domingo, 28 de septiembre de 2008

El tianguis de libros


Se sabe que el mexicano no lee. Bueno, al menos eso se dice. La última encuesta realizada revela que se lee 2.96 libros por persona al año en el país. El problema deriva fundamentalmente de la deficiente educación que proporciona el Estado, ocasionada por la poca atención que se presta a este importantísimo rubro. Tanto la federación como los estados -e incluso los municipios- carecen en general de políticas públicas claras, concretas, bien definidas, en materia de educación pública y cultura, y se relega este tema en su agenda política como algo secundario y menor.


Ejemplo de lo anterior es la magra difusión que se da en el Estado de Aguascalientes a la cultura en general, y a la lectura en particular. Conocida por ser una entidad conservadora, cerrada, pueblerina y bastante mocha, no podía esperarse un escenario diverso, menos aún con un gobierno de derecha como el que durante dos sexenios le ha tocado padecer. El remedo de política en materia de fomento a la lectura -y por ende a la cultura-, consiste en la organización y celebración de la anual Feria del Libro, instrumentada por el Instituto Cultural de Aguascalientes. Ese solo evento -que, como se verá a continuación, resulta de verdadera pena ajena- cristaliza en su totalidad los tibios esfuerzos del estado en el importante rubro de promoción de la lectura.


Tuvo lugar en la ciudad de Aguascalientes, municipio de igual nombre, capital del Estado que también se llama así, la "Cuarenta (sic) Feria del Libro del Instituto Cultural de Aguascalientes", del 20 al 28 de septiembre de 2008. Caray, desde el título de "Cuarenta" Feria del libro, estamos mal. Lo correcto habría sido: "la Cuadragésima Feria del Libro...". Pero no, quedó como la Cuarenta Feria del Libro. El anuncio, el título de un evento que supone una fiesta de la cultura, se formula sin la menor ortodoxia gramatical, con una patética ignorancia de los números ordinales y su función.


Desde que recuerdo, sobre todo desde que el evento se aloja en las instalaciones del Museo Descubre, siempre ha sido la misma feria: mismas deficiencias, mismos vicios. Para empezar, la cantidad y calidad de los expositores es muy reducida. Hay muchos que sólo ocupan espacio para que la feria se vea algo grande, pero que en realidad no tienen mucho que ofrecer en cuanto a material de lectura. Y son los mismos expositores que año con año cumplen la misma función escenográfica en la feria. La mayoría de las editoriales representadas ellos son más bien prescindibles, menores; bien pudieron no estar y nadie habría sufrido aflicción alguna.


Ni qué decir de los participantes que ni siquiera expenden libros. Está el tipo que en cada edición de la feria ofrece a los visitantes juguetitos de madera para retar a la inteligencia, que según mi punto de vista nada tendría que hacer en el evento. Está también el que vende discos usados. Mas merece especial atención el stand de "los libros más pequeños del mundo"; pequeños objetos que pretenden ser libros, pero que resultan en la mayoría de los casos ilegibles e imprácticos. Grandes obras de la literatura universal están disponibles en ese "formato", que se vende como algo muy mono, o como la última curiosidad en términos de las posibilidades que el más ramplón naquismo ofrece. "Ay, mira, los libritos", dicen los incautos, maravillados por la puntada. Estos libros pueden utilizarse para cualquier cosa, excepto para leer. Lo peor del caso es que uno de los puestos más concurridos del tianguis librero es el que expone estos objetos que en sí mismos encierran toda la pobreza cultural implicita en la feria.


Mas lo anterior resulta una minucia, comparado con otros problemas que presenta la feria. El primero de ellos es la poca de variedad en las obras que se ponen a la venta. Los mismos libros de todos los años están presentes; no hay novedades, no porque no existan, sino porque tal vez el mercado aguascalentense no sea tan exigente y no conozca sobre las últimas ediciones tiradas. Los mismos libros, en su mayoría, pero un poco más caros que el año anterior. Por lo general, las obras que se expenden tienen un precio igual o mayor a aquél al que se ofrecen en librerías de la localidad, y la mayoría de ellas puede conseguirse regularmente en éstas.


Representantes de editoriales como Alfaguara y Paidos, que son las que de repente muestran alguna novedad, manejan precios realmente altos, ajenos, según mi parecer, al propósito del fomento, promoción y difusión de la lectura que, al menos en teoría, debería tener la feria. Muchos de los expositores son chilangos, así que vienen a nuestro humilde Estado a querer hacer su agosto con gente que, según ellos, no conoce cuánto cuesta realmente un libro en cualquier tienda, o que pagaría cualquier precio por obtener ediciones que ni por obra de la casualidad podrían llegar a este pueblo cacahuatero, dejado de la mano de Dios. Todo lo anterior, obviamente, con la complascencia de los organizadores del evento, quienes, bajo la consigna de respetar las leyes del libre mercado (es un gobierno panista a final de cuentas), ni las manos meten para tratar proteger los bolsillos de los ya de por sí jodidos lectores (me incluyo entre ellos).


Se supone que la finalidad de una feria del libro (ahí está el caso de la FIL de Guadalajara) es promover la lectura, no servir de espacio para que un grupo de marchantes expenda sus mercancías. Para eso hay mercados, hay tiaguis. Para eso ni siquiera se necesita la intervención gubernamental (fuera de la expedición de permisos y licencias municipales). Si van a ir los expositores que quieran, a vender las porquerías que les plazca al precio que mejor convenga a su afán especulativo, para qué hacer todo el numerito de la feria del libro, del suceso cultural que debería representar. Total, que se organice un tianguis dominical de libros y películas piratas, chicles, chocolates, muéganos, cacahuatitos, en la Plaza de la Patria y asunto arreglado. No se gasta tanto presupuesto a lo pendejo (no quiero ni pensar cuánto se expensó por concepto de marketing del evento) y el efecto es prácticamente el mismo (o incluso mejor, dado que sería un tianguis semanal). ¿Que hay otros eventos dentro de la feria, como presentaciones de libros, tocadas y círculos de lectura? Pues sí, ¿y qué? Esos son elementos accesorios. ¿Qué nos ganamos con que haya todo eso si los libros no son accesibles y no hay variedad ni novedad en los mismos? La incidencia en los hábitos de lectura de la gente es la misma.


No puede hablarse de que haya un apropiada difusión de la lectura, mediante las ferias del libro, si no se comienza por propiciar la oferta de una mayor diversidad de obras, a precios significativamente más accesibles que los que se pueden conseguir en las librerías. Así, tan sencilla pero tan difícil es la cuestión, y hasta en tanto la autoridad encargada de la organización de estos eventos -en este caso el Instituto Cultural de Aguascalientes- no quiera entenderla, seguiremos en las mismas, con una feria mediocre e intrascendente, una verdadera feria de pueblo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Con ustedes, Jairo Calixto Albarrán


Además de servir de canal de expresión para las diversas ideas, inquietudes y malviajes que atormentan mi mente, este blog también tiene la finalidad de dar a conocer, promover y difundir la obra de distintas personas que, ya sea en el periodismo, la literatura, la música, el cine, la ciencia o la filosofía, con su quehacer han servido de influencia para el que estas lineas escribe. Este medio pretende también, al repasar el trabajo de tan ilustres creadores, rendirles un merecido homenaje.


En esta ocasión, toca el turno a Jairo Calixto Albarrán, columnista de Milenio Diario, y otrora colaborador de la gloriosa revista La Mosca en la Pared -de la que se hablará en otra oportunidad, para quienes no llegaron a conocerla. Aquí se expone un texto que aportó al número 29 (abril de 1999) de la mencionada publicación. Que lo disfruten.



EL PRÍNCIPE Y SUS BUFONES

No hay nada más deprimente, aparte de la seudotelenovela salinista que vemos todos los días en los medios de comunicación, que soportar el soundtrack de un imitador chafa de José José, echándose de manera espontánea y a capella ”Gavilán o Paloma”, sólo para demostrar que para el amor no hay más ruta que la de la autolaceración kitsch. Desde que tengo uso de razón, esta sobredosis de gorjeos dudosamente románticos me ha perseguido como una maldición. Cada vez que en alguna reunión alguien sacaba una guitarra para extraer de su ronco pecho su repertorio extraído del Cancionero Picot, temblaba, pues sabía que “El triste” estaría incluido entre sus berridos. Es muy duro ser mexicano. Por eso, cuando escuché que un montón de pelanduscos roqueros mexicanos estaban apunto de rendirle un sentido homenaje al “Príncipe de la Canción”, supuse que se trataba de una broma de muy mal gusto. Claro que no era una cosa imposible. Si nuestros rockers nativos habían salido en Siempre en Domingo, besado los pies a Verónica Castro, albureado con Paco Stanley, entregado premios para la revista Eres y demás ejemplos de la dignidad y el decoro, se podía esperar hasta una colecta de su parte para montarle un mausoleo a Fidel Velásquez.


