendo ése el propósito de este post, desde mi perspectiva las diversas prácticas a las que me he referido resultan por demás indignantes y ofensivas contra lo que realmente representa el movimiento estudiantil del '68 y la matanza del 2 de octubre. Un acontencimiento histórico de la importancia de la masacre estudiantil de Tlatelolco, no puede utilizarse como excusa o pretexto para efectuar actividades tan superficiales, para lucimientos personales, o para ostentarse ante los demás como una persona progresista, profunda, intensa, preocupada del entorno social, pacifista, políticamente correcta. Es una afrenta a la razón y al buen juicio, pero sobre todo, insisto, a los mártires del movimiento, a los héroes caídos y a sus deudos. Todo una movilización social, que en su momento tal vez no era consciente de la magnitud e impacto que tendría en la vida política del futuro del país, pero que seguramente estaba al tanto de la responsabilidad e importancia que implicaba, no se realizó para servir después como motivo de juego y ligerezas por parte de nuestros incultos jóvenes (y no tan jóvenes).

Vergüenza debería darles a esas personas relacionar sus intereses y afanes de protagonismo y pueblerina celebridad con un asunto tan serio y tan importante. Porque finalmente eso es lo que persiguen tales individuos: reconocimiento, fama, relaciones públicas, y a final de cuentas les importa poco el medio del cual se habrán de servir para lograr esos propósitos. No sé cómo recibirían los verdaderos mártires del movimiento, los que realmente lucharon en él, las actitudes a las que me he referido en este texto, pero me inclino a creer que seguramente las reprobarían, o ya, de plano, se reirían de ellas.

Precisamente por no caer en el mismo vicio que estoy criticando, de aprovecharme de la curiosidad que despiertan los acontecimientos del 2 de octubre del 68 en el mes en que se conmemoran, escribo este texto un mes después, si bien la inquietud de expresar la tesis que sostiene la tengo desde hace algún tiempo.


*Originalmente publicado en el blog El Canto del Zenzontle, Ave de las 400 Voces (http://www.cantodelzenzontle.blogspot.com/), el día 2 de noviembre de 2008.

jueves, 30 de octubre de 2008

Motorokr Fest 2008

Apenas el viernes anterior me había enterado de la noticia: The Flaming Lips se estaría presentado en el Motorokr Fest 2008. El medio, internet; el motivo, el ocio. Actuarían el sábado en el Distrito Federal y el domingo en Guadalajara. Sin pensarlo dos veces, me decidí a lanzarme para el segundo de los lugares mencionados, pues además la banda de Oklahoma compartía cartel con Nine Inch Nails (NIN) y los Stone Temple Pilots, entre otros grupos.

Inmediatamente contacté a mi amigo David, para invitarlo. Lo convencí de acompañarme, después de cierta insistencia que tuve que aplicar dado que él no conocía mucho -o nada- de los platos fuertes del evento, los Flaming Lips y NIN. En fin, nos pusimos de acuerdo y el domingo 19 de los corrientes, por la mañana, partimos hacia la ciudad de Guadalajara; sólo él y yo, pues minutos antes de ir por ella, su novia, Diana, que horas antes se había sumado al plan, declinó de último momento.

Llegamos a la Perla de Occidente y rápidamente ubicamos el lugar del toquín. Después de buscar por alrededor de 20 minutos lugar dónde estacionarnos (nos fuimos en el carro de David), decidí mejor qudarme en la larga fila que se hacía a las afueras de la Explanada López Mateos, sede del concierto, haciendo cola y viendo otras tantas -que en Guadalajara sí que pululan, y de la mejor calidad-, mientras mi acompañante buscaba dónde dejar el automotor, empresa ésta harto difícil en una ciudad como la que nos recibía, conocida es la calaña de muchas de las personas oriundas, que las orilla indefectiblemente a tratar de joder al próximo, máxime, pobre de él, ya se chingó, si es fuereño. Pues total que nos formamos y así estuvimos al rededor de un par de horas, hasta que a las dos de la tarde se dejó a los impacientes fanáticos -en su mayoría adolescentes- vulnerar la entrada del recinto.


Los grupos que integraban el cartel: Nine Inch Nails (acto principal), Stone Temple Pilots, The Flaming Lips (acto más chingón), The Kooks, Paramore, Los Búnkers, y un largo etcétera de grupos francamente prescindibles. Había dos escenarios: el negro, para los grupos chidos, y el naranja, para los grupos equis. En el primero se habían de presentar las agrupaciones citadas y en otro las demás. La dinámica del asunto era pasar de un escenario al otro, mientras se preparaba para iniciar su actuación el siguiente grupo en un lapso de media hora o 45 minutos.

Abrió el festival un dueto llamado Yukozon o Yokudson, yo qué sé, que tocaba algo así como heavy metal tradicional. Se presentaron en el escenario naranja y se desempeñaron bastante bien, de manera muy efectiva, sobre todo el baterista (era él y el guitarrista/cantante), que, ah, cómo le pegaba con madres a los parches, y ah, cómo se alucinaba el cabrón, agitando su cebosa cabellera y mostrando su no menos grasoso dorso. Tocaron como 25 minutos y cumplieron. Después siguió en el mismo tapanco Le Baron, un grupo cuya única característica rescatable era la inclusión en sus filas de una riquísima güerita que tocaba las teclas (no las suyas propias, para desgracia de los jariosos espectadores) en un injustificado pero bastante disfrutable outfit consistente en unas mallas negras y un topsito plata, ceñidos de manera tal a su cuerpecito que exaltaban sus notables cualidades pélvicas, mamarias y glúteas. Por lo demás, el grupo resultaba de una profunda hueva.

Ni siquiera esperamos a que terminaran su performance, cuando decidimos mejor comparecer al escenario negro, donde acto seguido habrían de tocar los chilenos de Los Búnkers. Presencié su show con ciertas reservas, puesto que ya me había tocado escuchar alguna canción suya (una que dice: "...llueve sobre la ciudad porque te fuiste...") y los concebía como un grupo ñoño, cursi y algo mamón. Pero hasta eso tocaron de manera tirándole a aceptable, aunque siguieron sin convencerme.



Les sucedieron los gringos de Paramore, banda que actualmente se encuentra muy de moda entre el público prepúber, pues aparece con cierta frecuencia en el decadente canal de televisión MTV. Ellos tocan una especie de punk ruidosón rebajado, muy pero muy rebajado, o pop-punk (que me suena a contrasentido, pero en fin) o happy punk, qué sé yo, una mamada de ésas, como para niñas de primero de secundaria que apenas comienzan a asomar incipientes teticas de perra (Gabriel García Márquez dixit). Sin embargo, y quizás por la gran afluencia de adolescentes en el evento, lograron que el personal realmente se prendiera y comenzara a echar su desmadrito. Ah, y en este punto no puedo dejar de mencionar la anécdota de un don que, vaya a saber Dios por qué, andaba ahí en el concierto, entre la bola de chavos que lo presenciaban: cuando empezaba a dejarse escuchar Paramore, empezó un aventadero y aplastadero en todas direcciones, a lo bestia, y el señor, de unos 48 o 50 años de edad, todo histérico, ansioso y desesperado, agarraba a unos y a otros y les exigía que no lo empujaran, mientras que del otro lado le llegaba algún otro mancebo para igualmente proyectarlo contra los demás asistentes, y luego otro y otro, valiéndoles madre a todos el aprieto por el que atravesaba el desafortunado hombre. No, pobre güey, lo traían al pedo. Y en eso estaba yo, cínico y ojete como siempre, haciendo escarnio de la desgracia del prójimo, cuando a David y a mí nos tocó sufrir asimismo las de Caín y nos llego el fuerte apretujadero a diestra y siniestra. Mejor nos fuimos más para atracito, que para trajines como ésos ya no estábamos.

