Inmediatamente contacté a mi amigo David, para invitarlo. Lo convencí de acompañarme, después de cierta insistencia que tuve que aplicar dado que él no conocía mucho -o nada- de los platos fuertes del evento, los Flaming Lips y NIN. En fin, nos pusimos de acuerdo y el domingo 19 de los corrientes, por la mañana, partimos hacia la ciudad de Guadalajara; sólo él y yo, pues minutos antes de ir por ella, su novia, Diana, que horas antes se había sumado al plan, declinó de último momento.
Llegamos a la Perla de Occidente y rápidamente ubicamos el lugar del toquín. Después de buscar por alrededor de 20 minutos lugar dónde estacionarnos (nos fuimos en el carro de David), decidí mejor qudarme en la larga fila que se hacía a las afueras de la Explanada López Mateos, sede del concierto, haciendo cola y viendo otras tantas -que en Guadalajara sí que pululan, y de la mejor calidad-, mientras mi acompañante buscaba dónde dejar el automotor, empresa ésta harto difícil en una ciudad como la que nos recibía, conocida es la calaña de muchas de las personas oriundas, que las orilla indefectiblemente a tratar de joder al próximo, máxime, pobre de él, ya se chingó, si es fuereño. Pues total que nos formamos y así estuvimos al rededor de un par de horas, hasta que a las dos de la tarde se dejó a los impacientes fanáticos -en su mayoría adolescentes- vulnerar la entrada del recinto.
Los grupos que integraban el cartel: Nine Inch Nails (acto principal), Stone Temple Pilots, The Flaming Lips (acto más chingón), The Kooks, Paramore, Los Búnkers, y un largo etcétera de grupos francamente prescindibles. Había dos escenarios: el negro, para los grupos chidos, y el naranja, para los grupos equis. En el primero se habían de presentar las agrupaciones citadas y en otro las demás. La dinámica del asunto era pasar de un escenario al otro, mientras se preparaba para iniciar su actuación el siguiente grupo en un lapso de media hora o 45 minutos.
Ni siquiera esperamos a que terminaran su performance, cuando decidimos mejor comparecer al escenario negro, donde acto seguido habrían de tocar los chilenos de Los Búnkers. Presencié su show con ciertas reservas, puesto que ya me había tocado escuchar alguna canción suya (una que dice: "...llueve sobre la ciudad porque te fuiste...") y los concebía como un grupo ñoño, cursi y algo mamón. Pero hasta eso tocaron de manera tirándole a aceptable, aunque siguieron sin convencerme.
Minutos después, lo que yo esperaba pues había visto en televisión una presentación en vivo del grupo, con música de fondo interpretada al efecto por el grupo que ya se encontraba listo, salió el el cantante introducido en una gran burbuja de plástico, y así se fue caminando -o rodando- entre el público que se encontraba adyacente al escenario, quien, participando de la puntada, lo condujo de allá para acá. Desafortunadamente, no llegó a donde estábamos y regresó al escenario. Esto ya estaba comenzando y anticipaba lo que sería un gran show. De repente, por ambos lados del escenario, comenzaron a salir botargas de los Teletubbies, franqueándolo. Volaron algunas serpentinas y confeti, lanzadas por un tubito (bueno, no sé cómo decirle a eso) de manos del propio Coyne.
David, que había ignorado la música del grupo hasta ese momento, no tuvo otras palabras que decir más que: "No mames, ca', qué chingón tocan estos güeyes". Temas clásicos como The yeah yeah yeah song y Fight test siguieron en la lista, para dar paso después a una minimalista versión de Yoshimi battles the pink robots pt.1, que la mayoría de los presentes coreamos de principio a fin. El show cumplía, y aun viéndolo todavía no podía creer que lo estuviera presenciando. Después, vino la magnífica y psicodélica Pompeii am Götterdämmerung, en la que el desenfadado Wayne Coyne hizo uso de un gong rodeado de luces, que cada vez que era impactado, éstas brillaban en circulos multicolor. Siguieron otros temas que no he escuchado (sólo tengo los tres últimos discos del grupo), y la canción de The W. A. N. D.