Más allá de todo puritanismo, finalmente vimos aparecer este homenaje rocker a José José como quien ve el nacimiento de un engendro kitsh, cuya verdadera intención era, en efecto, generar un sentido homenaje y reconocimiento al intérprete de “La nave del olvido”, cuando en realidad debió de haber sido un ejercicio crítico-burlesco para la figura de un cantante que representa, sin duda, el aplatane más cursi, decadente y pesado de toda nuestra herencia musical.


La educación sentimental que representa don Pepe Pepe es cuando menos cavernaria, elemental, primitiva, refugiada en un nebuloso concepto llamado romanticismo que, por alguna razón inexplicable, se empeña en dar clases de moralidad amorosa y de remordimientos freudianos. En ese sentido, el papel del músico roquero no es homenajear tal cosa, si no someterla a las más sediciosas terapias. Ahí está la versión de los Sex Pistols de “My Way”, nada más para dar un ejemplo.


Que homenajeen a José José y sus trajes de terciopelo y encaje las Pandora, Cristian Castro, Los Caminantes o Marco Antonio Solís, pero no nuestros de por sí desprestigiados rockers que andan por la vida anunciándose gruexos, contestatarios, revolucionarios y guerrilleros, pero al escuchar las primera notas de “Amar y querer” berrean cual cetemistas en el Zócalo el Primero de Mayo al ritmo de “….es que amar y querer no es igual/amar es sufrir, querer es gozar”. Es como si así nada más, sin un circuito de referencias críticas y de metáforas canallas, los Rolling Stones sacaran un disco con canciones de Celine Dion o Radio Futura uno con piezas de Julio Iglesias. ¡Piedad!


Sin embargo quizá lo más enfermizo haya sido el video de los chicos de La Lupita con su versión de “Gavilán o paloma”, que más bien parece homenaje a Siempre en Domingo y a las posibilidades del ridículo a las que puede llegar José José. Así, vemos al grupo trepado en una especie de escenario del programa de Los Yorsis, vestidos cual miembros de Ballet de Milton Ghío, interpretando de manera muy sensible y profunda esta canción que respeta las más estrictas formas normas del humor involuntario. Mientras tanto, presenciamos una historia encarnada por el propio José José, donde se liga a una rica güera a quien invita a cenar sin conseguir nada realmente. Una cosa espeluznante que podría servir para un squetch de la Güereja, donde el cantante pone cara de Quico y el Señor Barriga junto a la mujerzota a la que no acierta a aplicarle ninguno de sus métodos de seducción.


Aquí por lo menos el director debió de haber introducido el viejo mito que hay detrás de esa rola: que la mujer a la que se liga el de la voz es realmente un macho man sacado de una canción de Village People. Algo un poco más divertido. Pero no, le dejaron el asunto ahí a medias, medio en bruto y sin salida alguna. Una cosa patética en términos de incapacidades narrativas y visuales. Ahí es cuando extrañamos las películas de Televicine donde José José se interpreta así mismo, todo gañán y borrachote, rodeado de amigos turbios y nenorras en busca de un gajo de felicidad al estilo Lerdo Chiquito. Ya en el colmo, la versión musical de “Gavilán o paloma” que intentan los de La Lupe es tan simplona, plana y respetuosa que nos hace revalorar los logros metafísicos de las canciones originales de Juan Carlos Calderón.