Sin pena ni gloria, aunque también lograron conectar con la banda (¿sería más bien que los fans reunidos se prendían con cualquier pendejada? Bien dicen que el que no conoce a Dios, a cualquier santo se le hinca), pasó el siguiente grupo: The Kooks. De ellos tenía una alta expectativa, dada su procedencia británica. Mas realmente me decepcionaron, pues resultó ser un grupo bastante menor, plano e inocuo, sin chiste; después de todo sacaron lo inglés, solo que en su más mamón y aburrido aspecto. El cantante parecía un niño bien sacado de la más fresa preparatoria londinense, o bien de la versión británica de la novela de Rebelde. Total que fue un bocado difícil de tragar, no por su complejidad sino por su insipidez. Para esto, ya ni regresamos al escenario naranja, sino que nos instalamos de lleno en el negro, para agarrar buenos lugares ahora que venían las presentaciones mayores del festival.

Así las cosas, llegó por fin el momento esperadísimo (al menos por mí): la presentación de The Flaming Lips. Habíamos logrado posicionarnos en un buen sitio, afortunadamente; aunque claro no faltaban las viejas maleducadas y valemadristas que con el prurito de frotar su insaciable feminidad contra algo duro y carnoso, se subían a los hombros de su hombre y no dejaban ver el espectáculo a los desdichados que quedaban atrás de ellas. Mientras se preparaba la sonorización del grupo, su vocalista, el extravagante Wayne Coyne, salía al escenario, saludaba al público y bromeaba con él (definitivamente a ese tipo le encanta llamar la atención).




Minutos después, lo que yo esperaba pues había visto en televisión una presentación en vivo del grupo, con música de fondo interpretada al efecto por el grupo que ya se encontraba listo, salió el el cantante introducido en una gran burbuja de plástico, y así se fue caminando -o rodando- entre el público que se encontraba adyacente al escenario, quien, participando de la puntada, lo condujo de allá para acá. Desafortunadamente, no llegó a donde estábamos y regresó al escenario. Esto ya estaba comenzando y anticipaba lo que sería un gran show. De repente, por ambos lados del escenario, comenzaron a salir botargas de los Teletubbies, franqueándolo. Volaron algunas serpentinas y confeti, lanzadas por un tubito (bueno, no sé cómo decirle a eso) de manos del propio Coyne.






Segundos después, empezó el viaje. Sonaron las primeras notas del gran tema The Race for the Prize, el riff introductorio y recurrente en distintos pasajes de la canción, al tiempo que de lugares estratégicos del escenario salían disparadas cantidades copiosas de confeti anaranjado y amarillo, serpentinas y globos, y que la pantalla LED que estaba a sus espaldas mostraba imágenes coloridas y psicodélicas. Ese solo instante, ese momento de conjunción audiovisual y sensitiva, fue el clímax, para mí, de todo el festival. Una especie de alegría nostálgica por vivencias que ni siquiera recuerdo sino que solo siento, o que no he tendio, sobre sensasiones jamás experimentadas, tremendamente exacerbada, casi cinestésica, me hizo su presa. Teletubbies bailaban, luz, parafernalia, sonido, todo me estremeció en su fusión al punto de llevarme a una conmoción indescriptible, a una fascinación desmedida por la vida y los pequeños momentos que la conforman. Fue algo hermoso e irrepetible; un orgasmo emocional, una sacudida; la más inefable y sublime sensación que haya vivido en mucho tiempo. No sé si todo ello debió a la gran expectativa que yo tenía respecto al grupo, y la verdad prefiero no explicármelo, no entenderlo nunca; de hecho, su grandeza radica justamente en su índole inescrutable, ininteligible, irracional; la memoria es la única operación mental válida para aplicar a la experiencia. Caray, quién sabe cuál habría sido la magnitud de la sensación bajo la caleidoscópica influencia del ácido lisérgico dietilamida.




David, que había ignorado la música del grupo hasta ese momento, no tuvo otras palabras que decir más que: "No mames, ca', qué chingón tocan estos güeyes". Temas clásicos como The yeah yeah yeah song y Fight test siguieron en la lista, para dar paso después a una minimalista versión de Yoshimi battles the pink robots pt.1, que la mayoría de los presentes coreamos de principio a fin. El show cumplía, y aun viéndolo todavía no podía creer que lo estuviera presenciando. Después, vino la magnífica y psicodélica Pompeii am Götterdämmerung, en la que el desenfadado Wayne Coyne hizo uso de un gong rodeado de luces, que cada vez que era impactado, éstas brillaban en circulos multicolor. Siguieron otros temas que no he escuchado (sólo tengo los tres últimos discos del grupo), y la canción de The W. A. N. D.



Todos escuchamos complacidos, pero faltaba un clásico imprescindible. Lo pedían aquí y allá, durante todo el concierto. Alguno gritó, sin la menor ortodoxia, "du yu rialain, du yu rialain", y pues ni quién entendiera qué trató decir. Pero sus clamores y los de los demás espectadores fueron atendidos, y comenzó a sonar, a manos de Coyne, la guitarra electroacústica que durante todo el show había permanecido quieta, expectante, sobre su atril, que después supimos que sólo había estado ahí para conducir la armonía del maravilloso tema con el que la banda concluiría su actuación: Do You Realize??


Otra vez, pero ya de noche y con un efecto cercano al que produjo al abrir el concierto The Race for the Prize, brillaron luces explosivas, volaron globos y confeti, y el personal se desquició. Era la canción perfecta para cerrar, y satisfizo con creces las expectativas generadas a su alrededor. Ciertamente algunos otros grandes temas quedaron fuera del show, pero era imposible incluirlos a todos en los 60 minutos que se concedió al grupo para mostrar su música. Particularmente me quedé con ganas de escuchar dos, si bien era muy difícil que lo llegaran a tocar: The Supreme Being Teaches Spiderman How to be in Love, de banda sonora de Spiderman 3, y el cover del clásico de Queen, Bohemian Rhapsody. El grupo agradece, hace reverencias, se retira, mientras que de este lado del escenario nos recuperamos de la experiencia y regresamos al vacío de la normalidad, al fin que la felicidad no dura para siempre. El gasto, la vuelta, el trato con la predominante chuzmita gandalla tapatía, habían valido la pena: vivimos la experiencia del show de los pinches Flaming Lips, cabrones.


El grupo que seguía en el cartel era Stone Temple Pilots. Debo confesar que estaba predispuesto a recibir la acutación de esta banda con algunos prejuicios (que si el cantante es medio fantoche, que si le hace mucho a la mamada, que si el grupo se quedó estancado en el grunge, que si la acusación antañera de que eran un vil fusil de Pearl Jam es legítima...); empero, decidí hacerlos a un lado y tratar de disfrutar el concierto. Y la verdad fue que el grupo logró una actuación bastante decorosa, incluso efectiva, además de que la gente les respondió, ciegamente, de una forma por demás sorprendente. ¿Farol el Scott Weiland? Pues sí. ¿Que ese bailecito mamuco que hacía qué? La neta, eso qué. Pero bueno, no puede pedírsele peras al olmo, chis al ano, ni mucho menos caca al pirrín. Con todo, insisto, tocaron bien y no me aburrieron, que ya es mucho que decir. Como era el segundo grupo en importancia -según un criterio al que no le hallo explicación-, pudo tocar durante una hora y veinte minutos. Terminaron. Ese pequeño bajón concluía para dar paso a otra excelsa presentación.

Nine Inch Nails. Eran como las diez y cuarto de la noche, cuando apareció el legendario grupo de culto del señor Trent Reznor, genio noventero equiparable a los Cobain, a los Corgan, a los Yorke. Todo fue claro entonces: las pantallas LED y demás instrumentos iluminadores que operaban en el escenario habían sido concebidos y dispuestos al servicio de los oscuros designios de Reznor. Durante el performance subían y bajaban las pantallas LED, y en ellas se hacían proyecciones que se comportaban de acuerdo a la música que en el momento se interpretaba; otras veces, la pantalla frontal fungía como una especie de reja o red en que los esbirros de Reznor expresaban sus sublimes delirios sonoros, orquestados por su síniestramente sabia mano. Algo realmente notable en términos de expresión audiovisual; un verdadero malviaje de estruendo y oscuridad, muestra del talento sin par de Trent Reznor.