Todos escuchamos complacidos, pero faltaba un clásico imprescindible. Lo pedían aquí y allá, durante todo el concierto. Alguno gritó, sin la menor ortodoxia, "du yu rialain, du yu rialain", y pues ni quién entendiera qué trató decir. Pero sus clamores y los de los demás espectadores fueron atendidos, y comenzó a sonar, a manos de Coyne, la guitarra electroacústica que durante todo el show había permanecido quieta, expectante, sobre su atril, que después supimos que sólo había estado ahí para conducir la armonía del maravilloso tema con el que la banda concluiría su actuación: Do You Realize??
Otra vez, pero ya de noche y con un efecto cercano al que produjo al abrir el concierto The Race for the Prize, brillaron luces explosivas, volaron globos y confeti, y el personal se desquició. Era la canción perfecta para cerrar, y satisfizo con creces las expectativas generadas a su alrededor. Ciertamente algunos otros grandes temas quedaron fuera del show, pero era imposible incluirlos a todos en los 60 minutos que se concedió al grupo para mostrar su música. Particularmente me quedé con ganas de escuchar dos, si bien era muy difícil que lo llegaran a tocar: The Supreme Being Teaches Spiderman How to be in Love, de banda sonora de Spiderman 3, y el cover del clásico de Queen, Bohemian Rhapsody. El grupo agradece, hace reverencias, se retira, mientras que de este lado del escenario nos recuperamos de la experiencia y regresamos al vacío de la normalidad, al fin que la felicidad no dura para siempre. El gasto, la vuelta, el trato con la predominante chuzmita gandalla tapatía, habían valido la pena: vivimos la experiencia del show de los pinches Flaming Lips, cabrones.
El grupo que seguía en el cartel era Stone Temple Pilots. Debo confesar que estaba predispuesto a recibir la acutación de esta banda con algunos prejuicios (que si el cantante es medio fantoche, que si le hace mucho a la mamada, que si el grupo se quedó estancado en el grunge, que si la acusación antañera de que eran un vil fusil de Pearl Jam es legítima...); empero, decidí hacerlos a un lado y tratar de disfrutar el concierto. Y la verdad fue que el grupo logró una actuación bastante decorosa, incluso efectiva, además de que la gente les respondió, ciegamente, de una forma por demás sorprendente. ¿Farol el Scott Weiland? Pues sí. ¿Que ese bailecito mamuco que hacía qué? La neta, eso qué. Pero bueno, no puede pedírsele peras al olmo, chis al ano, ni mucho menos caca al pirrín. Con todo, insisto, tocaron bien y no me aburrieron, que ya es mucho que decir. Como era el segundo grupo en importancia -según un criterio al que no le hallo explicación-, pudo tocar durante una hora y veinte minutos. Terminaron. Ese pequeño bajón concluía para dar paso a otra excelsa presentación.
Había bastantes fans que se veía que solamente habían asistido al festival para ver la presentación de este grupo, pues apenas hubo empezado a tocar, aquello se llenó de almas, más que con cualquier otra agrupación, debo admitirlo. Dos horas, dos, duró la inigualable experiencia sonora y visual; lástima que ya para entonces estábamos bastante mermados después de haber estado parados por más de 10 horas y que tal vez esa circunstancia nos haya impedido disfrutar del grandioso concierto. El set que interpretó el grupo fue desde la sádica Closer, cuyos coros fueron secundados por los abyectos cánticos del público al grito de: "I wanna fuck you like an animal"; pasando por la desenfrenada March of the pigs, la grandiosa Piggy y la magnifica The big come down. En su mayoría, los temas que escurrieron por los altavoces pertenecían a los discos With Teeth, Year Zero, Ghosts I-IV y The slip, que son los últimos cuatro discos editados por el grupo; reconozco mi ignorancia sobre estos materiales, ya que le perdí la pista a NIN desde el disco de The Fragile; empero, supe que se trataba de temas de esos álbumes por los comentarios que hacían algunos de los espectadores, quienes sí eran fanáticos de la banda.