El próximo homenaje que intenten nuestros roqueros mexicas (que seguramente será alrededor de la obra fundamental de Los Caminantes o Los Angeles Negros), habría que exigirles cuando menos un poco más de rigor ético y estético para lo patético.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Una reflexión



Llegó al buzón de mi mail este texto de manera anónima. Viene al caso por la proximidad del festejo del día de la independencia de México. Léase, atiéndase; es interesante la reflexión que nos propone. El foro está abierto para la réplica y comentarios. Aquí lo transcribo fielmente.
DEL GRITO A LA PATRIA
I

El día 16 de septiembre es sobresaliente, quizás, emancipador de los sentimientos acumulados en el resto del año, porque en él se conjugan dos virtudes propias de los mexicanos que se caracterizan del resto del mundo: fiesta y patria. Ese día es único y entrañable, los mexicanos nos reunimos para recrear y volver al origen de la independencia –año con año lo hacen- con el fin de gritar “Viva México” y consecuentemente dedicarle un “viva” a los héroes más representativos, así es como congraciamos a las figuras patrióticas de Hidalgo, Allende, Morelos, Guerrero. De igual manera gritamos “¡Viva México hijos de la chingada!”, ¿quiénes son esos hijos?, probablemente, los antihéroes, Félix Calleja, Iturbide o los españoles.

Ahora bien, ¿por qué celebramos la fiesta de independencia? Los mexicanos siempre tienen un pretexto para realizar una fiesta, pero ¿ésta sí lo amerita? La Fiesta del Grito es un ritual que consta de dar un grito a las once de la noche del día 15 de septiembre, es de suma importancia decir que está presidido por el Presidente de México y es quien dirige a manera de director de orquesta todos los vivas que se le ocurran; inmediatamente después viene el desorden total, me refiero al consumo desmedido de tequila, cerveza, aguardiente, mezcal y de más bebidas que se nos ocurra como buenos mexicanos. La fiesta es el tiempo presente en donde el pasado y el futuro se reconcilian; es el único lujo que nos podemos dar al año, tal vez, sustituyen las vacaciones.

La fiesta patria es donde el mexicano se abre al exterior para salir de esa soledad que lo envuelve y que siempre está disfrazada por la falsa hombría y una apariencia irreductible. La hombría la disimula –el mexicano- con el grito: ¡y no me sé rajar! Los que se rajan son traidores o un hombre de dudosa fidelidad, por eso el grito sale a relucir en esta Fiesta para retar a los traidores, a los antihéroes. Al tener hombría y no rajarse -dice Octavio Paz- las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en un sexo, en su rajada, herida que jamás cicatriza; representación eficaz de la “tierra violada” o ultrajada por los españoles. Para el hombre rajarse representa abrir su intimidad y, además, que lo penetren. La apariencia es representada por el disimulo. “Temeroso de la mirada ajena, se contrae, se reduce, se vuelve sombra y fantasma, eco. No camina, se desliza; no propone, insinúa; no replica, rezonga; no se queja, sonríe; hasta cuando canta –si no estalla y se abre el pecho- lo hace entre dientes y a media voz disimulando su cantar (Paz, 2004: 46-47). Sin embargo, en la fiesta el mexicano se abre al exterior: grita, chifla, canta, baila, hace juegos pirotécnicos, avienta sus sombreros (por cierto, revolucionarios del siglo XX); es noche para reconciliarse, para brindar con los amigos, para reconciliarse con la novia; nadie murmura, se dialoga con tono de voz fuerte, con vigor; las malas palabras y los chistes salen a relucir; se presentan las riñas, los navajazos, los balazos, que también son parte de las fiestas. El mexicano en esta fecha se olvida de sí mismo, muestran su verdadero rostro, nadie lo sabe; la máscara se desprende para ponernos otra, la que desinhibe. La fiesta no es puro júbilo sino también lamento, nos desgarramos al final para cantar: amor-desamor y amistad-enemistad. Bien dice la canción ¡…toquen mariachis canten, alegren mi corazón, no quiero que nadie me vea triste y nadie sepa de mi dolor…! El mexicano se muestra para ocultarse, claro, en apariencia que se vuelve en varias realidades.

La noche del día 15 para amanecer el 16, los mexicanos se desbordan para hacerle honor a la libertad y, así, tener independencia -por lo menos una vez al año-. La libertad se muestra para infringir las normas que nosotros mismos impusimos; pero la fiesta es desorden para provocar el renacimiento de la vida. Entonces, ¿es necesario celebrar la independencia de México cada año para renovar la independencia individual conseguida hace 187 años? Sí, porque es la única manera en que se sienten partícipes de esa guerra y de sentirse unos chingones ante esos “hijos de la chingada”. Traidores de la patria.

En nuestro vocabulario coloquial y cotidiano existen palabras con una sorprendente ambigüedad que con tan sólo cambiar el tono de voz, se cambia el sentido de la palabra. Estas palabras desgarran, intimidan o enaltecen. Se dice: la poesía al alcance de todos. ¿Qué significa decir “Viva México hijos de la Chingada”; es afirmar nuestra patria, protegerla y defenderla, ¿y de quién? De los otros, los que no comparten nuestro sentir, los malos, los antipatriotas, nuestros rivales. Ahora bien, pasemos a otro grito inevitable en los festejos patrios: “¡Como México no hay dos!” Una respuesta inmediata ante este enunciado antidemocrático es que rompe con la universalidad del pensamiento, se encierran los mexicanos, no permiten miradas ajenas, siempre quieren estar en la soledad y que se les reconozca como un Don Nadie, esto es negar nuestras raíces: lo indígena y lo español. Y si todos los mexicanos son ninguno, no existe ninguno de nosotros (Paz, 2004: 50). Cómo tenemos razón al pronunciar que México es único, ya que nos referimos al narcotráfico, corrupción, inseguridad, impunidad, guerras sucias o políticas, pobreza, desigualdad; cómo tenemos razón: “como México no hay dos”.

Los dos gritos anteriores se contraponen, pero se complementan; el primero, se abre hacia el exterior, el mexicano rompe con el silencio, lo aniquila; el segundo, se cierra, es hermético con la finalidad de volver al estado histórico que nos envuelve: la soledad.

Es hora de engalanar a nuestra patria “impecable y diamantina”; no queda más que preguntarnos ¿es lo mismo ser patriota que patriotero? Veamos algunos versos del poema “La Suave Patria” de Ramón López Velarde para diferenciar estos dos términos. De antemano podemos mencionar que ser patriota no es ensalzar la figura del héroe caído en batalla, ni todos los monumentos que se le esculpen, ni todos los años que se le festeja. Lo anterior lo tomamos como pretexto para que salga a relucir nuestra ignorancia al preguntar: ¿Miguel Hidalgo estuvo en la independencia o en la revolución? ó ¿la independencia fue 1810 o 1910? Esto denota vergüenza, sin embargo, gritamos ¡Viva Hidalgo! y hasta ese momento nos cae el veinte, pero estas preguntas se vuelven cíclicas y se hacen año con año, parece que se renuevan y la memoria resulta obsoleta. Embriaguez y fiesta ¿es ser patriota? No, es ser patriotero de cada año, donde desempolvas tu sombrero (a menos que asitas a un partido de la Selección mexicana y te pongas la verde) y afinas tu garganta, ya sea para gritar “viva” o para que el tequila no raspe. Es preferible ser antipatriota que ser patriotero.
En fin, ser patriota en la actualidad es ser un buen ciudadano: quien paga a tiempo los impuestos, quien acude a votar, quien no permite la corrupción, quien no roba, quien no mata, quien no contamina, quien no ejerce violencia sobre otro. Bien decía López Velarde: El Niño Dios te escrituró un establo / y los veneros de petróleo el diablo. Este verso advierte la riqueza natural mexicana, sin embargo, nuestro suelo es objeto de corrupción, desigualdad e impunidad. La reforma energética -tan en boca de todos hoy en día-, que todos manoseamos y todos ignoramos, nos propone la participación de inversión privada -nacional o extranjera- para poder extraer hasta la última gota del oro negro, pero esto sería violar la tierra una vez más. Sentencia: “México es el cuerno de la abundancia, pero de la abundancia puro cuerno”.

Haz patria y educa ciudadanos conscientes y responsables de sus actos y, sobre todo, comprometidos con México. La patria no es una realidad histórica sino íntima (Paz, 1995: 29). Por esta razón el poeta jerezano decide escribir complicidades sentimentales y no ideológicas. No quiere cambiar al hombre ni trasformar el mundo porque éste se nos entrega en sensación y emoción.

Patria: tu superficie es el maíz,
tus minas el palacio del Rey de Oros,
y tus cielos las garzas en desliz
y el relámpago verde de los loros.