Había bastantes fans que se veía que solamente habían asistido al festival para ver la presentación de este grupo, pues apenas hubo empezado a tocar, aquello se llenó de almas, más que con cualquier otra agrupación, debo admitirlo. Dos horas, dos, duró la inigualable experiencia sonora y visual; lástima que ya para entonces estábamos bastante mermados después de haber estado parados por más de 10 horas y que tal vez esa circunstancia nos haya impedido disfrutar del grandioso concierto. El set que interpretó el grupo fue desde la sádica Closer, cuyos coros fueron secundados por los abyectos cánticos del público al grito de: "I wanna fuck you like an animal"; pasando por la desenfrenada March of the pigs, la grandiosa Piggy y la magnifica The big come down. En su mayoría, los temas que escurrieron por los altavoces pertenecían a los discos With Teeth, Year Zero, Ghosts I-IV y The slip, que son los últimos cuatro discos editados por el grupo; reconozco mi ignorancia sobre estos materiales, ya que le perdí la pista a NIN desde el disco de The Fragile; empero, supe que se trataba de temas de esos álbumes por los comentarios que hacían algunos de los espectadores, quienes sí eran fanáticos de la banda.



Todo funcionó a la perfección. Todo cuadró. La banda de Trent Reznor fue la que mejor sonorización tuvo, esto es, la que sonó mejor en términos de ecualización, pues al parecer todo estaba dispuesto para su presentación y los demás grupos tenían que adaptarse a esa circunstancia. A todo momento, el espectáculo sorprendía y complacía. Nos llevamos un muy grato sabor de boca, que nos dejó una grandísima banda, ya clásica, que vino a estos confines de jodidez y marginación para que viéramos lo que es amar a Dios en tierra de indios. Totalmente molidos, pero muy satisfechos, nos retiramos del lugar.



Todo valió la pena y, al menos yo, repetiría sin vacilar la experiencia de Nine Inch Nails, pero sobre todo la de los Flaming Lips.

sábado, 18 de octubre de 2008

Jálele el pescuezo al zenzontle


Recientemente, un grupo de amigos y yo, creamos un blog para tratar temas un poco más serios que las sandeces que se publican en éste. Se intitula "El Canto del Zenzontle, Ave de las 400 Voces" Participamos en el mismo dos historiadores y dos abogados.

Así que, si tienen el tiempo y la calma, dense una vuelta por el sitio, que tiene la siguiente dirección: http://www.cantodelzenzontle.blogspot.com/. Insisto, no son, al menos en teoría, las mismas ahorcadas de ganso que se presentan en este su blog favorito. La cosa es seria, pero no por ello acartonada y solemne.

En cuanto a mi blog, para todos y para nadie, pronto vendrán nuevas necedades y menudencias. Varias personas me han detenido en la calle y me han preguntado que qué pasó, que cuándo voy a publicar nuevas cosas. Les pido paciencia, que tengo bastantes ideas para expresar este mes. Simplemente el toquín al que voy a ir dentro de unas horas en Guadalajara, me dará mucha tela de dónde cortar (¿"Mucha tela de dónde cortar"? ¿Ven como no he andado fino y elocuente estos días? La verdad estuvo mejor que dejara de escribir un rato), y tengo además en el tintero ("en el tintero" ¿ven lo que les digo?) algo sobre libros, sociedad, costumbres y cine. No desesperen.

Hasta pronto.

domingo, 5 de octubre de 2008

El soundtrack de mi vida



El primer disco que escuché: No recuerdo con exactitud, pero debió ser alguno de la Internacional Sonora Santanera. En ese tiempo mi madre los escuchaba mucho. Pudo ser también un disco de los Bee Gees, que siempre fueron del agrado de mi papá. No menos probable es la hipótesis de que haya sido alguno de Chico Che y La Crisis, ya que en ese entoces en todos los hogares clasemedieros mexicanos se les escuchaba.


El primer disco que compré: De ése si me acuerdo: fue el de Hoyos en la bolsa, de El Tri. Un buen disco; osaría afirmar que fue el último disco decente que produjo el grupo de Álex Lora. Canciones como El enmascarado de látex y Que regrese Salinas destacan en este álbum.


El primer disco que le envidié a alguien por no poderlo tener: Más que un disco, era una colección completa. La tenía un amigo de la secundaria, el Gallo, y abarcaba todos los géneros, grupos y artistas conocidos (de buena música, obviamente). En realidad, era de sus hermanos, pero él disponía de ella como si fuera propia. En ocasiones nos llevaba a su casa y nos mostraba su colección, como quien presume un valioso tesoro.


Mi disco favorito para manejar: Cuando mi carro tenía estéreo, me gustaba poner algo tranquilo, para calmar los nervios encrispados por el tráfico. Esa función la cumplían a cabalidad los discos de Pink Floyd, sobre todo el Wish you were here y el Athom hearth mother. Ahora que no tengo estéreo, pongo la música que traigo en el celular, que es bastante variada.


El disco que mejores recuerdos me trae: Había discos que mis padres ponían en las reuniones que tenían con sus compadres (Patlán, Preciado y Parra) de Los Ángeles Negros; uno en particular que traía una canción que decía: "Mátame si quieres, pero no me olvides...". En esas reuniones todo era felicidad y desparpajo; permitían además que se diera la convivencia entre los hijos de los compadres y yo, que también eran muy divertidas. Con esas canciones como fondo, tuve la que seguramente fue mi primera experiencia amorosa, con la hija de Parra, Analí. Amor inocente, de niños. Amor contemplativo, de los que se cree que son para siempre. Fue una gran época en mi vida, que abarcó como de los 4 a los 9 o 10 años. Después, nada quedó de esos días, ni en lo lúdico ni en lo sentimental.


También el Nevermind de Nirvana me hace recordar buenos momentos. La que probablemente ha sido la mejor etapa de mi vida, la de la secundaria, estuvo musicalizada por ese disco. Acababa de descubrir al grupo y mi afinidad por el rock. Amigos, amores, experiencias, en un tiempo en que ese disco era lo que más escuchaba. Recuerdo que estando en tercer grado, después de haberle declarado mi amor a una compañera de cuyo nombre no me quiero acordar, ante su desprecio -después de salir de clase y cerca de la parada del camión-, lo primero que hice al regresar abatido a mi casa fue poner el álbum en cuestión -que tenía en cassette. Simplemente lo escuché. Todo, mientras trataba de dar explicación a tan frustrante revés de la vida y me cansaba de maldecir a la ingrata.


El disco que más me avergüenza tener: Tanta vergüenza me da tenerlo, que no mencionaré cuál es.


El disco que más lamento haber perdido: En general, soy muy cuidadoso con mis discos, mis libros y mis revistas de La Mosca. El disco de Hoyos en la bolsa de El Tri, que fue el primero que compré, nunca supe dónde quedó (al parecer, mis padres, que se oponían a que escuchara ese tipo de música, lo eliminaron). Otro que perdí era un cassette pirata de 27 éxitos de El Piporro, que incluía grandes temas como Ellos las prefieren gordas, Borrachera, Melitón, el Abusón; la trágica Gumaro Sotero, y la magnífica versión, que en ninguna otra recopilación he encontrado, del clásico Corrido de Arnulfo González; entre otros. Una pérdida irreparable.


El disco que adquirí más recientemente: Fueron cuatro: The Soft Bulletin, de The Flaming Lips (gran grupo que acabo de descubrir hace como un año), que tenía rato tratando de localizar; Undertow, de Tool, primer disco, chingoncísimo, de una de mis bandas preferidas; Roseland NYC Live, de Portished, disco de un grupo grandioso que también quería conseguir; e In The Beginning, del malogrado pero genial gitarrista Stevie Ray Vaughan y su banda Double Trouble. En estos momentos me encuentro disfrutando del primero de los mencionados.


El disco que más me ha influenciado en la vida: Seguramente es el Nevermind de Nirvana. Como ya dije, llegó a mi vida en un momento clave, un momento de búsqueda personal. Musicalizó la que considero la mejor etapa de mi vida y definió de manera determinante mi gusto por el rock, e incluso la pose contestataria que le es inherente. Nirvana fue durante mucho tiempo mi grupo favorito, y ello se debió en gran parte a este disco. Mi acercamiento al arte en general y a la lectura en particular, viene de mi interés en la música, y éste recibió su rumbo más claro de este disco. Ya casi no lo escucho; es muy raro que lo ponga. Sin embargo, es un espléndido álbum, quizá el más importante de los 90´s. Ahora hasta los chavos prepúberes que todavía huelen a orines y no saben qué pedo lo escuchan, sin comprender seguramente su significado, conotacioenes e importancia, mas ello no demerita la calidad de este disco, que si bien no es el mejor que grabó el grupo de Kurt Cobain, ni contiene alguna de sus mejores canciones.


El disco que prefiero para hacer el amor: Pues en realidad ninguno. Esto debido a que la mayoría de las veces en que me toca tener tan deliciosos encuentros, es bajo circunstancias de imprevisión y clandestinidad. Aunque tal vez la música en estas situaciones resulte prescindible, si se logra producir hondos jadeos y jemidos en la compañera, sonidos, estos sí, de gran importancia y disfrute para quien pulsa los botones adecuados para su expresión. Una vez se me ocurrió poner unos discos de Sigur Rós, para malviajarme más gacho echando pata, pero no resultó: mi compañera como que no les agarró la onda (me dijo que le había parecido una música relajante y "tranquila", cuando se trata de melodias perturbadoras y siniestras), y yo, tratando de sincronizar los momentos clímax de las canciones con mis descomunales embestidas, me perdí y dejé de poner atención a las necesidades de la amante en turno, único criterio válido para regular la cadencia e intensidad de los movimientos amatorios.


El disco que querría que tocaran en mi funeral: Pues ahora no lo sé, puesto que no pienso mucho en la muerte, por lo menos en la mía. Tendría que ser música clásicá; música de cámara, de un cuarteto de cuerdas. Hace algunos años me tocó asistir a la misa de cuerpo presente de un compañero de trabajo, en el templo de Guadalupe, y con cello, contrabajo, viola y violín, se interpretó la música más cabronamente perturbadora que he escuchado. Era hermosa, terriblemente funesta y oscura. Algo así me gustaría.


Los cinco discos que me llevaría a una isla desierta: Primero, indiscutiblemente, mi disco favorito: Ok Computer, de Radiohead; el Dark Side of the Moon, de Pink Floyd; algún disco de éxitos de la Internacional Sonora Santanera; el () de Sigur Rós (actualmente mi grupo preferido junto con Radiohead); y el Revolver de The Beatles. El pilón, si se permite (aunque no se permitiera, me lo llevaría de contrabando), algún disco de éxitos de El Piporro.

domingo, 28 de septiembre de 2008

El tianguis de libros


Se sabe que el mexicano no lee. Bueno, al menos eso se dice. La última encuesta realizada revela que se lee 2.96 libros por persona al año en el país. El problema deriva fundamentalmente de la deficiente educación que proporciona el Estado, ocasionada por la poca atención que se presta a este importantísimo rubro. Tanto la federación como los estados -e incluso los municipios- carecen en general de políticas públicas claras, concretas, bien definidas, en materia de educación pública y cultura, y se relega este tema en su agenda política como algo secundario y menor.


Ejemplo de lo anterior es la magra difusión que se da en el Estado de Aguascalientes a la cultura en general, y a la lectura en particular. Conocida por ser una entidad conservadora, cerrada, pueblerina y bastante mocha, no podía esperarse un escenario diverso, menos aún con un gobierno de derecha como el que durante dos sexenios le ha tocado padecer. El remedo de política en materia de fomento a la lectura -y por ende a la cultura-, consiste en la organización y celebración de la anual Feria del Libro, instrumentada por el Instituto Cultural de Aguascalientes. Ese solo evento -que, como se verá a continuación, resulta de verdadera pena ajena- cristaliza en su totalidad los tibios esfuerzos del estado en el importante rubro de promoción de la lectura.


Tuvo lugar en la ciudad de Aguascalientes, municipio de igual nombre, capital del Estado que también se llama así, la "Cuarenta (sic) Feria del Libro del Instituto Cultural de Aguascalientes", del 20 al 28 de septiembre de 2008. Caray, desde el título de "Cuarenta" Feria del libro, estamos mal. Lo correcto habría sido: "la Cuadragésima Feria del Libro...". Pero no, quedó como la Cuarenta Feria del Libro. El anuncio, el título de un evento que supone una fiesta de la cultura, se formula sin la menor ortodoxia gramatical, con una patética ignorancia de los números ordinales y su función.


Desde que recuerdo, sobre todo desde que el evento se aloja en las instalaciones del Museo Descubre, siempre ha sido la misma feria: mismas deficiencias, mismos vicios. Para empezar, la cantidad y calidad de los expositores es muy reducida. Hay muchos que sólo ocupan espacio para que la feria se vea algo grande, pero que en realidad no tienen mucho que ofrecer en cuanto a material de lectura. Y son los mismos expositores que año con año cumplen la misma función escenográfica en la feria. La mayoría de las editoriales representadas ellos son más bien prescindibles, menores; bien pudieron no estar y nadie habría sufrido aflicción alguna.


Ni qué decir de los participantes que ni siquiera expenden libros. Está el tipo que en cada edición de la feria ofrece a los visitantes juguetitos de madera para retar a la inteligencia, que según mi punto de vista nada tendría que hacer en el evento. Está también el que vende discos usados. Mas merece especial atención el stand de "los libros más pequeños del mundo"; pequeños objetos que pretenden ser libros, pero que resultan en la mayoría de los casos ilegibles e imprácticos. Grandes obras de la literatura universal están disponibles en ese "formato", que se vende como algo muy mono, o como la última curiosidad en términos de las posibilidades que el más ramplón naquismo ofrece. "Ay, mira, los libritos", dicen los incautos, maravillados por la puntada. Estos libros pueden utilizarse para cualquier cosa, excepto para leer. Lo peor del caso es que uno de los puestos más concurridos del tianguis librero es el que expone estos objetos que en sí mismos encierran toda la pobreza cultural implicita en la feria.


Mas lo anterior resulta una minucia, comparado con otros problemas que presenta la feria. El primero de ellos es la poca de variedad en las obras que se ponen a la venta. Los mismos libros de todos los años están presentes; no hay novedades, no porque no existan, sino porque tal vez el mercado aguascalentense no sea tan exigente y no conozca sobre las últimas ediciones tiradas. Los mismos libros, en su mayoría, pero un poco más caros que el año anterior. Por lo general, las obras que se expenden tienen un precio igual o mayor a aquél al que se ofrecen en librerías de la localidad, y la mayoría de ellas puede conseguirse regularmente en éstas.


Representantes de editoriales como Alfaguara y Paidos, que son las que de repente muestran alguna novedad, manejan precios realmente altos, ajenos, según mi parecer, al propósito del fomento, promoción y difusión de la lectura que, al menos en teoría, debería tener la feria. Muchos de los expositores son chilangos, así que vienen a nuestro humilde Estado a querer hacer su agosto con gente que, según ellos, no conoce cuánto cuesta realmente un libro en cualquier tienda, o que pagaría cualquier precio por obtener ediciones que ni por obra de la casualidad podrían llegar a este pueblo cacahuatero, dejado de la mano de Dios. Todo lo anterior, obviamente, con la complascencia de los organizadores del evento, quienes, bajo la consigna de respetar las leyes del libre mercado (es un gobierno panista a final de cuentas), ni las manos meten para tratar proteger los bolsillos de los ya de por sí jodidos lectores (me incluyo entre ellos).


