lunes, 3 de noviembre de 2008

No se olvida ...la necedad*



Año con año, desde hace una década, recuerdo que se conmemora uno de los sucesos más infames e ignominiosos de la reciente historia de México. La primera vez que me enteré de ese hecho histórico, punto de inflexión en el devenir de la vida en nuestro país, tenía alrededor de 15 años de edad. Nunca antes había sabido nada al respecto, en parte por mi corta edad y el poco interés que mostraba hacia las cosas públicas, y también, el sigilo con el que durante tres décadas se trató el tema. Recuerdo que cuando se reveló a mi reducido entendimiento los cruentos acontecimientos, sentí una profunda sacudida y simpaticé de inmediato, como el rebelde adolescente que era, con la heróica causa -que paradógicamente ignoraba casi por completo- que defendieron los integrantes del movimiento estudiantil del '68, y pretendí identificarme plenamente con su ideología. En fases de la vida como ésa, en que uno busca su propia identidad, y con ello la pertenencia a un determinado grupo, fue decisivo el descubrimiento de un hecho de tal importancia (la cual, en ese momento no pude dimensionar). Pero nada más pasado el mes de octubre, que es el que se habla en los medios de comunicación sobre el tópico, terminó mi inquietud, solo para volverse a recuperar en los mismos periodos de los años siguientes.

Hace exactamente un mes se cumplió 40 años de la matanza de Tlatelolco, ocurrida en la Plaza de las Tres Culturas, en el Distrito Federal, el 2 de octubre del año 1968. Pasaron diez años desde que tuve un primer acercamiento a los hechos. Aun cuando hace relativamente poco tiempo me propuse indagar cuáles habían sido las causas del movimiento y cómo se había desarrollado propiamente la masacre, siempre me causó indgnación, pues representó la más violenta y desproporcionada de las represiones de que se haya tenido noticia en mucho tiempo en México. Era algo así como los malos contra los buenos, con una aplastante victoria de los primeros. Seguramente era una percepción maniquea del problema, mas era la única que podía concebir en esos entonces, hace diez años. Hace diez años, a la edad de 15.

Después de esa indagación, si se quiere superficial, de los acontecimientos del '68, pude conocer las causas del movimiento, sus objetivos, un quantum mucho más verosímil que el que proporcionaron en su momento las fuentes oficiales de las personas masacradas en la matanza, y de las que fueron confinadas por su sedición en las más oscuras mazmorras del Palacio de Lecumberri. Pude comprender un poco mejor la magnitud de lo sucedido y su importancia histórica.

Por lo anterior, que considero una legítima empatía con el movimiento estudiantil del 68, o cuando menos un aceptable, si bien elemental, conocimiento del mismo, llegan a causar una profunda indignación ciertas actitudes tomadas por algunas personas que se dicen contestatarias o, mucho peor atrevimiento, de izquierda. Individuos que con los más intrascendentes y mezquinos intereses, lucran con el movimiento a costillas de éste y sus mártires, lo aprovechan en beneficio de apetitos desmedidos de la más distinta índole.

En mis años como estudiante de licenciatura, cuando cursé la carrera de Derecho en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, era común que los día 2 de octubre se armaran, cómo decirlo, manifestaciones de diversa naturaleza, supuestamente -ése era el pretexto- para conmemorar el movimiento y honrar a sus mártires y héroes. Así, había desde tocadas aisladas, hasta reuniones en que se leía algunas de las proclamas del Consejo Nacional de Huelga, fragmentos de textos relacionados con la matanza, aderezadas con la interpretación desde el ronco pecho de algunos de los participantes de las más cursis canciones de protesta. También había (seudo) poesía alusiva a los sangrientos sucesos. No faltaban, tampoco, las velas, mantas y demás ornamento como escenario del indignante ejercicio. Ah, y claro, lo llevaban a cabo en la noche, para que quedara, según sus propias palabras, más chido.

Si uno tenía la osadía de asomarse a esas ceremonias de la ignorancia y la pretención, podía percatarse de la presencia de estudiantes, casi en su totalidad, de las carreras humanísticas de la Universidad, con excepción de la de Derecho, conformada por gente más bien apática y aseada que ve con cierto asco (puramente estético, no intelectual) a las otras carreras humanistas, más cercana (no porque así deba ser, sino porque así es) al perfil del contador público o del administrador de empresas, que al del filósofo, historiador o politólogo. Las carreras de Letras Hispánicas, Historia, Sociología, Filosofía y Ciencias Políticas se encontraban representadas en tales actos. Los estudiantes de estas disciplinas, que casi por definición se conciben como progresistas, rebeldes, anti-stablishment, subversivos, insurrectos y de izquierda, eran los protagonistas de tan penosas actividades que no hacian más que revelar su honda ignorancia, su lastimera superficialidad y su índole innegable de lo que los angloparlantes llamarían poser.

Siendo los estudiantes que se supone más profundos e intensos, con mayor compromiso con las causas sociales y bla, bla, bla, son los que llevan a cabo numeritos de esa calaña, que llevan implícito el desconocimiento histórico que en un estudiante de administración, de relaciones industriales o de contaduría, sería comprensible, pero que en un educando adscrito a las ciencias sociales resulta inadmisible.