La patria nos hace y nos moldea y viceversa. La historia no tiene el objetivo de moldearla, ni ponerla en una situación maniquea. La patria existe en nuestras entrañas para relucir en el exterior y expresarse, manifestarse de diversas formas. La patria no tiene máscaras, es auténtica.

Diré con una épica sórdida:
la patria es impecable y diamantina.
Suave Patria: permíteme que te envuelva
en la más honda música de selva
con que me modelaste por entero
al golpe cadencioso de las hachas,
entre risas y gritos de muchachas
y pájaros de oficio carpintero.

El nacionalismo expresando en López Velarde tiene una dicotomía que va de la patria a la matria. La patria ensalza el espíritu nacional y la entereza masculina, es lo abierto; mientras la matria es la provincia, quien consagra la virginidad femenina, es lo cerrado. “La Suave Patria” es un canto a la provincia nacional, donde se complementan perfectamente la patria y la matria, unión fraternal y cósmica que trasciende para darle identidad al mexicano.

Suave patria: te amo no cual mito,
sino por tu verdad de pan bendito,
como niña que asoma a la reja
con la blusa corrida hasta la oreja
y la falda bajada hasta el huesito.

A dos años de los festejos del Bicentenario de la lucha de independencia, todavía seguimos idolatrando a los monumentos de bronce y a las épicas luchas insurgentes. Esto es fruto del nacionalismo recalcitrante que cada 365 días se reproduce para darle una base sólida y de justificación al país; es tiempo de valorar y comprender la historia de México. Es justo volver al poema de Ramón López Velarde para traer a nuestra memoria “el nacionalismo natural, el más puro concepto de pertenencia de los seres humanos, ése que no comprenden los políticos depredadores o los empresarios saqueadores, junto con los desnacionalizados mexicanos que olvidan o entierran sus orígenes en las modas [extranjeras], la pésima educación histórica y las más burda de las ignorancias de su pasado (Matalí Hernández, 2008). La consecuencia actual de nuestro pasado (lleno de injusticias, de crímenes, de pasiones desmedidas, de demagogia, de pérdida de territorio, de ignorancia, de negligencia, de políticos corrompibles, de un pueblo ignorante) es entregar nuestro patrimonio -riqueza natural- a extranjeros por tener una clase política inacabada e inculta. A nuestros políticos se le debe de abrir un curso pedagógico: ¿Cómo amar a la patria sin ultrajarla? El mexicano sólo se completará cuando salga de sí y descubra, se invente y se reinvente. La dialéctica nos interpretará.

domingo, 7 de septiembre de 2008

Chilango ¿incomprendido?


Mientras intentaba desesperadamente bajarme la peda con unos sorbos de coca-cola tibia y sin gas, encontrándome en un lugar cuya ubicación todavía desconozco, sentado, abatido, presa de la confusión, mirando como una mujer yacía en el piso esbozando ininteligibles balbuceos, me vi envuelto en una acalorada -y pacheca- discusión de la que ignoro el origen.


Lo que recuerdo fue que, como acostumbro, emití un juicio despectivo, si bien sincero, sobre los chilangos; o bien, pudo ser que haya dicho simplemente cómo los odio. Craso error: mi insolencia desató una agitada polémica -improcedente y ociosa, según se verá más adelante- sobre el significado de esa expresión. Lo que fue un comentario producto del aburrimiento y la desazón que imperaba en la atmósfera, se convirtió en motivo de un heterodoxo debate semántico.


"Estás mal", dijo alguno; "chilango no es el que nace en el D. F., sino el que llega a vivir ahí, proviniendo de provincia." "Ah, cabrón", dije perplejo. No me caía el veinte. Refuté con un lacónico "no" tal afirmación, sólo para recibir la avasalladora avalancha de comentarios emitidos con la finalidad de secundar la tesis de mi primigenio interlocutor, al unísono de: "Sí, güey". Breve, pero elocuente.


No creía lo que escuchaba, y como se talla los ojos el que cree haber presenciado un espejismo, traté de remover el rancio cerumen que se aloja en mis oídos, con el propósito de disipar la confusión. Pero nada cambió, pues lamentablemente había escuchado a la perfección. Qué pena.