Se supone que la finalidad de una feria del libro (ahí está el caso de la FIL de Guadalajara) es promover la lectura, no servir de espacio para que un grupo de marchantes expenda sus mercancías. Para eso hay mercados, hay tiaguis. Para eso ni siquiera se necesita la intervención gubernamental (fuera de la expedición de permisos y licencias municipales). Si van a ir los expositores que quieran, a vender las porquerías que les plazca al precio que mejor convenga a su afán especulativo, para qué hacer todo el numerito de la feria del libro, del suceso cultural que debería representar. Total, que se organice un tianguis dominical de libros y películas piratas, chicles, chocolates, muéganos, cacahuatitos, en la Plaza de la Patria y asunto arreglado. No se gasta tanto presupuesto a lo pendejo (no quiero ni pensar cuánto se expensó por concepto de marketing del evento) y el efecto es prácticamente el mismo (o incluso mejor, dado que sería un tianguis semanal). ¿Que hay otros eventos dentro de la feria, como presentaciones de libros, tocadas y círculos de lectura? Pues sí, ¿y qué? Esos son elementos accesorios. ¿Qué nos ganamos con que haya todo eso si los libros no son accesibles y no hay variedad ni novedad en los mismos? La incidencia en los hábitos de lectura de la gente es la misma.


No puede hablarse de que haya un apropiada difusión de la lectura, mediante las ferias del libro, si no se comienza por propiciar la oferta de una mayor diversidad de obras, a precios significativamente más accesibles que los que se pueden conseguir en las librerías. Así, tan sencilla pero tan difícil es la cuestión, y hasta en tanto la autoridad encargada de la organización de estos eventos -en este caso el Instituto Cultural de Aguascalientes- no quiera entenderla, seguiremos en las mismas, con una feria mediocre e intrascendente, una verdadera feria de pueblo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Con ustedes, Jairo Calixto Albarrán


Además de servir de canal de expresión para las diversas ideas, inquietudes y malviajes que atormentan mi mente, este blog también tiene la finalidad de dar a conocer, promover y difundir la obra de distintas personas que, ya sea en el periodismo, la literatura, la música, el cine, la ciencia o la filosofía, con su quehacer han servido de influencia para el que estas lineas escribe. Este medio pretende también, al repasar el trabajo de tan ilustres creadores, rendirles un merecido homenaje.


En esta ocasión, toca el turno a Jairo Calixto Albarrán, columnista de Milenio Diario, y otrora colaborador de la gloriosa revista La Mosca en la Pared -de la que se hablará en otra oportunidad, para quienes no llegaron a conocerla. Aquí se expone un texto que aportó al número 29 (abril de 1999) de la mencionada publicación. Que lo disfruten.



EL PRÍNCIPE Y SUS BUFONES

No hay nada más deprimente, aparte de la seudotelenovela salinista que vemos todos los días en los medios de comunicación, que soportar el soundtrack de un imitador chafa de José José, echándose de manera espontánea y a capella ”Gavilán o Paloma”, sólo para demostrar que para el amor no hay más ruta que la de la autolaceración kitsch. Desde que tengo uso de razón, esta sobredosis de gorjeos dudosamente románticos me ha perseguido como una maldición. Cada vez que en alguna reunión alguien sacaba una guitarra para extraer de su ronco pecho su repertorio extraído del Cancionero Picot, temblaba, pues sabía que “El triste” estaría incluido entre sus berridos. Es muy duro ser mexicano. Por eso, cuando escuché que un montón de pelanduscos roqueros mexicanos estaban apunto de rendirle un sentido homenaje al “Príncipe de la Canción”, supuse que se trataba de una broma de muy mal gusto. Claro que no era una cosa imposible. Si nuestros rockers nativos habían salido en Siempre en Domingo, besado los pies a Verónica Castro, albureado con Paco Stanley, entregado premios para la revista Eres y demás ejemplos de la dignidad y el decoro, se podía esperar hasta una colecta de su parte para montarle un mausoleo a Fidel Velásquez.


Más allá de todo puritanismo, finalmente vimos aparecer este homenaje rocker a José José como quien ve el nacimiento de un engendro kitsh, cuya verdadera intención era, en efecto, generar un sentido homenaje y reconocimiento al intérprete de “La nave del olvido”, cuando en realidad debió de haber sido un ejercicio crítico-burlesco para la figura de un cantante que representa, sin duda, el aplatane más cursi, decadente y pesado de toda nuestra herencia musical.


La educación sentimental que representa don Pepe Pepe es cuando menos cavernaria, elemental, primitiva, refugiada en un nebuloso concepto llamado romanticismo que, por alguna razón inexplicable, se empeña en dar clases de moralidad amorosa y de remordimientos freudianos. En ese sentido, el papel del músico roquero no es homenajear tal cosa, si no someterla a las más sediciosas terapias. Ahí está la versión de los Sex Pistols de “My Way”, nada más para dar un ejemplo.


Que homenajeen a José José y sus trajes de terciopelo y encaje las Pandora, Cristian Castro, Los Caminantes o Marco Antonio Solís, pero no nuestros de por sí desprestigiados rockers que andan por la vida anunciándose gruexos, contestatarios, revolucionarios y guerrilleros, pero al escuchar las primera notas de “Amar y querer” berrean cual cetemistas en el Zócalo el Primero de Mayo al ritmo de “….es que amar y querer no es igual/amar es sufrir, querer es gozar”. Es como si así nada más, sin un circuito de referencias críticas y de metáforas canallas, los Rolling Stones sacaran un disco con canciones de Celine Dion o Radio Futura uno con piezas de Julio Iglesias. ¡Piedad!


Sin embargo quizá lo más enfermizo haya sido el video de los chicos de La Lupita con su versión de “Gavilán o paloma”, que más bien parece homenaje a Siempre en Domingo y a las posibilidades del ridículo a las que puede llegar José José. Así, vemos al grupo trepado en una especie de escenario del programa de Los Yorsis, vestidos cual miembros de Ballet de Milton Ghío, interpretando de manera muy sensible y profunda esta canción que respeta las más estrictas formas normas del humor involuntario. Mientras tanto, presenciamos una historia encarnada por el propio José José, donde se liga a una rica güera a quien invita a cenar sin conseguir nada realmente. Una cosa espeluznante que podría servir para un squetch de la Güereja, donde el cantante pone cara de Quico y el Señor Barriga junto a la mujerzota a la que no acierta a aplicarle ninguno de sus métodos de seducción.


Aquí por lo menos el director debió de haber introducido el viejo mito que hay detrás de esa rola: que la mujer a la que se liga el de la voz es realmente un macho man sacado de una canción de Village People. Algo un poco más divertido. Pero no, le dejaron el asunto ahí a medias, medio en bruto y sin salida alguna. Una cosa patética en términos de incapacidades narrativas y visuales. Ahí es cuando extrañamos las películas de Televicine donde José José se interpreta así mismo, todo gañán y borrachote, rodeado de amigos turbios y nenorras en busca de un gajo de felicidad al estilo Lerdo Chiquito. Ya en el colmo, la versión musical de “Gavilán o paloma” que intentan los de La Lupe es tan simplona, plana y respetuosa que nos hace revalorar los logros metafísicos de las canciones originales de Juan Carlos Calderón.


El próximo homenaje que intenten nuestros roqueros mexicas (que seguramente será alrededor de la obra fundamental de Los Caminantes o Los Angeles Negros), habría que exigirles cuando menos un poco más de rigor ético y estético para lo patético.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Una reflexión



Llegó al buzón de mi mail este texto de manera anónima. Viene al caso por la proximidad del festejo del día de la independencia de México. Léase, atiéndase; es interesante la reflexión que nos propone. El foro está abierto para la réplica y comentarios. Aquí lo transcribo fielmente.
DEL GRITO A LA PATRIA
I

El día 16 de septiembre es sobresaliente, quizás, emancipador de los sentimientos acumulados en el resto del año, porque en él se conjugan dos virtudes propias de los mexicanos que se caracterizan del resto del mundo: fiesta y patria. Ese día es único y entrañable, los mexicanos nos reunimos para recrear y volver al origen de la independencia –año con año lo hacen- con el fin de gritar “Viva México” y consecuentemente dedicarle un “viva” a los héroes más representativos, así es como congraciamos a las figuras patrióticas de Hidalgo, Allende, Morelos, Guerrero. De igual manera gritamos “¡Viva México hijos de la chingada!”, ¿quiénes son esos hijos?, probablemente, los antihéroes, Félix Calleja, Iturbide o los españoles.