Durante mi estancia en la universidad, pude ver que año con año se llevaba a práctica la misma necedad, así que presumo, con base en el experiencia y en mi pesimismo casi metódico, que durante años posteriores, incluso el actual, se ha seguido perpetuando. Ahora que poco o nada me involucro en la vida estudiantil de la U.A.A., me he podido percatar de que el mismo ímpetu por la pose y el mismo oportunismo se ejerce fuera de las aulas. El pasado 2 de octubre de 2008, en la Plaza de la Patria o Plaza de Armas (nunca he sabido a ciencia cierta cuál es realmente su nombre) de esta ciudad de Aguascalientes, había una especie de tocada de unos jóvenes, que entre canción y canción "disertaban" sobre lo tocante al movimiento estudiantil del '68, y que interpretaba una música que dudosamente puede calificarse como rock, pero que pretendía, claro, serlo. Lo que hacía a su actuación alusiva al tema era solo eso, los comentarios entre canción y canción (las cuales, por lo poco que escuché, no tenían mucho que ver con el tema). Y ya, eso era todo. En el fondo, seguramente los ingenuos aspirantes a músicos debieron pensar que había sido un gran homenaje, e incluso por momentos habrán sentídose una parte del movimiento.

Me di cuenta de lo ocurrido en la plaza minutos antes de entrar al Teatro Morelos para presenciar una obra de teatro intitulada "El mañana nunca sabe", a la que un amigo me había invitado, pues se trataba de una puesta en escena de otro conocido de él, en este caso alusiva, también, a la nefanda represión acaecida el 2 de octubre de 1968. No sé en principio por qué fui, ya que esperaba lo peor: un ejercicio similar al que he condenado en párrafos que preceden. Pensé mal y acerté. La obra narraba la historia de dos hermanos que vivían en un departamento del edificio Chihuahua, adyacente a la Plaza de las Tres Culturas, un hombre y una mujer, al parecer mellizos, el primero de los cuales había sido herido durante el altercado. Solo estaban esos dos personajes, esperando que aparecieran sus padres, que habían salido no recuerdo a dónde. Y con esa premisa, la trama se desarrolla con una discución entre los dichos protagonistas, en la que el hermano defendía al movimiento estudiantil y la mozuela lo condenaba, o al menos lo sometía a las más "racionales" críticas; mientras tanto, se supone que afuera, en la plaza, se desenvuelve la abyecta represión.

Así, discutieron y discutieron, hasta que al final diéronse cuenta (o aceptaron) que toda la vida habían estado enamorados uno del otro, y terminaron entregándose a sus primitivos impulsos eróticos, para consumar el que tal vez sea el más gratuito e injustificado de los incestos que han sido dramatizados jamás en una obra de teatro (¿?). Así nada más, de buenas a primeras. El joven, después de la ardua jornada y con motivo de la herida que habían inflingido en la plaza, amaneció muerto, seguramente sin presentar después el signo tanatológico de la eyaculación post mortem, pues, como se dijo, horas antes había derramado su sediciosa simiente en las reaccionarias entrañas de su amada. En resumen, la obra fue un ejemplo más de las posibilidades que ofrece el ejercicio de la actividad que aquéllos a quienes agrada usar eufemismos denominan onanismo psicológico.

Según he tratado de establecer, y siendo ése el propósito de este post, desde mi perspectiva las diversas prácticas a las que me he referido resultan por demás indignantes y ofensivas contra lo que realmente representa el movimiento estudiantil del '68 y la matanza del 2 de octubre. Un acontencimiento histórico de la importancia de la masacre estudiantil de Tlatelolco, no puede utilizarse como excusa o pretexto para efectuar actividades tan superficiales, para lucimientos personales, o para ostentarse ante los demás como una persona progresista, profunda, intensa, preocupada del entorno social, pacifista, políticamente correcta. Es una afrenta a la razón y al buen juicio, pero sobre todo, insisto, a los mártires del movimiento, a los héroes caídos y a sus deudos. Todo una movilización social, que en su momento tal vez no era consciente de la magnitud e impacto que tendría en la vida política del futuro del país, pero que seguramente estaba al tanto de la responsabilidad e importancia que implicaba, no se realizó para servir después como motivo de juego y ligerezas por parte de nuestros incultos jóvenes (y no tan jóvenes).

Vergüenza debería darles a esas personas relacionar sus intereses y afanes de protagonismo y pueblerina celebridad con un asunto tan serio y tan importante. Porque finalmente eso es lo que persiguen tales individuos: reconocimiento, fama, relaciones públicas, y a final de cuentas les importa poco el medio del cual se habrán de servir para lograr esos propósitos. No sé cómo recibirían los verdaderos mártires del movimiento, los que realmente lucharon en él, las actitudes a las que me he referido en este texto, pero me inclino a creer que seguramente las reprobarían, o ya, de plano, se reirían de ellas.

Precisamente por no caer en el mismo vicio que estoy criticando, de aprovecharme de la curiosidad que despiertan los acontecimientos del 2 de octubre del 68 en el mes en que se conmemoran, escribo este texto un mes después, si bien la inquietud de expresar la tesis que sostiene la tengo desde hace algún tiempo.


*Originalmente publicado en el blog El Canto del Zenzontle, Ave de las 400 Voces (http://www.cantodelzenzontle.blogspot.com/), el día 2 de noviembre de 2008.

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