En alguna otra ocasión había oído a alguien sentenciar en iguales términos: chilango no es el oriundo del Distrito Federal, sino el que emigra hacia ese lugar desde el interior de la república. En aquel entonces, recibí con escepticismo el aserto. Me pareció una de esas cosas que dice la gente zafia que tiene ingenuas -pero no por ello menos desagradables- pretensiones de corrección; la misma gente que afirma que no hay vasos de agua sino con agua (ignorando las diversas connotaciones de la preposición "de", una de las cuales indica contenido), o que pretende que en castellano la v y la b se pronuncien de manera diferente; la gente que hace de la ultracorrección una molesta costumbre.


Así, decía, siempre me pareció dudosa esa afirmación. No me convencía, a pesar de que no me había dedicado a dilucidar la cuestión. Anoche, en la discusión, los argumentos que fueron expuestos, más bien pueriles, no cuadraban, eran dudosos, incluso el de autoridad que quiso hacer valer uno de los presentes, en el sentido de que el propio Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua sustentaba la definición de la que era partidario, dándose golpes de pecho como quien defiende la palabra de Dios con la Biblia en una mano. Como dije, nunca investigué antes si era acertada la apreciación cuestionada, pero en el momento me surgió la siguiente duda con respecto a ella: si se trata de un gentilicio, por definición, no puede dejar de referirse a las personas originarias del lugar, aunque por extensión pueda aplicarse a otras que, sin ser oriundas, se han avecindado ahí.

Tan sencillo como eso. Lamentablemente, la tesis que me empeño en debatir en este post era compartida por todas las personas presentes, excepto yo, obviamente (ah, también estaba otro chavo en un rincón de la sala que seguramente había aprendido a dormir con los ojos abiertos, que no intervino para nada). Concluí -y lo corroboré después- que mis interlocutores se habían ido con la finta en el tópico en cuestión, sumándose a las numerosas víctimas de ese mal lingüistico llamado ultracorrección.


Lo que empezó como un debate semántico (al menos en el papel), que daba la oportunidad a introducir cuestiones históricas, sociológicas y etimológicas, terminó en una indiscriminada y generosa expresión de las más inverosímiles sandeces. Como siempre he sido una persona obstinada, sobre todo tratándose de discusiones, lo primero que hice hoy domingo fue ingresar a internet y buscar en Wikipedia y en la página de la RAE la definición que nos ocupa. Mis detractores debían estar equivocados, cómo de que no. Y en efecto lo estaban, pues ambas fuentes confirmaron lo que yo anticipaba: chilango es el oriundo del D. F., principalmente el nacido y radicado ahí, y por extensión el originario de otra parte de la república también avencindado en el lugar, con el suficiente arraigo para haber adoptado las nefastas costumbres que han hecho de los chilangos un grupo odiado por muchos.


"Ja, ja, ja", reí. Gocé. Había triunfado y disfruté complacido la victoria. Me regodee un rato y me puse a escribir este post. El que ríe al último, rie mejor. Y toda esta situación me hizo reflexionar acerca de cómo nos llegamos a obstinar con una idea aunque no tengamos fundamento para sustentarla, y la defendemos a morir. Es absurdo afirmar algo que no es demostrable, algo que no se sabe de la fuente de la que se debió tomar, sino de otra carente de legitimidad. Pero ahí estamos, como mensos. Seguramente en estos momentos mis opositores estarán tratando de corregir a alguien por pedir un vaso de agua o por pronunciar a v igual que la b, con el propósito de parecer cultos y paladines de la corrección. Ya los oigo: "No, güey, no hay vasos de agua; hay de vidrio, de plástico, de barro, pero de agua no. Se dice vaso con agua, pendejo." Dios los perdone.


Lo interesante sería averiguar de dónde surgió esa idea errónea sobre el significado de la palabra chilango. Me aventuro a conjeturar que justamente la inventaron los propios chilangos, los nacidos y habitantes de la Ciudad de México, en un intento desesperado por quitarse el estigma que hace algunos lustros los marca, como personas fundamentalmente maleducadas, gandallas, ventajosas, agresivas, habladoras, echadoras, fantoches, deshonestas y manipuladoras. (Como no soy idiota, no puedo afirmar que todos los chilangos sean así, sólo que esas cualidades son las que revisten al típico especimen de esa raza.) Como para decir, "nosotros no somos los chilangos (o sea, los culeros), sino las personas 'de provincia' que se vienen a vivir acá." Buen intento; convencieron a más de un incauto.