Ahora bien, ¿por qué celebramos la fiesta de independencia? Los mexicanos siempre tienen un pretexto para realizar una fiesta, pero ¿ésta sí lo amerita? La Fiesta del Grito es un ritual que consta de dar un grito a las once de la noche del día 15 de septiembre, es de suma importancia decir que está presidido por el Presidente de México y es quien dirige a manera de director de orquesta todos los vivas que se le ocurran; inmediatamente después viene el desorden total, me refiero al consumo desmedido de tequila, cerveza, aguardiente, mezcal y de más bebidas que se nos ocurra como buenos mexicanos. La fiesta es el tiempo presente en donde el pasado y el futuro se reconcilian; es el único lujo que nos podemos dar al año, tal vez, sustituyen las vacaciones.

La fiesta patria es donde el mexicano se abre al exterior para salir de esa soledad que lo envuelve y que siempre está disfrazada por la falsa hombría y una apariencia irreductible. La hombría la disimula –el mexicano- con el grito: ¡y no me sé rajar! Los que se rajan son traidores o un hombre de dudosa fidelidad, por eso el grito sale a relucir en esta Fiesta para retar a los traidores, a los antihéroes. Al tener hombría y no rajarse -dice Octavio Paz- las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en un sexo, en su rajada, herida que jamás cicatriza; representación eficaz de la “tierra violada” o ultrajada por los españoles. Para el hombre rajarse representa abrir su intimidad y, además, que lo penetren. La apariencia es representada por el disimulo. “Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta –si no estalla y se abre el pecho- lo hace entre dientes y a media voz disimulando su cantar (Paz, 2004: 46-47). Sin embargo, en la fiesta el mexicano se abre al exterior: grita, chifla, canta, baila, hace juegos pirotécnicos, avienta sus sombreros (por cierto, revolucionarios del siglo XX); es noche para reconciliarse, para brindar con los amigos, para reconciliarse con la novia; nadie murmura, se dialoga con tono de voz fuerte, con vigor; las malas palabras y los chistes salen a relucir; se presentan las riñas, los navajazos, los balazos, que también son parte de las fiestas. El mexicano en esta fecha se olvida de sí mismo, muestran su verdadero rostro, nadie lo sabe; la máscara se desprende para ponernos otra, la que desinhibe. La fiesta no es puro júbilo sino también lamento, nos desgarramos al final para cantar: amor-desamor y amistad-enemistad. Bien dice la canción ¡…toquen mariachis canten, alegren mi corazón, no quiero que nadie me vea triste y nadie sepa de mi dolor…! El mexicano se muestra para ocultarse, claro, en apariencia que se vuelve en varias realidades.

La noche del día 15 para amanecer el 16, los mexicanos se desbordan para hacerle honor a la libertad y, así, tener independencia -por lo menos una vez al año-. La libertad se muestra para infringir las normas que nosotros mismos impusimos; pero la fiesta es desorden para provocar el renacimiento de la vida. Entonces, ¿es necesario celebrar la independencia de México cada año para renovar la independencia individual conseguida hace 187 años? Sí, porque es la única manera en que se sienten partícipes de esa guerra y de sentirse unos chingones ante esos “hijos de la chingada”. Traidores de la patria.

En nuestro vocabulario coloquial y cotidiano existen palabras con una sorprendente ambigüedad que con tan sólo cambiar el tono de voz, se cambia el sentido de la palabra. Estas palabras desgarran, intimidan o enaltecen. Se dice: la poesía al alcance de todos. ¿Qué significa decir “Viva México hijos de la Chingada”; es afirmar nuestra patria, protegerla y defenderla, ¿y de quién? De los otros, los que no comparten nuestro sentir, los malos, los antipatriotas, nuestros rivales. Ahora bien, pasemos a otro grito inevitable en los festejos patrios: “¡Como México no hay dos!” Una respuesta inmediata ante este enunciado antidemocrático es que rompe con la universalidad del pensamiento, se encierran los mexicanos, no permiten miradas ajenas, siempre quieren estar en la soledad y que se les reconozca como un Don Nadie, esto es negar nuestras raíces: lo indígena y lo español. Y si todos los mexicanos son ninguno, no existe ninguno de nosotros (Paz, 2004: 50). Cómo tenemos razón al pronunciar que México es único, ya que nos referimos al narcotráfico, corrupción, inseguridad, impunidad, guerras sucias o políticas, pobreza, desigualdad; cómo tenemos razón: “como México no hay dos”.

Los dos gritos anteriores se contraponen, pero se complementan; el primero, se abre hacia el exterior, el mexicano rompe con el silencio, lo aniquila; el segundo, se cierra, es hermético con la finalidad de volver al estado histórico que nos envuelve: la soledad.

Es hora de engalanar a nuestra patria “impecable y diamantina”; no queda más que preguntarnos ¿es lo mismo ser patriota que patriotero? Veamos algunos versos del poema “La Suave Patria” de Ramón López Velarde para diferenciar estos dos términos. De antemano podemos mencionar que ser patriota no es ensalzar la figura del héroe caído en batalla, ni todos los monumentos que se le esculpen, ni todos los años que se le festeja. Lo anterior lo tomamos como pretexto para que salga a relucir nuestra ignorancia al preguntar: ¿Miguel Hidalgo estuvo en la independencia o en la revolución? ó ¿la independencia fue 1810 o 1910? Esto denota vergüenza, sin embargo, gritamos ¡Viva Hidalgo! y hasta ese momento nos cae el veinte, pero estas preguntas se vuelven cíclicas y se hacen año con año, parece que se renuevan y la memoria resulta obsoleta. Embriaguez y fiesta ¿es ser patriota? No, es ser patriotero de cada año, donde desempolvas tu sombrero (a menos que asitas a un partido de la Selección mexicana y te pongas la verde) y afinas tu garganta, ya sea para gritar “viva” o para que el tequila no raspe. Es preferible ser antipatriota que ser patriotero.
En fin, ser patriota en la actualidad es ser un buen ciudadano: quien paga a tiempo los impuestos, quien acude a votar, quien no permite la corrupción, quien no roba, quien no mata, quien no contamina, quien no ejerce violencia sobre otro. Bien decía López Velarde: El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros de petróleo el diablo. Este verso advierte la riqueza natural mexicana, sin embargo, nuestro suelo es objeto de corrupción, desigualdad e impunidad. La reforma energética -tan en boca de todos hoy en día-, que todos manoseamos y todos ignoramos, nos propone la participación de inversión privada -nacional o extranjera- para poder extraer hasta la última gota del oro negro, pero esto sería violar la tierra una vez más. Sentencia: “México es el cuerno de la abundancia, pero de la abundancia puro cuerno”.

Haz patria y educa ciudadanos conscientes y responsables de sus actos y, sobre todo, comprometidos con México. La patria no es una realidad histórica sino íntima (Paz, 1995: 29). Por esta razón el poeta jerezano decide escribir complicidades sentimentales y no ideológicas. No quiere cambiar al hombre ni trasformar el mundo porque éste se nos entrega en sensación y emoción.

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tus cielos las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

La patria nos hace y nos moldea y viceversa. La historia no tiene el objetivo de moldearla, ni ponerla en una situación maniquea. La patria existe en nuestras entrañas para relucir en el exterior y expresarse, manifestarse de diversas formas. La patria no tiene máscaras, es auténtica.

Diré con una épica sórdida:
la patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permíteme que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.

