miércoles, 4 de agosto de 2010

Fuego (o Para de mamar, Guillermo Arriaga)


Un cliché muy gastado y ñoño dice que el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra más de una vez. Esto es, uno la vuelve a regar muchas ocasiones de la misma manera, sin atender a las enseñanzas que nos ha dejado la experiencia. Naturalmente, a mí me ha pasado bastante, y seguramente me seguirá pasando, pues es difícil que a uno se le quite lo wey, sino que, por el contrario, esta cualidad parece acentuarse según transcurren los años.

El colmo de esta situación llegó hace unos días. Me encontraba de paseo con mi novia y pensamos que sería buena idea ir al cine. Qué película (pe-lí-cu-la, pe-lí-cu-la, no "peli" como mamona y pretenciosamente, queriendo sonar muy cool, dice la chaviza de hoy) habríamos de ver; ésa era la cuestión. Se me ocurrió sugerir, incauto de mí, la de Fuego (The burning plain), del guionista y ahora metido en director Guillermo Arriaga (tal vez lo recuerden por bodrios como Amores Perros, 21 gramos, y El búfalo de la noche, en su labor como guionista). Me acordé vagamente que en televisión alguien (mi peor enemigo, como se verá más adelante) la recomendó, mientras entrevistaba a su creador, el aludido "cineasta" mexicano, y ello fue razón suficiente para que soslayara la pésima experiencia que había tenido al ver las otras películas escritas por él, particularmente Amores perros y El búfalo de la noche (esta última, la peorcita), y optara por entrar a ver su nueva y flameante cinta, de nombre ya indicado.

Iban como 30 minutos de la película y ya me había arrepentido. Anticipé desde ese momento que se trataba de una gran mamada; y no me equivoqué. Se trató de una historia plana y aburrida, pero sobre todo inverosímil y pretenciosa hasta decir no me jodas. En otro post hablé, al comentar la cinta de Paranormal Activity, de que el cine se había vuelto un medio cada vez más socorrido para la práctica milenaria de la chaqueta mental, y este film no hizo sino confirmar mi aserto, pues Guillermo Arriaga, como pocos, la ha llevado a extremos de pretención y autocomplacencia notables. El argumento, los diálogos, el final, todo, una mamada tras otra. Veamos por qué.

Para empezar, el argumento es inverosímil, irreal, forzado, y sí, perdón por la reiteración, una jalada: Una jovencita gringuita de un poblado fronterizo (en la película no se menciona dónde exactamente) descubre que su madre, que anda ya en los cincuentas, anda de cabrona, esto es, tiene un amante, engaña a su esposo con otro wey. Ella es la única que sabe y, como siempre, el último en enterarse es el cornudo del marido. Al parecer, el descubrir que su jefecita anda en malos pasos vuelve a la muchacha un tanto amargada y a la postre, como veremos enseguida, termina por deschabetarla. El amante de la doña (dignamente interpretada, hay que admitirlo, por Kim Basinger) es un mexicano vecino del mismo poblado, que a su vez tiene su propia familia, esposa e hijos.

La senil pareja constituye su nidito de amor en una de esas casas rodantes, tan populares entre los white thrash gabachos, que se encuentra en medio del campo, alejada del mundo, donde no hay justicia, ni leyes ni nada, nomás su ilícito amor. Pues total que la muchacha, hija de la señora, se obsesiona con el amorío que tiene su madre y decide seguirla hasta el lugar donde ésta tenía sus encuentros adúlteros. Así, se convence plenamente de sus hasta entonces sospechas, e incluso tiene la oportunidad traumática de ver a la autora de sus días bien montada en su mexican curious. Fuera de sí, planea vengarse de la afrenta causada por su madre a su familia, y decide que la mejor manera de hacerlo es meterle un susto prendiéndole fuego a la casa rodante, mientras efectúa el acto copulatorio con su querido. Y así lo hace; nada más que se le pasa un poco la mano, situación comprensible si consideramos que en eso de la pirotecnia se requiere un mínimo de pericia de la que los principiantes carecen, y hace explotar el mueble, que termina ardiendo como las llamas mismas del averno.

De hueva, ¿no? Una novela, ¿no? En fin, apenas estamos comenzando. Cuando se descubre el accidente, se revela el dato gratuito de que los desdichados amantes se quedaron literalmente fundidos uno con el otro, pegados, pero no como perros, que a éstos con arrojarles un poco de agua basta para que, después de un forcejeo acompañado de lastimosos lamentos, se separen, no, sino como dos piezas que se juntan y se vuelven una sola. Hubo necesidad, se dijo, de cortarlos con una navaja para separar los cuerpos (otro dato innecesario). Las familias, al enterarse de las circunstancias en las que se produjo la muerte, se volvieron enemigas, como es entendible. Pero en este punto comienza lo irreal, lo inverosímil de la trama: resulta que la muchacha, que quedó severamente trastornada por el incidente, comienza a verse a escondidas con uno de los hijos del finado amante de su mamá, a primeras instancias de éste, que fue el que comenzó a acercarse. Para no hacerla larga, se vuelven algo así como novios, y "recrean" algunas de las hazañas amorosas de sus padres, o incluso más osadas: dormir y follar en el lecho marital, vistiendo las pecaminosas ropas de sus predecesores.