El nacionalismo expresando en López Velarde tiene una dicotomía que va de la patria a la matria. La patria ensalza el espíritu nacional y la entereza masculina, es lo abierto; mientras la matria es la provincia, quien consagra la virginidad femenina, es lo cerrado. “La Suave Patria” es un canto a la provincia nacional, donde se complementan perfectamente la patria y la matria, unión fraternal y cósmica que trasciende para darle identidad al mexicano.

Suave patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como niña que asoma a la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

A dos años de los festejos del Bicentenario de la lucha de independencia, todavía seguimos idolatrando a los monumentos de bronce y a las épicas luchas insurgentes. Esto es fruto del nacionalismo recalcitrante que cada 365 días se reproduce para darle una base sólida y de justificación al país; es tiempo de valorar y comprender la historia de México. Es justo volver al poema de Ramón López Velarde para traer a nuestra memoria “el nacionalismo natural, el más puro concepto de pertenencia de los seres humanos, ése que no comprenden los políticos depredadores o los empresarios saqueadores, junto con los desnacionalizados mexicanos que olvidan o entierran sus orígenes en las modas [extranjeras], la pésima educación histórica y las más burda de las ignorancias de su pasado (Matalí Hernández, 2008). La consecuencia actual de nuestro pasado (lleno de injusticias, de crímenes, de pasiones desmedidas, de demagogia, de pérdida de territorio, de ignorancia, de negligencia, de políticos corrompibles, de un pueblo ignorante) es entregar nuestro patrimonio -riqueza natural- a extranjeros por tener una clase política inacabada e inculta. A nuestros políticos se le debe de abrir un curso pedagógico: ¿Cómo amar a la patria sin ultrajarla? El mexicano sólo se completará cuando salga de sí y descubra, se invente y se reinvente. La dialéctica nos interpretará.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Chilango ¿incomprendido?


Mientras intentaba desesperadamente bajarme la peda con unos sorbos de coca-cola tibia y sin gas, encontrándome en un lugar cuya ubicación todavía desconozco, sentado, abatido, presa de la confusión, mirando como una mujer yacía en el piso esbozando ininteligibles balbuceos, me vi envuelto en una acalorada -y pacheca- discusión de la que ignoro el origen.


Lo que recuerdo fue que, como acostumbro, emití un juicio despectivo, si bien sincero, sobre los chilangos; o bien, pudo ser que haya dicho simplemente cómo los odio. Craso error: mi insolencia desató una agitada polémica -improcedente y ociosa, según se verá más adelante- sobre el significado de esa expresión. Lo que fue un comentario producto del aburrimiento y la desazón que imperaba en la atmósfera, se convirtió en motivo de un heterodoxo debate semántico.


"Estás mal", dijo alguno; "chilango no es el que nace en el D. F., sino el que llega a vivir ahí, proviniendo de provincia." "Ah, cabrón", dije perplejo. No me caía el veinte. Refuté con un lacónico "no" tal afirmación, sólo para recibir la avasalladora avalancha de comentarios emitidos con la finalidad de secundar la tesis de mi primigenio interlocutor, al unísono de: "Sí, güey". Breve, pero elocuente.


No creía lo que escuchaba, y como se talla los ojos el que cree haber presenciado un espejismo, traté de remover el rancio cerumen que se aloja en mis oídos, con el propósito de disipar la confusión. Pero nada cambió, pues lamentablemente había escuchado a la perfección. Qué pena.


En alguna otra ocasión había oído a alguien sentenciar en iguales términos: chilango no es el oriundo del Distrito Federal, sino el que emigra hacia ese lugar desde el interior de la república. En aquel entonces, recibí con escepticismo el aserto. Me pareció una de esas cosas que dice la gente zafia que tiene ingenuas -pero no por ello menos desagradables- pretensiones de corrección; la misma gente que afirma que no hay vasos de agua sino con agua (ignorando las diversas connotaciones de la preposición "de", una de las cuales indica contenido), o que pretende que en castellano la v y la b se pronuncien de manera diferente; la gente que hace de la ultracorrección una molesta costumbre.


Así, decía, siempre me pareció dudosa esa afirmación. No me convencía, a pesar de que no me había dedicado a dilucidar la cuestión. Anoche, en la discusión, los argumentos que fueron expuestos, más bien pueriles, no cuadraban, eran dudosos, incluso el de autoridad que quiso hacer valer uno de los presentes, en el sentido de que el propio Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sustentaba la definición de la que era partidario, dándose golpes de pecho como quien defiende la palabra de Dios con la Biblia en una mano. Como dije, nunca investigué antes si era acertada la apreciación cuestionada, pero en el momento me surgió la siguiente duda con respecto a ella: si se trata de un gentilicio, por definición, no puede dejar de referirse a las personas originarias del lugar, aunque por extensión pueda aplicarse a otras que, sin ser oriundas, se han avecindado ahí.

Tan sencillo como eso. Lamentablemente, la tesis que me empeño en debatir en este post era compartida por todas las personas presentes, excepto yo, obviamente (ah, también estaba otro chavo en un rincón de la sala que seguramente había aprendido a dormir con los ojos abiertos, que no intervino para nada). Concluí -y lo corroboré después- que mis interlocutores se habían ido con la finta en el tópico en cuestión, sumándose a las numerosas víctimas de ese mal lingüistico llamado ultracorrección.


Lo que empezó como un debate semántico (al menos en el papel), que daba la oportunidad a introducir cuestiones históricas, sociológicas y etimológicas, terminó en una indiscriminada y generosa expresión de las más inverosímiles sandeces. Como siempre he sido una persona obstinada, sobre todo tratándose de discusiones, lo primero que hice hoy domingo fue ingresar a internet y buscar en Wikipedia y en la página de la RAE la definición que nos ocupa. Mis detractores debían estar equivocados, cómo de que no. Y en efecto lo estaban, pues ambas fuentes confirmaron lo que yo anticipaba: chilango es el oriundo del D. F., principalmente el nacido y radicado ahí, y por extensión el originario de otra parte de la república también avencindado en el lugar, con el suficiente arraigo para haber adoptado las nefastas costumbres que han hecho de los chilangos un grupo odiado por muchos.


"Ja, ja, ja", reí. Gocé. Había triunfado y disfruté complacido la victoria. Me regodee un rato y me puse a escribir este post. El que ríe al último, rie mejor. Y toda esta situación me hizo reflexionar acerca de cómo nos llegamos a obstinar con una idea aunque no tengamos fundamento para sustentarla, y la defendemos a morir. Es absurdo afirmar algo que no es demostrable, algo que no se sabe de la fuente de la que se debió tomar, sino de otra carente de legitimidad. Pero ahí estamos, como mensos. Seguramente en estos momentos mis opositores estarán tratando de corregir a alguien por pedir un vaso de agua o por pronunciar a v igual que la b, con el propósito de parecer cultos y paladines de la corrección. Ya los oigo: "No, güey, no hay vasos de agua; hay de vidrio, de plástico, de barro, pero de agua no. Se dice vaso con agua, pendejo." Dios los perdone.


Lo interesante sería averiguar de dónde surgió esa idea errónea sobre el significado de la palabra chilango. Me aventuro a conjeturar que justamente la inventaron los propios chilangos, los nacidos y habitantes de la Ciudad de México, en un intento desesperado por quitarse el estigma que hace algunos lustros los marca, como personas fundamentalmente maleducadas, gandallas, ventajosas, agresivas, habladoras, echadoras, fantoches, deshonestas y manipuladoras. (Como no soy idiota, no puedo afirmar que todos los chilangos sean así, sólo que esas cualidades son las que revisten al típico especimen de esa raza.) Como para decir, "nosotros no somos los chilangos (o sea, los culeros), sino las personas 'de provincia' que se vienen a vivir acá." Buen intento; convencieron a más de un incauto.

jueves, 21 de agosto de 2008

Oye, mi amor, no me digas que no...


La gente que me conoce sabe que soy una persona obsesiva. Redundo, le doy vuelta a las cosas. Una vez y otra. Basta con tener un leve acercamiento hacia mí, una plática tal vez, la observación aleatoria, aun breve, de mi discurso práctico, para adverir esta calidad que me define.

Quienes han tenido que padecer la experiencia de tratarme más a fondo, saben que esa obsesividad se manifiesta el la expresión de mis ideas sobre las cosas que me encantan, y sobre todo, de forma seguramente desproporcionada, de las cosas que odio, que no soporto, que me castran, como dijo uno.

(Entre paréntesis, la corrección -aun cuando no llego a alcanzarla- es también una de mis obsesiones, pero ello será tratado en otra ocasión.)

Llega por fin la oportunidad de dejar en paz a mis amigos con este tipo de minucias, y exponerlas en este foro; las cosas que siempre los han cansado dejarán de abrumarlos, pues ahora me he de desahogar por este medio. Más de uno me lo agradecerá.


Dentro de los temas recurrentes en mis interminables disertaciones acerca de lo mierdera que puede resultar alguna cosa o persona, se encuentra sin duda el del grupito musical mecsicanou llamado Maná.


Sí, Maná. Odio a Maná. Siempre he odiado a ese grupejo. La pregunta inicial sería ¿los odio por ser mierderos, o los considero así porque los odio? Como este es mi blog, voy a decir que la primera hipótesis es la acertada: es un pinche grupo mierdero (perdón por la reiteración casi barroca de este adjetivo, pero últimamente he estado viendo South Park con mucha frecuencia).


Pero ¿por dónde empezar? Hay tanto que decir acerca de este cuarteto de mamarrachos, que de entrada parece difícil establecer cual fue el principio de toda esta vorágine de melcocha que ha significado el fenómeno de Maná.


Como propuesta musical, el grupo resulta, aburrido, inocuo, mediocre, fresa. Sus composiciones están basadas en armonías del reggea ochenteras, fusiladas en sus inicios asimismo ochenteros, de los ingleses de The Police. "Nos decían los Police mexicanos", cita cada vez que puede, y cuando no también, el bataco de la agrupación, Alex, refiriéndose al suceso como una distición o reconocimiento que desde sus inicios se les dio. Pues sí, cabrón, si eran una copia al carbón -literalmente- de la banda inglesa. La música, retomo, descansa en estructuras armónicas básicas, casi pedestres, cercanas a las proezas sonoras alcanzadas por Los Abelardos, Campeche Show o La Industria del Amor (la única industria que no contamina).


Acordes convencionales, compases convencionales. Música ligerita y fácil de digerir. Eso es Maná, la autoproclamada mejor banda de rock de México. Letrísticamente, tampoco aporta nada más que cancioncitas pendejas, estribillos insulsos y frases somníferas. "Oye, mi amor, no me digas que no", "estoy ahogado en un bar", "ay, mariposa de amor, mi mariposa de amor", "¿dónde diablos jugarán, los pobres niños, ay, ay, ay?", son tan sólo unos ejemplos que pueden citarse. Frasesitas que han cautivado al grueso de la palurda clase media mexicana, y que han hecho vibrar a un importante sector de la también inculta clase pudiente de nuestro país. Lo verdaderamente aberrante es que los autores de tales bodrios hasta se llegan a creer que están haciendo algo chido, algo poético y profundo. Así también sus fans, quienes se beben sus palabras como si del elíxir más delicioso se tratara, llegando a estados de éxtasis y trance similares a los que seguramente les produce la lectura de Carlos Cuauhtémoc Sánchez y Miguel Ángel Cornejo.

Y de los miembros de tan infame grupo ni hablemos. Fantoche como pocos es el vocalista, líder según él, de Maná, que se hace llamar, con acusada mamonería, Fher. Sin temor a equivocarme, puedo afirmar que un día llegó el güey a un ensayo de la banda y dijo: "Ay, a mí díganmen El Fher; con hache de huevo en medio, cabrones". Pues bien, este individuo carece de la más mínima preparación académica, tanto musical como literaria. Así se aprecia de sus composiciones, que son planas, cursis, de pésimo gusto, llenas de clichés y lugares comunes; en una palabra, chabacanas. El tipo se cree el mayor letrista desde Bob Dylan, cuando difícilmente habrá leido algún tv y novelas, ya no digamos un teleguía (un libro es, como habrá anticipado el lector, impensable). Ah, y sus berridos, eso mejor lo dejamos para otra ocasión.

Y qué decir de su performance en el escenario: un bailecito torpe y sin gracia y un cabeceo con la boca abierta que más bien se asemeja al ritual de apareamiento de un perezoso amazónico. Pero, he aquí lo asombroso, el buen Fher piensa que es la neta. "N´ombre, esos pinches movimientos enloquecieron a la banda", debe decir para sus adentros una vez terminados sus megaconciertos. Ah, y se me olvidaba, sus greñas. Su cabellera ochentera. Largos rizos esponjados que lo hacen parecer más rocker, más cool, que lo identifican; sin ellos no sería Fher, el de Maná.

Otro que da mucho de qué hablar es Alex, el bataco del grupo. Años de discusión no han sido suficientes para dilucidar la cuestión fundamental de quién es más mamón, el Álex o el Fher. Ahí se dan; de verdad que no hay a cuál irle. En el caso del baterista, se trata de un tipo que apenas mastica el español, y cuando ello hace no expresa más que sandeces, pachequeces. Y siempre presume de su estilacho de tocar, según él muy cabrón, de lo mejor en México. Muchos incautos coinciden con la imprecisa apreciación del Alex, y se cansan de afirmar que es muy chingón para eso de tocar la batería. Claro, aserciones tales sólo pueden proceder de gente con la suficiente ignorancia musical como para, de inicio, escuchar a Maná. Para empezar, el estilo de tocar (que no la técnica) es un claro fusil de la forma de tocar de Tommy Lee, baterista de Mötley Crüe.

Además, carece de ingenio y creatividad, cualidades indispensables en todo baterista, y en general en cualquier músico. Se ganó la famita de tocar muy chido porque, al parecer, se ejecuta unos solos prolongados durante los conciertos, que causan sensación entre los zafios espectadores. Pero lo que hace a un buen baterista no son los solos que ejecute, sino su forma de conducir el ritmo de una canción, de darle cadencia, expresividad y sentimiento. Lo demás, son fantochadas, para impresionar a espíritus ingenuos.

Los otros dos integrantes del grupo, Juan y Sergio Vallín, como que son más bien insignificantes, incluso para la crítica y el ataque mordaz que ejerzo. No hay mucho que decir de ellos, sólo que como músicos son igual de mediocres que sus compañeros; incluso peor, pues fungen de fieles títeres de los designios del líder Fher y del papá de Kieth Moon, Alex.

Sueño con un mundo mejor, un mundo sin Maná, aunque es difícil que el grupo llegue a desintegrarse, puesto que representa un gran negocio tanto para sus integrantes, su disquera y demás entidades involucradas. Mientras eso ocurre, trataré de contribuir a su deblacle con granitos de arena como el que ahora pongo a consideración de los lectores. Al menos como desahogo me sirvió.

domingo, 10 de agosto de 2008

Se inicia blog


Hoy comienza este proyecto de mi blog, que más bien es improvisado. Como todos los blogs, será, en gran medida, un espacio para el ejercicio narcisista y autocomplaciente, así como para la muy socorrida chaqueta mental.

Tratará de pasar como un foro de expresión de las ideas e inquietudes que sólo interesan al autor; un espacio donde la crítica y la reflexión se ejerzan libremente sin más fines que la discusión, íntercambio y difusión de ideas. Pero no. Simplemente tratará de la scuestiones que interesan a Ángel Ciénega Ramírez, lo que le gusta, lo que odia, con el solo fin de satisfacer su ego y sentirse muy chingón porque tiene su blog.

Al final, será el lector -si llega a haber alguno-, quien se haga su propia idea acerca de la naturaleza y fines de este blog. Las advertencias han sido hechas; al menos de embustero no se me podrá acusar.

En los próximos días comenzará la producción de textos. Por ahora, sólo quería comunicarles el inicio de este proyecto.


Ángel Ciénega Ramírez