Ambos jóvenes orquestaron ese amor prohibido, pero quien parecía tener motivaciones más oscuras era la muchacha. Para esto, el mancebo no tenía conocimiento de que la responsable de la muerte de su padre era la bella chica. Sus familias por fin se enteran de esa relación perversa y aquellos infelices, despreciados por su gente, huyen juntos y se van a vivir a México. La joven ya va encinta. Pare y a los pocos días abandona al chavo con la hija (uno como quiera, pero ¿las criaturas?). Años después, el chavo, ya convertido en "todo un hombre", sufre un accidente y le pide a un amigo o hermano de él que busque a la madre de la niña, que era la desquiciada muchacha que achicarró a su madre y al amante de ésta. La encuentran y ella después de resistirse un poco, decide volver con la niña y con el hombre, y en este punto termina la cinta, sugiriendo que tal vez la familia se reencontró y vivió feliz por siempre jamás.

O sea, una vil jalada. Me explico: la actitud de la muchacha de querer relacionarse con el hijo del amante de su madre, enredarlo y, como se dice vulgarmente, encularlo, y llevar una relación "prohibida" es irreal, inverosímil, pues en el más elemental sentido común la reacción de dicho personaje debía ser diversa hacia la familia del amante de su mamá, que de paso arruinó la vida de la suya propia. Es decir, ¿por qué le hizo jalón al chavo y le pidió huir con ella? ¿Por qué la joven aceptó el ayuntamiento carnal incluso en el lecho de su madre y con su camisón de señora, si la infidelidad de ésta le ofendió hasta tal punto que decidió prenderle fuego? Se supone que mencioanda señorita vivió atormentada por haber ultimado a su madre por medios violentos -lo que se confirma cuando años después confiesa al padre de su hija mientras este se encontraba inconsciente en la cama de un hospital que ella fue quien hizo explotar el nido de amor de la veterana pareja-; si fue así, esto es, si el evento le produjo tal shock, ¿por qué le dio entrada, insisto, al otro chavo y por qué lo enamoró? Es decir que le empezó a remorder la conciencia desde que nació su hija, pero ¿por qué? Actos más transgresores y procaces cometió y con toda la frescura, sin remordimientos. Es simplemente ilógico.

La historia se resume a una chava que mata a su madre preterintencionalmente, porque descubre que ésta tiene un amante; se liga después al hijo del amante; hacen una criatura por la unión cachonda de sus sexos, la chava la abandona y regresa años después arrepentida, dispuesta a volver a empezar. O sea, una vil telenovela. Ahora bien, la película, a más de aburrida, decíamos, es en extremo pretenciosa, pues quiere aparecer como una obra compleja en la que "se cuenta" muchas historias, difícil de digerir, abstracta, hasta profunda y reflexiva. Para tratar de lograr ese efecto, nuestro fallido director y guionista recurre a la fórmula ya muy gastada por las películas en las que ha intervenido, de no contarlas de forma lineal, sino dando saltos temporales aleatorios, atrás-adelante-en medio-atrás-adelante, y así hacerla más "interesante" ("más chingona", dirá seguramente). Pensó que mantendría en un suspenso casi cardiaco a los espectadores, que los volvería locos, que lo considerarían el más grande director desde Kubrick por esa "novedosa" forma de "contar historias" ("contar historias" ¿hay algo que se escuche más mamón y pretencioso que eso?).

Pero siguiendo el principio de la navaja de Ockham, debemos optar por la explicación más sencilla: al no contar con una buena historia, se optó por narrarla con las alternancias temporales ya indicadas, para hacer más "compleja" la trama y de paso impresionar a más de un neófito ("goeeiii, pinche Arriaga es una verga, goeeiii; o sea, me condundí cañón; osea, sí te pone a pensar, gooeeeeii"). Una puñeta mental. Un churro prescindible como el que más, digno de confinarse al más oscuro de los olvidos.

En una entrevista reciente, el director, orondo por su nuevo estreno súper mega chingón, dijo que le había tomado diez años (¡Diez putos años!) realizar la película, desde que comenzó a escribir el guión. O sea, como diciendo, es de tal complejidad y chingonería, y tan no tiene su putísima madre, que me entretuve harto en escribirla y filmarla. Me quemé la cabeza ideándola; ni pinche García Márquez que se tardó en escribir Cien años de soledad menos de dos años. O sea, diez años, gooeeeiii. Los gringos cuentan con la palabra exacta para etiquetar a un cabrón así: douche.

En resumen, se trata de un penoso ejercicio cinematográfico: pretencioso, mamón, pobre, puñeto, cuyo elemento más rescatable es la escena en que la hermosa Charlize Theron deslumbra a todos con su desnudez maravillosa.

No hay comentarios: